Por Paola Tinoco
Algunos reporteros, aclaro que no todos, evidencian su admiración de una forma zalamera. La pobre Joyce Carol Oates tuvo a uno de esos, que repetía “ma’m” cada dos palabras tratando de ser educado pero su actitud rondaba lo gracioso, pasaba por lo servil y terminaba en el suelo. Joyce fue un encanto. Incluso le dijo que había hecho una gran entrevista. El reportero, quien había maltratado sus libros de la escritora para que parecieran leídos hasta el hartazgo, ofreció una pluma para que los firmara y la escritora suspiró. Y firmó cada uno de los libros. Luego el reportero se fue como una castañuela y nos miró a los demás como si fuéramos poca cosa para rozar sus libros siquiera con la mirada.
La señora Oates se sentó a esperar la llegada de un traductor. De momento, solo podía hablar conmigo que por ningún motivo iba a hacer de traductora pero podía hablar con ella. Comenzó a hacer preguntas sobre la seguridad en San Miguel de Allende. No le hablé de los secuestros para no asustarla, y redirigí la respuesta a cómo se ve nuestro gobierno y a las elecciones en el suyo.
-¿Cree que Hillary Clinton tiene una oportunidad en la presidencia de su país?
-Sí, pienso que ya estamos listos para una mujer en la presidencia. Ya hemos tenido un presidente afroamericano, eso no sonaba posible hace muchos años, ahora es una realidad y pienso que una mujer en la presidencia también es posible. Además Hillary Clinton ha hecho un buen papel como candidata.
Un curioso se acercó a pedir autógrafo. Le preguntó qué estaba leyendo en ese momento y ella respondió mencionando un título y un autor que ninguno de los presentes conocíamos. El curioso preguntó qué escritores mexicanos había leído y ella puso cara de estar en un aprieto. Sólo duró unos segundos. Inmediatamente recobró la seguridad y respondió con mucho entusiasmo ¡Carlos Fuentes! Y enseguida deslizó una serie de comentarios agradables sobre su obra y una cantidad igual o mayor sobre su persona. Lo iluminado de sus ojos me decía cosas, o las imaginé quizá. Repitió tres veces que era tan caballero y tan agradable que parecía hablar de alguien que alguna vez le robó el corazón. Pudo ser mi imaginación, pero en las horas que pasamos juntas, por más motivos para sonreír que le dieron, no volví a ver esa iluminación en su rostro. El traductor no apareció. Tuve que hacer lo que dije que nunca haría. Traduje. Luego, traviesa como soy, dije “Carlos Fuentes! cuando no venía al caso. Nadie puso atención pero ella volteó a mirarme y se quedó ahí, esperando a que dijera algo más.
