A la autora de El corazón es un cazador solitario (que publicó cuando tenía 23 años de edad), Frankie y la boda, y El aliento del cielo, el dolor la acompañó toda la vida. Desde los 14 años, cuando tuvo una crisis de reumatismo articular agudo que nunca le diagnosticaron correctamente. En 1941 un accidente cerebro vascular la dejó paralizada de un costado y, tras luchar contra el cáncer de mama, en 1967 otro ataque la sumió en un coma del que ya no despertó.
Carson escribió: «El dolor prácticamente jamás se apiada de mí”. Y según Jenn Díaz, en Jot Down Contemporary Cultura Mag, la autora de La balada del café triste intentó suicidarse cortándose las venas en 1948 .
Aunque tuvo relaciones con otros hombres (y mujeres, han escrito algunos), quizá la más significativa en su vida fue con Reeves McCullers, de quien tomó el apellido cuando se casaron. El matrimonio resultó un tormento para ambos, pues los dos aspiraban a ser escritores, pero pronto quedó muy claro que la del talento era ella.
«Claro que tuvimos momentos felices, pero fueron precisamente esos momentos los que lo hicieron todo más difícil. Si Reeves hubiese sido un hombre enteramente malvado, habría sido un alivio para mí, pues habría podido dejarle sin librar tantos y tan duros combates”, escribió Carson McCullers.
Aunque Reeves y Carson se reunieron después de hacerse separado, este amor enfermizo fue demasiado para él, que se suicidó en hotel en París, con una mezcla de alcohol y barbitúricos.
Y el alcohol tampoco le era ajeno a Carson. Escribe Sadie Stein en The Paris Review («Gin, Cigarettes, and Desperation: The Carson McCullers Diet», 29 de julio de 2013):

«A Carson le gustaba el jerez con su té, el brandy con su café y en su bolso una gran botella de whisky. Entre libros, cuando no era ni famosa ni adinerada, afirmó que sobrevivía casi exclusivamente de ginebra, cigarrillos y desesperación durante varias semanas. Durante sus años más productivos empleaba un sistema para beber durante las veinticuatro horas del día: empezaba el día en su máquina de escribir con su vaso ritual de cerveza, una manera de decir que era hora de trabajar, para después dar sorbos al jerez mientras escribía. Si hacía frío y no había madera para la estufa, aumentaba la temperatura con tragos dobles de whisky. Acababa su día de trabajo antes de la cena, en la que se emborrachaba con martini. Luego se iba de fiesta, lo que significaba más martinis, coñac, y, a menudo, whisky. Finalmente, terminaba el día como empezaba, con una cerveza antes de acostarse».
Según su biógrafa Josyane Savigneau (editora del suplemento literario de Le Monde y quien también escribió la biografía de Margerite Duras), Carson decía:
“Escribir es mi ocupación. Debo hacerlo. Lo he hecho durante tanto tiempo”.