Por Gabriela Pérez
Es difícil contemplarte a la distancia. No eres una curva escarlata mi amor. Eres un temblor que sube por mi vientre, eres lo que soy yo; y yo soy siempre lo que tú quieres que sea. Abro las piernas y tu abres los ojos, me miras -en silencio por supuesto-, me pides no sé qué; y te ofrezco el infierno de mis brazos, un respiro en mis abismos. La noche fragua algo en nuestros cuerpos. Hoy tengo tiempo, te reconozco, he recorrido profundamente tus escollos. Ven, por favor, destrúyeme, devórame tirando de mis puntos lábiles.
He visto todo: los vidriosos ojos de las mujeres descalzas, los pies ásperos y las ropas polvosas de sus hijas; la plaga del dolor que crece como el silencio hecho ovillo en las manos de sus hijos. Ya no puedo quedarme fuera bajo el frío y la lluvia penetrante, crece luz en mi entrepierna, me habita como al maíz el grano. Mañana tal vez será hora de morir, hoy tengo tiempo. Ven, viaja a mí entre la nieve, derrítela a tu paso ahora que la niebla de la ciudad te envuelve. Cierra los ojos, ataja el camino a mis rodillas; ábrelos luego en el delgado camino vertical. ¿Verdad que no es a lavanda a lo que huele el precipicio? Caléndulas, liquidámbares, ¿qué podría lograr con el deseo la lluvia que cae hoy de nosotros?
Aún recuerdo la noche en la que corrí a ti, desnuda en el bosque, deseando ser un rápido tren de carga, aún recuerdo el ruido y la furia de los estertores y relámpagos. Ven, cierra la persiana, cobíjate, hoy tengo tiempo. Déjà vu, has estado aquí antes, has caído en este abismo. También tú recuerdas esos ojos vidriosos, esas madres, esas ruinas. Dejas tu casa, te mueves bajo el frío, te empapa la lluvia penetrante, vacías de arena el cuenco y lo llenas de agua. Piensas: déjà vu. Lo conoces, lo has vivido antes. Caminaste ya bajo los árboles rotos y sobre tus pasos sombríos. Ese pez, esa balsa, esa arena oscura, esa lluvia. Lo reconoces todo. Flotas entre las ramas, sueñas que eres un árbol, que te desprendes, que te despedazas. ¿Escribirás un poema sobre mí?
Te reconozco, puedo leerte en cada trozo, me he saciado con las letras de tu nombre. ¿Quién detendrá la lluvia? ¿Y si no para? ¿Se hincharán tus brazos de madera, te deformarás, y andando tras de ti seguiré yo el siniestro rastro? Hoy tengo tiempo, te contemplo en tu viaje. He visto todo: soplan los fuelles, todos ellos en número de veinte, se crispan los cristales y el martillo golpea. He visto todo: ese pez, esa balsa, esa arena oscura; he recorrido profundamente tus escollos.
Ven, por favor, devórame, defórmame, destrúyeme, hoy tengo tiempo para eso.
