Por Celia Gómez Ramos
¿En eso consistía la libertad, únicamente en no estar atada –como lo estaba en ese momento- físicamente?
Desde luego que no; pero como primer principio, eso era.
¿Qué era lo que seguiría después? ¿Sería prioritario comenzar a pensar en lo que habría de hacer y en idear planes, aún con esas amarras corporales, para una vez que lograra desatarse? ¿Acaso por instinto de supervivencia? ¿Acaso por mantener la serenidad y la mente creativa para lograrlo?
Lo que fuera necesario para soltarse, ¿sí? ¿Estaba segura? ¿Hasta dónde estaba dispuesta? ¿Su cuerpo era el límite, sin llevarse a nadie más para alcanzarlo?
Dar, dar la batalla. Pelear era lo único y para todo, contra las ataduras físicas como las mentales. Cambiar constantemente el punto de vista.
¿Cómo había llegado ahí, hasta ese punto? ¿Qué podía aprender de ello? ¿Necesitaba aprender? Resistir a como diera lugar. No rendirse. En cuanto dejara de luchar, ella se perdería… Debía seguir pensando, pensando siempre.
No perder la calma, pero no dejar de luchar. No perder la calma, pero no dejar de luchar. No perder la calma, pero…
