Por Celia Gómez Ramos
Lista para emprender el sueño, escuchó en esa habitación nueva y hasta entonces vacía, el ruido de algo que rascaba la madera… Movimiento. Patas que buscan caminos.
Sabía que en aquel lugar había de revisar las sábanas y almohadas antes de tirarse a descansar, pues muchas ocasiones los alacranes aparecían. No eran problema las arañas, porque si las había, era de aquellas que consumían mosquitos y se posaban cercanas al techo siempre. Eso era lugar común. Miedo a otros bichos.
Alacranes no encontró. Sin embargo, sabía que no podría dormir, si no localizaba a aquella cosa que hacía el ruido, y que podría ser: un grillo. Acaso una cucaracha… Sí, las cucarachas la perseguían.
Pronto la “cucaracha” se asomó entre la pared y el buró. La aplastó con furia, pero también con asco. Tomó papel sanitario y la dejó caer al excusado, al jalar, el agua se derramó cayéndole a las sandalias. A un lado abatida y deformada, se dejó ver también la cucaracha.
Desde luego, tardaría en conciliar el sueño…
Al día siguiente, saldría a caminar a plena hora de sol, y descubriría a una niña de unos tres años que intentaba agarrar un perro pequeño. El animal se le desvaneció de los brazos y no se dejó cargar; en reacción inmediata, le tiró varios puntapiés.
Mirar, mirar sin actuar. Mirar, mirar sin levantar la voz. Mirar, mirar y dejar pasar.
