Por Celia Gómez Ramos
Jugar con la imaginación del otro, sea quizá la mejor forma para comenzar a desmentirse a ese que es uno mismo o a desandar el camino. También puede ser, la posibilidad de desdibujar siluetas.
Suena un teléfono celular, es de la mujer que está al lado mío. Mira la pantalla primero, duda y finalmente lo responde.
Escucho que dice: -¿Quién la busca?
Contesta entonces, después de haber escuchado no sé qué: -En primer lugar, mi nombre es Lorenza González Rosas. Después, ¿qué se le ofrece?
Permanece unos momentos que me parecen eternos, con el auricular en el oído y vuelve a preguntar, ¿qué se le ofrece?, con voz osca, imponente y seca. De hecho, así atendió el teléfono.
No me hubiese llamado la atención en lo absoluto, si no hubiese escuchado su voz. No destacaba de las demás personas que transitaban en el metrobus, un día laboral a las 15:00 horas. Tampoco me dio la impresión de ser una mujer muy segura de sí misma por el simple físico, pero los datos que arroja la vista y demás sentidos, muchas ocasiones fallan. No sabemos leer con certeza.
Presionó una tecla del teléfono y lo guardó en su bolso. Así concluyó la llamada. Quien fuese del otro lado de la línea -supongo que alguien que quería venderle algo-, parece que se sintió intimidado.
Escuché a la mujer decir minutos después, hablando para sí misma: -¿Qué se le ofrece? Esa es la pregunta indicada…, y un poco de rudeza, desde luego.
No pude ver sus ojos, pues traía lentes obscuros, aunque en esto sí, estoy segura, que la satisfacción la abordaba.
