De Lindavista a Tepic en una noche de rock


Por Irma Gallo

Magaly vivía en Ciudad Satélite, ese purgatorio con discotecas. En lugar de ir a estudiar a casa de Susy, se fue con un amigo disfrazado del capitán Nemo a cachondear en su carro. De pronto llegó un policía y les rompió el parabrisas. Luego, no fue sólo el cristal lo que se rompió: Magaly fue violada y del capitán Nemo sólo quedó la barba en el pavimento.

Los golpes en la batería de Alfonso André aumentan en intensidad y ritmo. El dios del pelo largo agita la melena mientras Juan Villoro narra el final de la historia de Magaly, que convertida en una Madonna mexicana, la Madonna Guadalupe, un tiempo después, aplasta la nariz de otro policía con su tacón rojo, mientras escucha, triunfal, el dulce sonido del cartílago al romperse.

Mientras la noche avanza, calurosa, Villoro y Caifanes (sin Saúl Hernández) van de Lindavista al Pedregal, del Glam al Punk, de la historia de Magaly a la de Phonsy Asshole, un junior que en la mañana estudia en la Ibero y en las noches se convierte en punk… Sólo hasta que se da por vencido y decide armarse con un rifle para esperar a los tejones, ratas y demás alimañas que algún día fueron dueñas y señoras del Pedregal y que quizá volverán a reclamarlo.

Entre las crónicas de Tiempo transcurrido, publicado por primera vez en 1986, Villoro hay espacios para la poesía: uno para Amado Nervo, por supuesto (es el hijo pródigo de esta ciudad, el poeta amado y después despreciado, el primer hippie de México, dice el mismo autor de El testigo, en referencia a sus prácticas de meditación), y otro para Pablo Neruda. Y la música no disputa su lugar a la poesía, mucho menos la combate.

Villoro es otra vez el rockero que fue cuando chavo. El que le grita a la Ciudad de México, con sus cables y sus tinacos, el que la reconoce como pocos.

Los Caifanes acompañan sus relatos, los contrapuntean, dialogan; las composiciones son de Diego Herrera, que también es el director musical del espectáculo. En momentos al autor de Arrecife le ganan las ganas de bailar, y no se reprime.

Ahí están, en las primeras filas, Jean Meyer, Sandra Lorenzano, Alberto Ruy Sánchez, Ana Clavel, Álvaro Uribe, Tedi López Mills. También hay funcionarios locales, periodistas, público en general.

Villoro y Caifanes 2

Unos más entusiasmados que otros, pero probablemente todos comprobando una vez más que Juan Villoro es la voz no de ésta, sino de varias generaciones. Que ya no estamos huérfanos sin José Emilio Pacheco, sin Carlos Monsiváis. Que el ingenio del hijo del filósofo Luis Villoro es inacabable, y que él mismo, como sus personajes, es un rock star.

 

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