Por Celia Gómez Ramos
Existen distintas maneras de automutilarse, así como también variadas razones para concebir la idea, y concluir llevarla a cabo.
El instante que precede a todo el plan, ataca la mente y genera una concentración creciente en los detalles, aditamentos y sitios, lugares, situaciones y momentos… Se repite, una y otra vez.
Infringirse castigo, para descansar de la tensión, del abuso, del estrés; acaso herramienta, para sentir dolor-placer; quizá para olvidarse del horror, para evadirse.
Es un acto privado, que puede volverse público, con aquellos que uno tiene cerca, si te descubren. Es peor que un escrito que deja huellas, es un cuerpo marcado y vulnerado por decisión propia, un cuerpo marcado por la imposibilidad; un cuerpo que marcará distancias… Algunas ocasiones en zonas que no se verán, otras en sitios visibles.
Es esa búsqueda quizá, por no dañar a los otros con nosotros; un acto de cariño supremo a la humanidad, a la comprensión de uno mismo.
El suicidio incluso, podría ser una forma de mutilación en primera persona, de extirparse de esta realidad, aun sin creer que exista otra, o precisamente por eso.
Quienes han estudiado sobre automutilación, dicen que quienes se atacan a sí mismos, nunca llegarían al suicidio, porque lo que quieren es la vida. Yo no lo sé. Las historias cambian, se transfiguran en el tiempo -como nosotros-, y se tornan transgresoras. Más tarde, algo como esto, será simple anestesia.

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