«Escribir es un oficio que se aprende escribiendo.»
Simone de Beauvoir
Por Magdalena Carreño
Hojas sueltas, servilletas, cuadernos escolares, Twitter, Facebook… ¿de dónde viene la necesidad por dejar plasmadas las ideas? Indudablemente la lectura y la escritura son acciones que están de la mano. Recordando a Jorge Luis Borges, a quien se conmemoró este 14 de junio en su aniversario luctuoso, expresó:
«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído».
Y si bien de todo lector no nace un Gabriel García Márquez o un Saul Bellow, la lectura despierta las ganas de imaginar y en muchos casos las ganas de escribir. ¿Por qué escribir si no vas a convertirte en un autor famoso o millonario? ¿Cuánto tiempo dedicas diariamente a escribir algo que no sean listas de compra o recados de llamadas? ¿Qué plataforma usas? ¿Ya descifraste el estilo que tienes?
Para mí, escribir es una forma de reestructurar mi entorno y a mí misma. Aunque me he negado a llamarlos «diarios» (no he podido desarrollar la constancia y disciplina para hacerlo todos los días), siempre cargo con una libreta de notas y una pluma. Una pequeña observación puede convertirse en una historia o un colapso emocional me obliga a desahogarme de forma instantánea.
¿Cuántas personas habrán mantenido esta actitud ante el papel?
A partir de las redes sociales este hábito se ha generalizado, de forma tal que algunos tuits o posts se acercan a la brillantez literaria de Tito Monterroso. La pregunta «¿Qué está en tu mente?» emitida por Facebook es una constante invitación a arrojar, muchas veces cual surrealistas en proceso de escritura automática, todo aquello que pensamos sin meditar en las consecuencias.
Sin embargo, la escritura que se teje con hilo fino es aquella que piensa en su lector, no para que las ideas le agraden sino para que entienda el punto al que se trata de llegar. Escribir es una forma de desnudarnos ante el otro. Es por esto que B. Traven afirmó: «La persona creativa no debe tener otra biografía que no sea su obra».
¿Para quién escribes? Con ello en mente, confieso que esta semana me sentí bloqueada, sabía muy bien que tema que quería tratar pero algo no fluía en el momento de querer plasmarlo. ¡El terror a la pantalla en blanco!
Iniciar es lo más difícil, al menos para mí, y ahora que he pasado el primero, el segundo párrafo, el tercero… Siento un alivio, me dirijo a ti lector para invitarte a no soltar tus propias palabras, a inspirarte en lo que ves, observas y escuchas, a imaginar posibilidades, a reencontrare. Esa es la voluntad de las palabras.

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