Por Alicia González
En el Instituto de México en Madrid
“Soy el Quijote o soy aquel hombre que se conforma con la realidad”. Ése es el dilema del preso, salir a través de la locura de la circunstancia del encarcelamiento o permanecer enjaulado. Ni siquiera la enajenación del personaje le libera totalmente de las cadenas –pensemos en la aventura de los leones-, pero es una oportunidad. Desde luego para un recluso, extender las manos, aunque sea para hacer los estiramientos del ensayo, pensarse otro escuchando las instrucciones del director, de quienes les dicen que la experiencia de participar es un modo de “purificarse espiritualmente, a través de lo que están haciendo en escena y si lo que están haciendo les recuerda, ¡sáquenlo, sáquenlo!”. “Busqué sin rendirme jamás en mi sueño imposible” cantan los presos. La redención entre rejas: “Ya no importa que te cierren la reja, ya no, porque ahora sí sueñas, soñamos –y mira a su alrededor porque sabe que el sentimiento es compartido-, sentimos, somos libres –y se le quiebra la voz- cada uno de nosotros –asegura con el brillo de esa libertad en el horizonte pasando rauda por sus ojos tristes-”, dice el reo expulsando toda la rabia, con esa chicharra que de fondo insiste en romper la noche.
La Fundación Voz de Libertad desarrolla un proyecto de intervención artística a través de la lectura de la novela en castellano, grabando con una sencilla cámara todo aquello que a los internos les parece interesante. No es el punto de vista del reportero el que prevalece.
A la hora de presentarse hay quien lo hace por su número como el preso número 22 de la Cárcel de Atlacholoaya. Ya está integrado en la institución total…
Culpables o no de crímenes, pero privados de libertad piensan como asegura uno de los reclusos que pondrán en los papeles de la función sus ideales. ¿Tienen ideales los criminales? ¿Mantienen la misma moral que los que están fuera del recinto o generan una ética propia del centro penitenciario?
Un proyecto que les da la bienvenida a los participantes con rosas, porque las espinas del proyecto llegarán cuando esa felicidad escurridiza desaparezca de sus vidas. Por eso el primer acto de renuncia es el de devolver las rosas a la cubeta, para llenar de contenido el recipiente, porque es un trabajo colectivo, aunque sepan que la alegría del espectáculo será efímera y tendrán que mantenerla viva en su encierro, cuando la falacia del escenario se extinga.
Llevado por el entusiasmo uno de los actores amateurs llega a decir que deben trabajar codo con codo, sin diferencias entre reclusos y autoridades. Un golpe brusco saca a todos del encantamiento; demasiado parecido al cerrojazo de la primera vez, el sonido de esa primera noche entre rejas. La cordura hace acto de presencia en las palabras de otro condenado: “Aquí a nadie le interesa la obra, les interesa sentirse vivos, motivados, salir de sus tumbas”. La experiencia es para todos; incluso el director dice necesitar canalizar algunos abandonos, algunas palabras, las indecisiones y mientras, aprende que esa sensación que seguramente le ha devorado alguna vez por dentro y que hasta ahora no tenía nombre ya está definida en prisión, ese estar “carceleado”, el vacío absoluto que como una estrella en el espacio a punto de estallar nos ha recorrido a todos, ante la mínima insinuación, impertinencia, la deflagración de nosotros mismos puede acabar con la placidez ficticia de nuestra galaxia. Uno de esos cataclismos se produce ante la cámara que retrata con crudeza a los participantes, sus intereses por conseguir beneficios penitenciarios y no tanto por el montaje teatral. El mismo desencanto al que se enfrentó el hidalgo de La Mancha: todos los fuegos de artificio de Clavileño forman ya parte de la invención de otros, no de la suya. El sueño de don Quijote va recuperando la sensatez de la muerte y Morell va integrando la pérdida de energía que suponen los perturbadores, los incómodos, los que restan, aunque todos contaban con ellos.
La invención de Morell solamente funciona dentro del no-lugar, de la distopía que es la cárcel, porque como decía Bioy “el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos”. Por eso la única convención válida de no ser reos en el momento de actuar otorga respiración a la trama libertaria del proyecto. Como el protagonista de la novela los actores se miran fascinados unos a otros probablemente porque comparten la ficción máxima de la huida que permite la representación, la ejecución de fragmentos de vidas ajenas que actúan como rendijas a través de las que se cuelan para no ser, para fingirse otros. “Desafortunadamente aquí hay que ver la vida tal cual es”, apunta entonces uno, porque el lastre de la realidad siempre está en boca de uno u otro para iniciar el descenso de las alturas. No lo hace con malicia, su esbozo de sonrisa indica que acepta sin más la evidencia, porque como el personaje de “La invención…” no es posible contemplar a todas horas esas sombras de seres humanos, tal vez porque nos recuerden demasiado que la felicidad es posible, pero que a nosotros los reclusos nos la han cauterizado para no desangrarnos de ansia en la prisión. A pesar de ello su presencia es semejante al silencio de la novela de Bioy Casares, “horrible, como ese peso que no deja huir en los sueños”.
Morell, Arturo, sin embargo, les ha regalado un tiempo, su tiempo, el que dura la irrealidad, porque cada ensayo es “la última vez”, el momento de tasar su tiempo y no el que estipulan “los que deciden la condena imponen tiempos, defensas que nos aferran a la libertad, dementemente”. Es entonces cuando, en el quiebro, en la separación brusca los presos se sienten desasistidos, solos y deben enfrentarse a su libertad, la de hacer por sí solos, la de optar por el proyecto o renunciar a él. No hay sitio para tibiezas. Aunque en esa entrega de los presos al director haya algo de infantil, una necesidad de sometimiento, del padre, de no saber crear sin el promotor. ¿Les han cortado con el encierro la capacidad de actuar por sí mismos, requieren un control externo siempre, se han convertido en mascotas y no en hombres empoderados? Quizá la cárcel ha quebrado la autonomía de esta “tierra que sí produce”, pero que se siente nada sin alguien que la siembre. Puede que se muevan por la máxima del personaje novelesco “no esperar de la vida, para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir”, pese a los intentos del padre, de este Morell (Arturo) de que vivan, sientan y crean. Desnortados parecieran más los seis de Pirandello que hombres y mujeres encausados por contravenir el orden de la sociedad. O tal vez es la primera vez que son conscientes de que tras la firmeza de sus modales, la manera de vivir como un constante imponerse descubren que la rotundidad de sus actos, la violencia con la que defendieron su criterio ocultaba una huida hacia delante. Y en esa nueva actitud enmendar el error, aprender a soñar, son herramientas del cambio que les abrirá otras puertas. Y ya no habrá miedo, porque el sonido de la cancela formará parte de la realidad con la que hay que saber vivir.
Más en Un grito de libertad.
ALICIA GONZÁLEZ. PERIODISTA, LECTORA, CUANDO MARTÍN ME DEJA, DE COSAS QUE NI TE IMAGINAS. ME ATREVO A SER UNA FEROZ INQUISIDORA CON GENTE COMO ISMAÍL KADARÉ, FERRAN ADRIÀ, ANA MARÍA MATUTE, ANTONIO GAMONEDA… ESPERO QUE LOS LECTORES CONVIERTAN MI CALABAZA DE FREELANCE EN CARROZA. GANADORA DEL “CARMEN DE BURGOS” DE PERIODISMO EN 2015 Y PREMIO DE PERIODISMO “MANUEL AZAÑA” CIUDAD DE ALCALÁ DE HENARES 2004, PREMIO AL MEJOR POEMA EN LENGUA CASTELLANA DE LA ACADEMIA INTERNACIONAL “ILCONVIVIO”, PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA LEÓN FELIPE 2007 Y ACCÉSIT EN EL “FERMÍN CABALLERO” DE ENSAYO BREVE EN 2015. AUTORA DE CUENTOS COMO “LA CARIÁTIDE COJA” O “EL VIEJITO” Y DE “SATISFACCIONES DE ESCLAVO” QUE ADEMÁS DE MI BLOG ES MI POEMARIO.
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