El trampolín. Los últimos días de Hart Crane en México


Por Pedro Paunero



-Voy a la Ciudad de México –dijo el bacteriólogo-, a estudiar el tifus.

Las últimas palabras las había pronunciado en un susurro, como si le confiara un secreto. Entonces dejó que las ratas moribundas resbalaran de la jaula. En medio de los vapores del alcohol creyó y se convenció que el mar de la Habana contenía algún bálsamo que las reanimó. Con los ojos muy abiertos miró aterrado cómo nadaban hacia la orilla. Corrió al puente y comenzó a gritar:

-¡Ayuda, ayuda…. el doctor Zinsser trata de introducir el tifus en Cuba! ¡Trata de acabar con la población de la Habana…!

Los pasajeros miraban asustados, sin entender. El doctor, asombrado, sintió que el rostro le ardía. El primer oficial le alcanzó cuando trepaba la baranda de la borda. Le ayudó a bajar. Está ebrio como barco en medio de un huracán, pensó el oficial. ¡Pobre imbécil!

El aire enrarecido de la Ciudad de México dificultaba la respiración. El doctor Zinsser le cogió ambas manos, estrechándolas francamente. Empezó a reírse.

-¡Nada, nada… que recuerdo el incidente en la Habana…! No hay rencor. No debe haberlos entre nosotros.

Sonrió y abrazó al buen doctor. El científico le dio la espalda y había echado a andar cuando, súbitamente, se volvió y le dijo, preocupado, y mirándolo a los ojos:

-Recuerde mis palabras, amigo, mío… su problema es que no presta atención a lo negativo y le puede llevar a un destino que no merece…

Jamás le volvió a ver pero plasmó sus palabras en un críptico poema que comenzó a escribir de inmediato. Los paisajes de la Ruta de Cortés eran un espectáculo natural en apaciguadores tonos pastel. Su mente formuló las palabras que le diría a Katherine Anne Porter:

-Te agradezco tanto haberme invitado a este país singular. Me hubiera gustado venir primero a México que a Francia… no hay nada como esto en Europa… aquí siento que la vida es real, que la gente realmente vive y muere aquí…

Así era y así es.

Katherine estaba fascinada a la vez que abrumada a partes iguales, pasando por momentos extremos de angustia y de maravilla en su compañía. Recorrían los jardines, deteniéndose ambos en la contemplación de la belleza de alguna flor efímera. Así de efímera era la felicidad.

-¿Algún verso, poeta, que te merezca esta flor?

Se reían. Pronto no tuvo motivos para reír más. No es que no lo esperara pero la esperanza de un cambio en quien se empieza a querer siempre se aguarda y terminamos sometidos a su dulce engaño y ella cayó. En la noche, hacia la noche, otra vez ebrio, ya había salido a las calles de Mixcoac, temerario, desafiante, suicida. Le llamaban a Katherine para decirle que estaba en la cárcel. Que era culpable de haber provocado una riña con un taxista. Que esto y lo otro. Ella ya había perdido la cuenta de las veces que había pagado la fianza.

Cierta vez, llorando, la abrazó; un policía de vientre prominente que amenazaba con reventar su uniforme cerró las rejas vacías tras él y los miró con suspicacia. El gringo era ya un cliente del bote, que es como le dicen en México a la prisión.

Katherine intentó quitárselo de encima.

-¡Kathy… –lloraba-, tengo miedo…!

Intentó consolarlo.

-Ya, ya… -Un niño con su madre, podría haber pensado alguien- ¿A qué le temes?

-¡Tengo miedo de mí mismo! –dijo, solemne, en un golpe duro de conciencia, de lucidez.

La noche siguiente le gritó al universo entero, estrella por estrella, de horizonte a horizonte, a la curva bóveda del espacio, a la lejanía sin fronteras, a la luna brillando, al árbol, al jazmín y su perfume, al estanque de los patos y a la casa… Blasfemaba, maldecía. En su mente un mar y una tormenta respiraban por sí mismos, se sostenían y le arrojaban a la desazón y a la desconfianza.

Luego comenzó a llorar otra vez.

Borracho anunciaba dando voces Soy Baudelaire, soy Whitman, soy Marlowe, pues el centro del yo era demasiado perturbador para mirarlo de frente o hacerle frente. Discutía con los otros norteamericanos, les insultaba. Pero si miraba a un indígena por la calle imaginaba paraísos perdidos, buenos salvajes, lugares comunes, clichés ofensivos y extranjeros pero que para él constituían revelaciones, epifanías.

-Te pido disculpas, Kathy –dijo, cuando abandonó la casa de ella que, aliviada, pudo respirar por fin.

Pero alquiló la casa solitaria al lado de la de Katherine y por las noches ni indígenas ni norteamericanos. Estaba solo con los demonios y amenazaban con hundirlo en un círculo de fuego. Se miraba las manos encendidas y sintió la hoguera en su corazón que ya no bombeaba sangre. Cogió la pluma y esbozó los versos… no el infierno, pensó, no el infierno… el purgatorio…

Mi país, oh mi país, mis amigos
-estoy separado- aquí de ustedes en una tierra

Donde toda vuestra luz alumbra -rostros- saliva reluciente

Como algo abandonado, desamparado -aquí estoy

Y están estas estrellas -la alta meseta- las fragancias

Del Edén -y el árbol peligroso- ¿son estos paisajes de confesión?- y si confesión

¿También absolución?

Llegó una carta que le mostró otro rostro del desasosiego. Decía que tenía que volver a Estados Unidos. Su padre había muerto. Antes de abrirla ya había creído otra cosa. ¡La beca Guggenheim… iban a retirársela! Leyó. Supo. Cuando volvió a México tenía ya un agujero en el pecho. Ella acababa de divorciarse. Fue la única mujer, el único amor de mujer, que hubo en su vida embriagada por los hombres. Su nombre era Peggy Baird. Conoció cierta felicidad entonces. Las hojas de papel amarilleaban. Los amigos llegaron otra vez como una ráfaga de aire o de ametralladora.
El arqueólogo buscaba restos aztecas cerca de la casa donde él vivía. Le invitó a Tepoztlán. Pasó una noche primitiva comiendo tortillas y frijoles, tocando el antiguo tambor que los indígenas habían sacado para la ceremonia. El dios del pulque le llamó a través de una bebida viscosa y salvaje. Dejó al arqueólogo. Acudió a la llamada. El dios tenía la forma de un joven indígena que le pareció hermoso pero, sobre todo, puro. Se bañaban juntos en los arroyos de la montaña. Ascendía gustoso hasta la pirámide del dios con el joven. Se reían juntos, comían juntos, bebían juntos… en el dios encontró amor y una piel morena y ojos negros como dagas de obsidiana. El dios hablaba un dialecto que sonaba como gorjeo de pájaros asustados. Otra daga le hirió. El arqueólogo vivió con él y le mostró el mundo antiguo. Un mundo que estaba ahí, inmediato, pronto a revelarse a quien abriera las puertas.

-Xochipilli, -le dijo-, dios de la juventud, la alegría… la virilidad.

En un lecho de flores le amó y sobre la cama revoloteó la mariposa, atributo del dios pero también de Psiquis. Una mariposa ígnea o de materia ígnea a punto de encenderse o que se encendía de repente.

Como si los ojos profundos, insondables y viejos del indígena se hubieran permutado en los suyos -ese abismo punzante que el pintor David Alfaro Siqueiros encontró perturbador-, miraba quemando. El pintor le dijo que cogiera un libro e hiciera como si leyera. Así Siqueiros huyó de esa mirada. O lo intentó. Le pintó de esa manera, la vista baja, leyendo y quemando las palabras. ¿No había pasado lo mismo, siendo distinto, cuando Moisés descendió del Sinaí?

Pronto su casa se llenó de amigos que manejaban no dagas de obsidiana sino hoces y martillos. Siqueiros, entre ellos. La casa enrojeció de pronto. Ese color era ruidoso. Era ruido. Y el ruido era rojo y fluía como la sangre. El tiempo se combó y se quebrantó. Huía de ellos a Tepoztlán y a Taxco pero, contradictorio, les rogaba que no le abandonaran. La casa era una jaula inundada de voces derramadas. Otra casa se abrió para él en Navidad, como un refugio, la de Peggy.

Entonces supo que la quería. Entonces creyó que la quería. Entonces… ¿la quería?

Una noche fue como si se le cayeran los párpados. Con la luna en la curvatura de los ojos, salió. En la plaza los indígenas celebraban algo. El campanero abandonó la plaza y fue hasta la iglesia y él le acompañó. Tomó la cuerda del badajo con ambas manos. El campanero le permitió hacerlo. Temblaba cuando el sonido de la campana pareció reventar, a lo lejos, en luz amanecida y música. Abrió la boca en un grito silenciado por el arrobamiento.

Fue el éxtasis.

La torre se rompía entre la música de la campana y el amor recién nacido; ese amanecer al otro lado, volcado al otro lado. Volvió a casa y, temblándole las manos, escribió frenético, sin parar, día tras día hasta completar dos meses de frenesí y locura:

Y así penetré en el mundo roto,
Para encontrar la compañía visionaria del amor, su voz,

Un instante en el viento (no sé si arrojado)

Pero no sosteniendo mucho tiempo cada desesperada elección.

Envió por correo la versión completa de The Broken Tower. La ineptitud del correo perdió la obra en algún lugar entre México y los Estados Unidos. Quizá nunca salió del país. El silencio le pesó como un león echado en el corazón.
¿He fracasado –se preguntó- es acaso que el silencio guarda luto ante mi falta de talento?

Los amigos sufrieron las consecuencias. Las noches se llenaron, una vez más, de vapores de ira embotellada y lamentos y gritos y desgarramientos por traiciones y homofobia. Peggy, sobrepasada, invitó a dos amigas para distraerle. Les siguió, a través de cada habitación, gritando, con el retrato de Siqueiros en la mano.

-¡Cerdo comunista, hijo de perra! –dijo, en un momento sostenido entre dos momentos, olvidándolas a ellas, y rasgó el lienzo con la navaja de afeitar.

En las venas, se le rasgaba el alma.

El S. S. Orizaba estaba en el muelle.

-Es el mismo –dijo, asombrado, apoyándose en el brazo de Peggy y a punto de derrumbarse-, el mismo barco que me trajo a este país…

El universo conspiraba. La sincronicidad pesaba en esos extremos coincidentes, inclinando la balanza de Anubis, el imperturbable. Un destino se resolvía. La Habana invitaba. El mar se abría. Era veneno en sus labios y vasos de cristal en las manos. Peggy pidió que le encerraran en su cabina.

Pero ninguna cabina es capaz de encerrar un huracán.

¡Tú cabalgas, Señor!

¡Señor, nada detiene

tu corazón ligero, nada aguanta,

todo cae hecho añicos!

Señor, mientras las cimas, derrumbándose,

Azotan a las algas marinas sobre el rubio

Hervor del cielo y, alto, el cielo estalla,

¡Tú cabalgas, señor, hasta la puerta!

¡No te paran, Señor, ni suelo ni muralla!

Escapando hacia la sección de los marinos les propuso amor y desvarío. El despropósito se convirtió y se resolvió en los brazos fuertes que le sostuvieron y en los puños que golpearon en su estómago. Martillazos en una puerta. Décadas después Camus escribiría sobre esa puerta en El extranjero. Era un extranjero y había una puerta más allá de la sección de marinos. Lejana. Y varios marinos. Un marino. Otro, quizá, le robó lo que llevaba y un poco más…
Como un espectro apareció en la puerta del camarote de Peggy.

-No voy a lograrlo querida –sus palabras escupían sangre, espuma sanguínea se asomaba en las comisuras de sus labios-. Caí en desgracia totalmente.

Aún tuvo tiempo. En algún lugar en el Atlántico, cerca de Florida, se acercó a la borda. Había en el mar una estela y una llamada impostergable y poderosa. No daban las doce del día 26 de abril de 1932 cuando decidió escuchar más de cerca. Se hundió en el agua. Burbujas reventadas lagrimearon en sus ojos…

El cuerpo de Hart Crane (1899-1932) nunca fue recuperado. Malcolm Lowry escribiría después: “…México fue a la vez la pira de Bierce* y el trampolín de Hart Crane”. La leyenda de México como destino trágico de escritores extranjeros se describía y concretaba en esas breves palabras.

*Ambrose Bierce, escritor y periodista desaparecido en México en 1914, durante la Revolución Mexicana, protagonista de la novela Gringo Viejo de Carlos Fuentes.

Pedro PauneroPEDRO PAUNERO. NOVELISTA, CUENTISTA, ENSAYISTA Y CRÍTICO DE CINE NACIDO EN TUXPAN, VERACRUZ EN 1973. HA PUBLICADO LA NOVELA LABELLUM (MINIMALIA ERÓTICA/EDICIONES DEL ERMITAÑO, MÉXICO, 2008). CUENTOS SUYOS HAN APARECIDO EN LAS REVISTAS AXXÓN Y PRÓXIMA (ARGENTINA), KORAD (CUBA), TIEMPOS OSCUROS Y ALFA ERIDIANI (ESPAÑA), HONTANAR (AUSTRALIA), OJOS, DEL MUSEO DE ARTE ERÓTICO AMERICANO (COLOMBIA), Y EL CAFÉ LATINO (FRANCIA), ASÍ COMO EN DIVERSAS ANTOLOGÍAS (CUENTOS DE BARRIO, LECTÓRUM, 2012). ESCRIBE CRÍTICA DE CINE EN EL PORTAL CORRECAMARA.COM Y LA REVISTA CINE TOMA Y HA PARTICIPADO EN DOS AMANTES FURTIVOS, CINE Y TEATRO MEXICANOS, LIBRO COORDINADO POR HUGO LARA. ALGUNOS DE SUS CUENTOS Y ENSAYOS HAN SIDO TRADUCIDOS AL CATALÁN, AL INGLÉS Y AL FRANCÉS. HA GANADO DOS VECES EL PRIMER LUGAR DEL PREMIO TIRANT LO BLANC DEL ORFEÓ CATALÁ DE LA CIUDAD DE MÉXICO Y EL PREMIO MIGUEL BARNET QUE OTORGA LA FACULTAD DE LETRAS ESPAÑOLAS DE LA UNIVERSIDAD VERACRUZANA.

 

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