Por Celia Gómez Ramos
Luis entró a la cantina en que nos encontrábamos los tres, de visita en la ciudad de Oaxaca. Era apenas un niño. Quizá por ser medio día y estar casi vacía, o quizá por ser provincia y él vender bisutería, no le armaron lío.
Era la primera ocasión que entraba a esa cantina, para vender. También buscaba dónde pasar al baño.
Como yo era la mujer única mujer, comenzó a conversar con nosotros para que le compráramos. Me puso un collar, buscando convencer a mis amigos de que lo compraran. Uno de ellos quiso meter aguja para sacar hebra…
Nos dijo que tenía ocho años. Lo invitamos a compartir con nosotros y le preguntó qué quería beber: -Una coca cola, respondió, por cierto, ‘light’.
La botana aún no estaba lista, así que uno de mis amigos fue a buscar unos chapulines al mercado, aunque llegó con queso para deshebrar. Ahí lo partieron en cuadritos y nos lo llevaron a la mesa.
Luis, que iba bien vestido, me había ofrecido un collar y me dijo que me regalaba la pulsera. Uno de mis amigos le cuestionó sobre si el collar era de ámbar, y le pidió que le pasara fuego, para ver si resistía. El niño pidió un encendedor, y él mismo le pasó el fuego. La pieza permaneció intacta.
Cuando le pagué el collar, me desabrochó la pulsera que supuestamente me había ‘regalado’. Ya no, dijo.
Luis no nos contó mucho, aunque mi amigo es excelente entrevistador. Sin embargo logró, después de un sermón, que me devolviera la pulsera que había ofrecido con el collar, porque ‘había que cumplir promesas’.
Mientras permanecimos en Oaxaca, caminando sus calles, lo encontramos y saludamos varias veces.
Descubrimos después, que todos los productos que traen los niños –que son muchos- y también los adultos que venden, son los mismos.
Y uno, al ir de paseo, piensa solo que las cosas son simpáticas, te parece agradable indagar sobre la historia de los otros, pero no vemos la red que hay atrás, toda una red que tiene a niños trabajando, con el cobijo institucional.
Luis, ya no va a la escuela; él trabaja. Es desconfiado a su edad. Listo y observador. Hasta ahí su inocencia.

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