Por Celia Gómez Ramos
Desnudez, que agota los sentidos de la carne. No puede haber soberbia en ella, infame en su prolongada exposición. Mansedumbre.
Retardo o adelanto. Observación sin pausa, vertiginosa fatiga.
Tortura conceptual, desagravio inminente. Comportamiento deforme hasta los huesos.
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Así como la publicidad que inunda las calles, locales, paredes en las avenidas e incluso viviendas, o aquella que pende de mástiles… Esa que al primer día se ve, y al siguiente y al siguiente. Esa que acaba por convertirse en un manchón, que te deja finalmente inerte, que acaba por no generar nada. Cientos de kilos de basura, costosa e invisible.
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Precaución… La sobreexposición de la carne, en lugar de adormecernos, nos despierta, ¿por qué? Laguna de sensaciones, de arrebatos, de sentidos que taladran y nos taladran en sus diversas formas.
Casiopea.
Ya lo habías visto venir, y tuviste mayor sensibilidad a la mía. No quise darle el peso tan brutal, a tus palabras. Preferí adormecerme, buscar ese espacio o aire de posibilidad distinta a lo que sugerías. No era sugerencia, era como siempre, tu observación inminente e inclemente, a raja tabla. Sin lugar a dudas. Sin fisura… Eso sí, valerosamente doliente.
Conseguí distracción en el horizonte, en la vaguedad de las formas, en la esperanza. Pero, esperanza no hay, no existe, se largó entera…, y de haberlo descubierto a tiempo… ¿A tiempo? Me sorprendo de mi pensamiento. Pude haberlo descubierto, pero sólo eso, antes o después, nunca a tiempo.
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Desnudez, nuevamente total en este sitio, con luces, y flashes, y gritos… Prolongación de las ideas, sobre la carne.
