Por Magdalena Carreño
Sí, mi lugar favorito para leer, sin dudarlo ni un momento, es mi cama. Sobre todo en días grises y lluviosos como los que últimamente han llegado a la Ciudad de México. Son esas mañanas nubladas cuando cierto espíritu rebelde me dice: ¡No vayas a trabajar, quédate, te faltan sólo unas páginas! Aunque inevitablemente el sentido de responsabilidad termina venciendo.
¿Qué hace de un lugar un espacio indicado para leer? Sé que ante todo la voluntad es la que define si queremos o no continuar con la siguiente página, en este momento, fente a mí una chica tiene entre sus dedos un ejemplar de Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, estamos en un vagón del Metro, muy cerca de la puerta y no importa el hombre que ha subido para vender barritas integrales, ella no pierde el hilo de su lectura. ¡Qué importan los apretujones, las entradas y salidas! ¡Ella no suelta el libro!
Tengo que admitir que se todos los transportes ha sido el Metro el que más ha contribuido a mi memoria lectora, en particular las líneas 2 y 3. Henry Miller, Enrique Vila-Matas, H.P. Lovecraft, John Hersey… son algunos de los nombres que me han acompañado en diversos viajes, primero los relacionados con la universidad y luego, en mi etapa laboral.
Fuera de casa ha sido el Metro el lugar que más me ha acercado a la lectura, a diferencia de otros transportes como los autobuses o incluso los aviones, donde siempre termino mareándome. Tal vez sea algo condicionado por mí misma, pero muchas veces he pensado recorrer de terminal a terminal una línea para poder leer con calma.
Otro de los sitios donde me gusta leer son las cafeterías, aunque encontrar la indicada tampoco es fácil. Depende del tipo de asientos que tenga, su ubicación, que los meseros no te interrumpan cada minuto para saber si quieres algo más que el café, la música, lo popular que sea…
Es un cliché pero ha sido la franquicia de Seattle donde mejor atmósfera para leer he encontrado, en particular una ubicada en una antigua ex hacienda, cuya terraza parece aislarte del mundo. Tomar café y leer son dos de las cosas que más feliz me han hecho.
Como lo comenté en las columnas dedicadas a libros y música, leer en completo silencio no es una buena opción para mí. Por ello, a pesar de que las bibliotecas me imprimen mucho respeto no me siento muy a gusto yendo a ellas si no tengo como fin hacer una investigación en particular. Supongo que estos lugares, en estos tiempos, deben estar replanteando sus mismos espacios, cambiando las rígidas sillas por sillones cómodos y abriendo, en caso de que las tengan como la Biblioteca Vasconcelos, sus áreas verdes para que los lectores tengan otro tipo de experiencia. Las bibliotecas deberán transformarse en experiencias lectoras que dejen de lado la terrible rigidez y solemnidad que por muchos años nos han inculcado.
¿Cuál ha sido el lugar más extraño en el que han leído? ¿Han pensado ir a un cementerio y ahí sumergirse en los relatos de Edgar Allan Poe? ¿Cuál es su lugar favorito para leer?
En un mundo ideal, en mi mundo ideal imagino que estoy en una cabaña cerca de un bosque, hay un lago que puede verse a través de la ventana y yo estoy sentada en una confortable silla de mimbre o bien, me pienso en la playa, bajo la sombra de una palapa y meciéndome en una hamaca con la brisa en el rostro y en las páginas del libro en turno. Estos son los rincones ideales que crearía, aunque mientras llegan esos momentos mi cama y el Metro no me van nada mal.
Recuerden compartir sus experiencias lectoras y opiniones con @nuitale y a @LaLibretadeIrma

Deja una respuesta