Por César Navarrete
Antes de que mi madre y yo conociéramos la Plaza Roja, el Kremlin, la Catedral de San Basilio…, muy temprano, comenzamos el recorrido por el célebre metro moscovita y sus hermosas estaciones.
El día anterior, por nuestra cuenta, ya nos habíamos aventurado a transportarnos en él cuando nos dirigimos al Cementerio de Novodévichi, donde reposan destacadas personalidades de la sociedad rusa.
Descendimos con el grupo en una estación sobre la avenida principal de la ciudad. El guía puntualizó que «si alguien se perdía, el punto de encuentro sería la Plaza Roja».
A decir verdad, olvidé el nombre de la estación, pero recuerdo que en la pared del fondo del andén había una placa dedicada al novelista Máximo Gorki. Ahí se congregaron mi madre y los compañeros de la excursión por un instante. Yo me alejé para tomar algunas fotografías, y cuando me percaté, el grupo había desaparecido.
Mi primer pensamiento fue para mi progenitora. Hacía tan solo un mes que se había caído y fracturado el tobillo, por lo que su viaje se vio seriamente comprometido. Finalmente pude hacerlo sin el yeso ni las muletas.
Los días previos, en la Ciudad de México, Laura, mi tía, me suplicó bastante afligida: —Por favor, no se te vaya a perder mi hermana. Yo movía incrédulo la cabeza mientras recordaba sus palabras a kilómetros de distancia y me repetía mentalmente la frase: «Lo primero que te dicen, y lo primero que haces».
Después de innumerables vicisitudes —la encargada de la taquilla me llevó al tren que debía tomar, un par de soldados del otrora Ejército rojo me señalaron dónde tenía que descender, un policía nunca comprendió lo que le preguntaba…— llegué al punto de reunión mucho antes que los demás.
Caminé una y otra vez por los alrededores hasta que algunas horas después, mientras deambulaba cansado por Krásnaya plóshchad, la Plaza Roja, en una de las esquinas del gigantesco centro comercial GUM, identifiqué a algunos miembros y conversé con ellos brevemente.
A la distancia, a algunos pasos del Museo Histórico, distinguí a una mujer pequeña ataviada con una chamarra que recorría desenfadadamente la zona con un bastón.
¡Había recuperado a mi madre!

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