Por Gabriela Pérez
El estratovolcano Tambora, hace más de 43.000 años, formó una “caldera” que los flujos de lava llenaron durante el Pleistoceno. Durante los primeros tiempos del Holoceno su actividad cambió y predominaban las erupciones volcánicas. En 1815, este volcán fue protagonista de una gran erupción, alcanzando un índice de expresividad volcánica de 7. Los flujos piroclásticos bañaron toda la península y llegaron al mar, y la caída de tetra devastó las tierras de cultivo, causando más de 60.000 víctimas.
Tambora llevaba dando muestras de actividad desde 1812, cuando empezó a retumbar y a generar un nube negra. Por aquél entonces la predicción de erupciones volcánicas no era tan avanzada. El 5 de abril de 1815, se produjo una erupción moderada seguida de sonidos atronadores que pudieron escucharse, según testimonios, a más de 1.000 kilómetros de allí. El 6 de abril, empezó a caer ceniza volcánica sobre el este de Java acompañada de débiles sonidos de detonaciones que se mantuvieron hasta cuatro días después. A las 7 p.m. del 10 de abril, las erupciones se intensificaron. Tres columnas de fuego ascendieron y la montaña se transformó en una masa de fuego. A las 8, comenzaron a llover piedras de piedra pómez de hasta 20 centímetros de diámetro. Entre las 9 y las 10, empezó a caer la ceniza volcánica sobre la isla. Los flujos piroclásticos enterraron la ciudad de Tambora.
La columna eruptiva llegó hasta la estratosfera. Las partículas más pesadas de ceniza cayeron de nuevo al suelo después de una o dos semanas, pero las más finas permanecieron en la atmósfera desde unos meses hasta años después. El viento esparció estas partículas alrededor del mundo creando fenómenos ópticos. El color del cielo durante las puestas de sol aparecía naranja o rojo cerca del horizonte y violeta o rosa por encima.
Este año coincidió con un período de baja actividad magnética del Sol que se conoce como Mínimo Dalton, que también influyó. Pero fueron las cenizas expulsadas a la atmósfera y transportadas por todo el mundo las que impidieron que la luz del Sol llegara a la Tierra, con el consecuente enfriamiento del clima en el Hemisferio Norte. Estos hechos, combinados, se convirtieron así en los responsables de sequías, hambre, lluvias, nevadas, etc. El frío reinó en invierno, pero también en primavera y en verano, y la pérdida de las cosechas, en particular en aquellos tiempos, significaba la muerte.
En Francia, debido al frío, se perdió toda la cosecha de vino. Irlanda sufrió lluvias prácticamente durante todo aquel verano, y a este humedad se acusó de provocar la epidemia de tifus que vivió el país de 1816 a 1819. La mezcla de nieve con la ceniza volcánica provocó la caída de nieve amarilla y marrón en Hungría e Italia. En Gran Bretaña se abolió el impuesto a las ganancias por la escasez de alimentos. En Suiza sufrieron tanta hambre que llegaron a comer musgo.
La falta de alimentos subió el precio del grano. En China, el frío y las inundaciones destrozaron las cosechas y mataron a los búfalos de agua. En India, las fuertes lluvias empeoraron la epidemia del cólera que sufrían y la extendieron desde Bengal hasta casi Moscú. El hambre había debilitado a la población, que era más vulnerable a las enfermedades. Así, el cólera se extendió por toda Europa.
¿El frío agudiza el ingenio?
No todo lo que nos dejó aquel año fue malo. Kart Drais inventó el draisine, a orillas del Lago Ginebra, en Suiza, se encontraba Villa Diodati. En aquel verano de 1816, se encontraban allí el poeta Lord Byron, su médico personal John Polidori; Percy Bysshe Shelley, también poeta, y su esposa, Mary.
Se cuenta que, aburridos, sin poder salir de casa a causa de las lluvias, apostaron: ¿Quién sería capaz de escribir la narración más terrorífica? Y de allí, salió un vampiro de la de historia de John Polidori. El clima inspiró a Lord Byron para escribir un poema al que llamó Darkness,
«Tuve un sueño, que no fue un sueño. El sol se había extinguido y las estrellas vagaban a oscuras en el espacio eterno. Sin luz y sin rumbo, la helada tierra oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna. Llegó el alba y se fue. Y llegó de nuevo, sin traer el día. Y el hombre olvidó sus pasiones en el abismo de su desolación.(…)»
De aquella apuesta tenemos hoy Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, quien tenía apenas 18 años al comenzar a escribirlo. Fue escrito en 1816, un momento en el que se desarrollaban grandes cambios científicos: la mecanización para la industria, se había descubierto la electricidad –a la que se podía almacenar en baterías para emplear en experimentos-, se buscaban usos y explicaciones científicas y religiosas. Ciencia y Religión se enfrentaban en un creciente temor de que los científicos pudieran comportarse como Dios y controlar la vida mediante las nuevas tecnologías, o incluso crearla, era una temible idea. Muchos científicos eran calificados como “posibles destructores de la humanidad”. Para una joven como Mary Shelley, las historias de los científicos que llevaban sus experimentos demasiado lejos, se convirtieron en influencia para su compleja creación.
“Una lúgubre noche de noviembre vi coronados mis esfuerzos. Con una ansiedad casi rayana en la agonía, reuní a mi alrededor los instrumentos capaces de infundir la chispa vital al ser inerte que yacía ante mí. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeteaba triste contra los cristales, y la vela estaba a punto de consumirse cuando, al parpadeo de la llama medio extinguida, vi abrirse los ojos amarillentos y apagados de la criatura; respiró con dificultad, y un movimiento convulso agitó sus miembros.“
Publicado en 1818, Frankenstein puede ser visto como la representación literaria de una parte de la Ciencia de aquél tiempo. Se cree que Shelley se inspiró en trabajos de científicos que experimentaban con la electricidad para “devolver la vida a los muertos”, es posible que la historia de Frankenstein se base en experiencias de genios como Luigi Galvani, Giovanni Aldini, Andrew Ure y Konrad Dippel. Los cuatro desarrollaron experimentos sobre cuerpos muertos, trabajaban con fuerzas que no entendían, se basaban en una zona nebulosa entre la Ciencia y lo sobrenatural. Todos maravillados por esa maravillosa fuerza llamada electricidad.
«June 1816, a sudden snowstorm blankets all the countryside,
So Mary Shelley had to stay inside and she wrote Frankenstein,
Oh, 1816 was the year without a summer.»
1816: The Year Without A Summer; Rasputina

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