Los funerales de Ignacio Padilla


Por Kristian Antonio Cerino

(Foto de portada noticiaslainformacion.com)

En las primeras horas del sábado 20 de agosto de 2016 murió el escritor mexicano Ignacio Padilla.

Semanas antes, el autor de Espiral de artillería asistió a un Encuentro de escritores en Nicaragua.

En Managua, Padilla accedió a ser fotografiado por Daniel Mordzinski, un argentino bautizado como el fotógrafo de los escritores.

Mordzinski ha retratado a todo dios, literalmente. Ahí está Borges rodeado de su mundo, Bioy ensimismado y viejo, Cabrera Infante en su rincón adormecido de Londres, Camilo José Cela de sí mismo, Julio Llamazares descalzo, Gabriel García Márquez asomándose al mar desde una escollera, Ángel González alzado sobre el suelo, Laura Restrepo abrigadísima, Wendy Guerra desnuda, Ernesto Sábato triste, Jorge Amado descalzo también pero con las pantuflas a punto, en París, Benedetti en medio de un campo de fútbol en el que un niño juega indiferente… Así redactó el periodista Juan Cruz en el diario español El País.

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Retrato de Ignacio Padilla por Daniel Mordzinski. ©Daniel Mordzinski

 A Padilla, Mordzinski lo retrató en medio de ocho ataúdes. De acuerdo con el periodista Xavier Quirarte, en Milenio, el fotógrafo argentino habría de decir más tarde, al enterarse de la muerte del escritor mexicano, que el suceso se le hacía “premonitorio”; que el día en que Padilla se sentó en el piso entre los féretros éste le dijo al final que la sesión la tomaba con cierto humor.

 Padilla murió por la imprudencia de un chofer en la ciudad de Querétaro, su casa. Según publicaciones periodísticas el escritor fue llevado a un hospital llamado Star Médica. Pese a los intentos médicos, el cuentista y novelista dejó de vivir, y a su vez dejó sobre el escritorio y la máquina de escribir un sinfín de escritos y proyectos literarios.

—Sus hijos encontrarán muchas cosas en el escritorio —dijo Francisco Jerónimo Sebastián de Aparicio Padilla, el padre del escritor.

 Con el automóvil desecho, otro amigo del escritor también falleció en los alrededores del centro comercial Antea en Querétaro. Se sabría después que el primer director de la mega biblioteca José Vasconcelos, la misma que cerró simbólicamente por fallas en la infraestructura en el sexenio de Vicente Fox, viajaba con destino a Guadalajara, reseñó la agencia Quadratin. Una nota posterior de El Universal corregiría el dato: iba a San Luis Potosí y lo hacía solo en su Honda gris.

Cero detenidos. Cero responsables. Una pérdida irreparable. Sólo se sabe que el conductor del tráiler que provocó el accidente desapareció del periférico de la ciudad.  

 Entonces su muerte comenzó a replicarse en todas partes. Sin embargo, el portal de noticias tituló “La muerte de Ignacio Padilla, un erudito de Cervantes, 48 años, sorprende al medio literario”. Y agregó: el titular de la Secretaría de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa confirmó el deceso, “lamento el fallecimiento de Ignacio Padilla, un hombre de letras en el más amplio sentido de la palabra. Mi pésame a su familia”.

 No sabemos quién en todo México fue el primero en anunciar la muerte del literato. Pero el mensaje más compartido en las redes digitales fue el de las lamentaciones. Su adiós repentino, una calamidad, se publicó en los diarios del país: La Jornada, Reforma, Animal Político, El Financiero, Proceso, entre otros, y también en los extranjeros: la BBC, El País, Newsweek y Le Monde. Éste último, de origen francés, le dedicó un obituario.

 “Era una figura destacada del México literario, miembro de la Academia de la Lengua desde el 2011, premiado en diversas ocasiones tanto en América Central como en España”, escribió la periodista francesa Florence Noiville.

 El primero en redactar un comentario en su espacio de opinión en El País fue Jorge F.  Hernández. A la memoria de Padilla el artículo se cabeceó: Sonrisa intemporal:

 Envidia. Sobre todo era envidia lo que conllevaba la admiración por la obra de Ignacio Padilla, cuya muerte tan joven nos deja con un vacío multiplicado de tristezas. Habiendo ganado tanto (en números crecientes de lectores, en premios literarios y prestigio), Nacho tenía aún tanto por dar, y quedan dolorosamente pendientes todos los libros con los que dábamos por hecho su vejez.

 El día en que Padilla murió, en Querétaro, llovía. La hipótesis es que el choque del tráiler con otros automóviles se debió al aguacero. La lluvia continuó durante las próximas horas en que le velaron y sepultaron en la ciudad de México, la capital del país en la que desarrolló gran parte de su trabajo literario, un trabajo que ampliaría en España, Escocia y Sudáfrica.

 El sepelio de Padilla fue un entierro pasado por lluvia. El periodista Xavier Quirarte ambientó así lo sucedido en la funeraria Gayosso la noche del sábado 20 de agosto.  

 “Noche de lluvia, noche de duelo se vivió durante el velorio del escritor. Su muerte inesperada en un accidente automovilístico a los 48 años reunió a sus familiares, amigos, maestros y hasta discípulos del autor de obras como La catedral de los ahogados”…

 Alrededor del féretro podía verse a escritores como Rosa Beltrán, Ignacio Solares, Jorge Volpi, Alberto Chimal, Xavier Velasco, entre otros.

 “Estoy muy consternado, no me cabe en la cabeza lo que ha ocurrido, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que pueda asimilar esta oquedad tan espantosa, una muerte tan repentina”, dijo el escritor Gonzálo Celorio a El Universal.

 La Universidad Iberoamericana, en la que Padilla estudió Comunicación y en la que después retornaría para ser profesor de literatura, lamentó su partida. En su página de Internet, la Ibero publicó: “Más allá de sus manifiestos logros y éxitos tanto literarios como académicos, esta comunidad quiere expresar la intensa admiración y enorme cariño que tenemos para Nacho, y que esta pérdida supone un enorme vacío para cada uno de sus miembros”.

 Fue un escritor que había alcanzado “su madurez”, afirmó a su vez Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua.  

En estos días del sepelio, el padre de Ignacio Padilla contó que cuando éste le dijo que sería escritor, su respuesta fue inmediata: “te vas a morir de hambre”.

 Para mi patria, México, “también es una gran pérdida”, añadió después.

 En una nota de la periodista Yanet Aguilar, en El Universal, el padre de Padilla confesó que no pudo comprender todas las obras literarias de su hijo: Me pasaba sus primeros escritos y yo le decía, seguramente debe ser una obra de arte porque no entendí ni madre.

 “Jamás crucé palabra con Ignacio Padilla (1968-2016), aunque atestigüé intervenciones suyas en diferentes eventos en los que se expresó con mesura y respeto por la audiencia, virtudes cada vez menos frecuentes en un medio literario que no pierde oportunidad para el desaire. La crítica debería mantener el temple en momentos de estrés, pero esta no es la ocasión para hacerlo. En breve: su muerte impone un día negro para las letras mexicanas, para el arte del país, para la reconfiguración permanente de su identidad, para su día a día. Una lengua pierde a uno de sus orfebres aventajados, baste decir».

«Ignacio Padilla, orfebre aventajado de la lengua”, escribió a los pocos días Luis Bugarini, crítico literario en la revista Nexos.

Padilla fue sepultado en el panteón Francés. Con una misa le despidieron familiares y amistades y desde entonces se le preparan más homenajes en ferias de libros y en la pronta publicación de otras obras que preparó antes de la muerte.

 Al recibir un reconocimiento en Bellas Artes -semanas antes de partir-, Padilla dijo que no le alcanzaría la vida para narrar todo lo que quisiera contar:

 “Quiero que mis cuentos se lean en un futuro, cuando no esté, como biografía. A todos los encuadro en lo que llamo micropedia; ése será algún día el nombre de mi obra cuentística”.

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Jorge Volpi. Foto: commons.wikimedia.org

Jorge Volpi, amigo y compañero de grupo literario de Padilla, escribió en el diario Reforma:

“Un amigo como Nacho es un espejo en quien te reflejas y contrastas, te descubres y ruborizas, te enardeces y reconcilias (…) Ganó, sí, cuanto premio se topó en el camino hasta que se le agotaron (…) No es el cariño el que me lleva a afirmar que fue uno de los mayores cuentistas de nuestro tiempo”.

Para Alberto Chimal, el autor de La isla de las tribus perdidas y Arte y olvido del terremoto, “caía bien” y “se sentía cercano”.

Alberto Chimal
Alberto Chimal. Foto: Facebook del autor

En su página web Las historias, Chimal asegura que Padilla fue generoso con sus alumnos y un encantador de éstos a través de sus “largas digresiones sobre sus temas más queridos”.

Y agregó: «no sólo me golpeó por horrorosa, imprevisible, profundamente injusta. Me dolió también, como a tantos otros, la desaparición de la persona tras los libros».

Padilla seguramente navegará en el tiempo por el remar de sus lectores. Una treintena de obras, leídas y premiadas, continuarán por los caudales de la literatura. Escribió corto pero también redactó amplio: Su tesis de doctorado –se lee en la página de la Ibero-, que obtuvo por la Universidad de Salamanca, tiene mil 500 páginas. De esta tesis de grado salieron tres libros: El diablo y Cervantes, Cervantes en los infiernos y Los demonios de Cervantes.

 

 kristian

Cristian Antonio Cerino. Es académico y periodista en Tabasco. Edita http://www.diarioactivo.mx

 

 

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