Por Magdalena Carreño
Este 13 de septiembre se conmemoró el centenario del natalicio del escritor Roald Dahl. Entre las notas que circularon se veía escrito: «autor de clásicos de la literatura infantil», ¿en serio es necesario el adjetivo infantil? Para mí sus historias trascienden edades y nos recuerdan que aunque pasen los años existen actitudes que nos llevan a tener una vida más divertida y plena. Siempre trato de seguir consejos como este:
«Si piensas llegar a alguna parte en la vida, tienes que leer muchos libros».
El primer libro que leí de Roald Dahl fue Historias extraordinarias, publicado por Anagrama, creo que sin pedirlo una amiga en la universidad me lo prestó con la seguridad de que me gustaría y así fue. La historia que más recuerdo es la inicial, El chico que hablaba con los animales porque tiene una imagen poderosa: un adolescente sentado sobre el caparazón tortuga gigantesca desapareciendo en el horizonte marino. Hace 10 años que lo leí y aún puedo imaginar esa estampa.
Sin embargo, confieso que en realidad la primera historia que conocí de Roald Dahl fue Las brujas. Tenía 10 años cuando mi mamá me llevó al cine para ver esta adaptación de Nicolas Roeg, protagonizada por Anjelica Huston. Curiosamente para el escritor esta versión fue un terrible error, ya que él no estaba a favor de final feliz en el que el protagonista recobra su forma humana. Por ello, hasta su muerte no permitió que se adaptara de nueva cuenta alguno de sus libros.
El cine me acercó mucho a Roald Dahl. Sin duda para una gran mayoría de público Charlie y la fábrica de chocolates es su historia más popular debido a sus dos adaptaciones, la de 1971 protagonizada por Gene Wilder (quien falleció el 29 de agosto de este año) y más que nada, a la versión dirigida por Tim Burton en 2005, teniendo en el papel principal a Johnny Depp.
Le tengo mucho cariño a la lectura de este libro porque la hice en inglés y en ese entonces, vivía en Londres. Algo del frío invierno que me tocó vivir ahí se calentó con las palabras del autor nacido en Gales el 13 de septiembre de 1916.
Matilda y El Fantástico Señor Zorro son otras de sus obras que me atraparon en la pantalla grande y hay muchas más sí, como James y el melocotón gigante o Four Rooms, incluso sus gremlins han sido inspiración para varios argumentos de televisión y de cine.
De todos ellos, amo particularmente el personaje de Matilda, quien a pesar de la horrible familia que le tocó encontró la felicidad por medio de los libros, esa pasión desbordada por la lectura es lo que más me apasiona de ella y que a partir de lo que obtiene de este hábito hace de su mundo algo mejor.
¿De dónde provenía tal imaginación? Vivió experiencias similares a las de sus personajes con respecto a estar internado y estar en un ambiente donde los adultos imponían una visión totalmente restrictiva a su infancia. Además, tan sólo en su nombre estaba la penitencia, sus padres lo bautizaron como Roald en honor al explorador noruego que llegó a la Antártida. Así como él, decidió salir a la aventura y viajó, fue piloto e incluso se dice trabajo para la Inteligencia Británica. Se casó dos veces, la mayoría de sus historias las concibió para sus hijos, a quienes se las narraba antes de dormir.
Roald Dahl nunca menospreció la inteligencia de los niños, siempre se colocó en la misma posición ante la vida que ellos, por lo que su humor nunca fue edulcorado ni trataba de ser políticamente correcto. El mundo de los niños no es así; en una entrevista declaró:
«Si vas a escribir libros que gusten a los niños, debes ponerte de su parte y enfrentarte a los adultos; este es el único secreto».

Deja una respuesta