Por Celia Gómez Ramos
Desde pequeña, y por alguna extraña manera de registrar sus observaciones, aprendió que el residuo es lo único que importa.
Así que en cuanto le fue posible, decidió dejar de comer, para poder ser aquello único que importa.
El proceso fue paulatino, un verdadero trabajo de disciplina. Pues como le habían dicho sus mayores, a todo se acostumbra uno. Intentó entonces hacerlo práctica cotidiana, hábito.
Esa búsqueda del residuo, que puede funcionar en el proceso de escritura, a ella la tenía en pulimiento perpetuo.
Quería que la quisieran, sin extras superfluos.
Sabía que también tenía que ocurrir eso con las ideas, pero era pequeña. Sabía que, para depurar su pensamiento, no quedaría mucho tiempo. Sabía que éramos muchos, y que debíamos ocupar menos espacio. Ella se esforzaba. Debía enfocarse y desechar, hasta quedar solo con la idea maravillosa, única, con la que trabajar e ir limando. Cuerpo y mente en una sola idea. Eso bastaba…