Por Magdalena Carreño
Lo vio desde lejos. El pequeño anillo amarillo brilló y el salió corriendo.
Por la noche, su madre miró sus ojos y pasó lista a sus otros dos hermanos. La mesa estaba lista para que los cinco se prepararan.
–Bien, es momento de darles la noticia. Estoy esperando un bebé. El padre sonrió.
–Tendremos que apretar un poco el cinturón pero valdrá la pena ¿no creen? Tendrán a alguien más con quien jugar.
Los hermanos asintieron. En el fondo, experimentaban angustia pero la decisión ya había sido tomada y ellos siempre salían sobrando al dar su opinión.
Por la noche, el hermano de en medio les contó lo que había encontrado.
–Era como una sombra, no pude hacer nada. Lo vi cerca de la fábrica abandonada y ya saben que está prohibido ir allá.
Los otros dos se interesaron en el relato pero cuando terminó rieron.
–Estás diciendo tonterías. Has visto demasiada televisión.
Apagaron la luz. Minutos después el viento tocaba las ventanas ligeramente. El hermano de en medio seguía inquieto, escuchaba muy cercana a él una voz.
Pasaron los días, las mañanas y las tardes avanzaban con el trajín cotidiano, sin embargo durante las noches las sábanas se enredaban al cuello del hermano de en medio quien despertaba con las manos sudadas y escalofríos.
Ese miedo se extendió a los otros dos. Parecía que las paredes caían sobre ellos, el aire se viciaba hasta sofocarlos. Las voces se oyeron más fuertes y ellos temían a algo que aún no tenía nombre ni forma.
Cuando el momento llegó tuvieron que ir al hospital. Un niño de ojos oscuros, casi sin cabello los veía desde una cuna. Los padres estaban satisfechos y miraron a sus otros hijos. Aprovecharon la estancia para que un doctor los revisara.
–Al parecer no han dormido bien. ¿Qué tienen?
Ellos negaron con la cabeza y no dijeron nada.
El doctor les recetó algunas vitaminas y un té antes de ir a dormir. Si continuaban así los canalizarían con un psicólogo.
La familia se fue a casa. Esa noche estuvieron más inquietos, oían pasos, las sombras que los rodeaban crecían. Las sábanas se les enredaban como telarañas.
Un grito desgarrador. Silencio.
Los padres despertaron alarmados, corrieron a la habitación y se encontraron con tres cuerpos tendidos en el suelo, sin respirar y el bebé cubierto de sangre que agonizaba.
Por la ventana una luz amarilla desapareció ligera.

MAGDALENA CARREÑO. PERIODISTA, LECTORA COMPULSIVA, APASIONADA DE LA MÚSICA Y LAS ARTES PLÁSTICAS. CREO QUE LA LITERATURA ES EL MEJOR ESCAPE DE LA REALIDAD Y A LA VEZ, LA MEJOR FORMA DE ACERCARSE A ELLA. @NUITAILE
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