Por Pablo Espinosa
La decisión de los integrantes de la Academia Sueca de otorgar el Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan es un acontecimiento cultural de esos que forman parteaguas, porque enriquecen las nociones, amplían los conceptos y, sobre todo, recuperan sustancias sociales.
Toda polémica es positiva. A la que se ha generado como revuelo en resistencia, azoro, indignación inclusive, respecto de esta noticia, le faltan los argumentos. El pensador Nikolaus Harnoncourt murió hace unos meses con una preocupación sin resolver: el arte ha perdido su condición humana para convertirse en un bien de consumo.
La noción, el concepto, la sustancia, se desvanecen en medio del ruido de “redes sociales”, como un sucedáneo del ritual de compra-venta.
Bob Dylan no es un rock star. Es un creador artístico. Conjunta, como pocos, no solamente música y poesía. También el teatro (hay que ver con esos ojos sus conciertos), la pantomima, el cine (¿no parece de pronto el Gustav von Aschenbach/ Dirk Bogarde/ Gustav Mahler de Luchino Visconti mientras suena el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler en el filme Muerte en Venecia?), las artes plásticas.
Y eso, la recepción de la obra de arte, se ha convertido en deglución sin paladeo.
Bob Dylan es el aeda contemporáneo.
El aeda en la antigua Grecia conjuntaba en su ser el teatro, la danza, la música, la poesía, las artes todas. Al aeda le sucedieron los bardos, los juglares, los Escopas, los escaldos y los trovadores.
Cuando Gutenberg inventa la imprenta el aeda y sus sucesores enmudecen. Es entonces cuando se da la separación de las hermanas gemelas. Música y poesía.
Lo que hace Bob Dylan es recuperar la condición del aeda.
Y eso lo saben los sabios, los integrantes de la Academia Sueca. Y de paso se divierten lanzando jiribilla contra Donald Trump.
Algo semejante hicieron el año pasado, cuando osaron premiar a una reportera, Svetlana Alexievich. Hubo rasgamiento de vestiduras. Las sigue habiendo.
¿Qué recuperaron los suecos al premiar a una reportera?
Nada menos que el sentido de la historia. La frase “dar voz a los que no la tienen”, cobra sentido.

Para los historiadores, para la ciencia, la historia está conformada por hechos. ¿Y las personas, no cuentan? Preguntó Svetlana y con esa bandera orientó su trabajo periodístico. Sus historias no sólo conmueven, no solamente están escritas con maestría. Muestran la historia más de cerca: la de los sentimientos, los sentires y pensares de la gente. La gente, que hace historia. Y que los historiadores hagan la suya.
Robert Zimmermann es un poeta cuya profundidad, puedo demostrarlo, conocen todavía pocas personas.
Una de las bondades de los premios Nobel es que los lectores conocen a nuevos autores que de otra manera pasarían desapercibidos.
Los tres discos recientes de Dylan: Time out of mind (1997), Modern Times (2006) y Tempest (2012) coronan una trayectoria de alguien que ya está en la posteridad.
El estremecimiento de poemas como The Chimes of Freedom se convierte en estas recientes obras maestras en dramaturgia honda.
La discusión sobre el pulgar hacia arriba en Facebook o hacia abajo dientes para adentro está apenas comenzando.
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