Por Irma Gallo *
Toda la novela acompaña al lector un sentimiento de angustia. Como uno de esos sueños en los que un enjambre de insectos brota de la boca y no hay manera de detenerlo. Será porque en Nínive (Almadía, 2015), de la sudafricana Henrietta Rose-Innes (Ciudad del Cabo, 1971), unos insectos misteriosos se apoderan poco a poco, casi sin que se note, de un lugar supuestamente inmaculado, un complejo de departamentos que sólo los ricos pueden soñar con habitar.
Estos insectos extraños, parecidos a un escarabajo verde esmeralda pero con más pares de patas, en un primer momento serán invisibles hasta para una experta en plagas -mejor dicho, en “reubicación de plagas”- como Katya Grubbs.
“Entren, entren; infesten, invadan. Denme una razón para estar aquí!”, grita la mujer, desesperada, cuando al cabo de un par de días en Nínive, el lugar que le han encargado limpiar de estos insectos, no ha conseguido ni siquiera verlos. Parece que la razón le está jugando una mala pasada.
Sin embargo, estos bichos pronto dejarán al descubierto que el proyecto inmobiliario está construido bajo cimientos poco claros.
“Quería que Nínive representara un complejo ecosistema urbano”, afirma en entrevista para Gatopardo la ganadora del Caine Prize en 2008 para el mejor cuento en inglés escrito por una autora africana por Poison. “Sus diferentes actores, humanos y no humanos, están buscando formas de vivir juntos en una ciudad cambiante. Creo que refleja la vida en muchas partes del mundo, especialmente en tiempos de agitación económica y política, y rápida urbanización. Pero cada ciudad tiene su propio mundo. Más que apuntar el boceto de una “sociedad Sudafricana”, Nínive intenta evocar un sentimiento intenso de pertenencia, una visión muy particular y personal de Ciudad del Cabo”, concluye.
La novela parece, en momentos, una narración de H.P. Lovecraft. Aquí sucede lo mismo que el autor de La llamada de Cthulhu escribió al comienzo de La casa maldita: “Incluso en el mayor de los horrores rara vez se encuentra ausente la ironía”. Y es que en Nínive el humor negro juega una suerte de papel de válvula de escape para la tensión en la que viven los personajes, sobre todo la protagonista.
Por otra parte, esta historia no se desarrolla en un espacio aislado, ajeno a la realidad: “Por supuesto, hay puntos de inflexión específicamente sudafricanos. Debido a la herencia del apartheid, la nuestra es una sociedad particularmente fracturada. Hay muchas comunidades e identidades, con muy diferentes, desiguales y contradictorias experiencias”.
Una lectura rápida, a vuelo de pájaro, de Nínive, podría hacerla pasar por una metáfora de lo que ocurre cuando el hombre invade reservas naturales para levantar complejos departamentales sin importarle destruir los hábitats de las especies endógenas. Pero Innes advierte que su intención fue mucho más allá:
“Intento evitar la simple dicotomía deI hombre contra la naturaleza. La distinción entre lo natural y lo humano es artificial: somos partes interdependientes de un sistema complejo. Pero los seres humanos sienten que sólo ellos pueden controlar el medio ambiente, y ésta es una gran ilusión” advierte la autora de Shark´s Egg. “El deterioro, en la novela, no es malo. Es parte del ascenso y la caída de cualquier ciudad, de cualquier sistema natural. Si el libro tiene un mensaje, es que debemos reconocer y hasta aceptar estos ciclos de cambio: no hay porqué temerles”.
A diferencia de lo que ha ocurrido en países como España, en donde una vez que se “desinfló”, la burbuja inmobiliaria trajo consigo el quebranto de miles de historias patrimoniales y personales, con desahucios y suicidios como consecuencia, en Ciudad del Cabo, según explica Innes, todavía no se presenta un colapso.

“Se han construido muchos complejos cercados, con frecuencia tan insípidos y tan poco auténticos como los excesos babilónicos de Nínive, y algunas veces interfieren en los ecosistemas naturales, como sucede con los humedales en la novela. Como en muchas zonas turísticas del planeta, estas casas son adquiridas por extranjeros que están ausentes la mayor parte del año”, comenta la escritora, cuyo relato Promenade fue incluido en la antología de la revista Granta de cuento africano en 2011.
Otro personaje que mantiene a Katya constantemente en el borde de la cordura, ya que ejerce una fuerte atracción sexual sobre ella, pero además es quien la contrata, es el señor Brand, el desarrollador inmobiliario que ha invertido una fortuna en Nínive y no puede empezar a recuperarla hasta que no se extermine a la extraña plaga que ahí habita.
“Sobre el señor Brand te puedo decir que hay una larga historia de estafadores que han llegado a Ciudad del Cabo a hacer dinero fácil, alentando la corrupción y dejando atrás proyectos fallidos. Pero este personaje no se basa en una persona real en particular, sino que representa un gran número de tendencias desafortunadas”.
A la par de la historia de la plaga incontrolable en el complejo urbanístico, Nínive narra otro deterioro: el de la relaciones familiares de Katya, la protagonista, que parece sólo poder establecer lazos saludables (hasta cierto punto) con su sobrino Toby, hijo de su única hermana, Alma, a quien contrata para trabajar con ella.
Ambas mujeres fueron abandonadas por su madre cuando aún eran niñas, y dejadas bajo la tutela de su padre Len, de quien Katya heredará la vocación por librar de las plagas a las “inmaculadas” casas y oficinas de los seres humanos que pueden pagar por ello. Aunque hay una diferencia sustancial entre el trabajo del padre y la hija: mientras aquel extermina las plagas, ella las reubica. Esto es, las saca del lugar en el que están provocando problemas y las lleva a un hábitat natural, lejos de los quisquillosos seres humanos.
Pero Len, que no dura mucho en un empleo, que vive donde le agarra la noche, que nunca tuvo una frase de cariño para sus hijas, es en sí mismo una plaga de la que Katya difícilmente puede escapar. Henrietta Rose-Innes describe al personaje de esta manera:
“Len es una fuerza de la naturaleza, que lleva el caos y el desorden a la vida de sus hijos. Katya trata de negar esta parte de su propia psique, pero Len sigue volviendo de las profundidades para recordársela, al igual que los insectos vuelven a Nínive. Son una fuerza viva y destructiva que no puede ser controlada, con la que debes negociar”.
Cuando Katya cree haberse deshecho para siempre de su padre, pues hace meses que no lo ve ni sabe de él, Len regresa a su vida. Es el momento y el lugar menos oportunos: cuando la joven mujer está iniciando el trabajo en este complejo habitacional, ya siente la presión del sr. Brand por terminar pronto, y aún no ha logrado ni siquiera ver a los insectos.
Entonces aparece ese padre, que es como una laja pesada que se instala en la espalda de la mujer y la dobla, al punto que parece que la va a romper, destruyendo toda su seguridad en sí misma.
Por su parte Alma, la hermana mayor, logró romper cualquier lazo con Len desde que era una adolescente, cuando él le dobló con tal brusquedad la muñeca que casi se la fracturó, y ella abandonó el hogar para no volver nunca más.
Sin embargo, la autora de The Rock Alphabet no duda en defender a su personaje.
“Ha sido interesante para mí ver cómo Len resulta tan atractivo para los lectores, a pesar de sus defectos”, dice la también ensayista y traductora. “Ese tipo de energía anárquica es atractivo; Len trae sorpresa y, a menudo, humor negro a la narración”.
Como en las grandes novelas clásicas al estilo de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, cuando todo se se está desmoronando en la vida de los personajes también su entorno natural se descontrola. Una imagen clave de Nínive es la del señor Brand hundiéndose hasta la cintura en los cimientos de su pretencioso complejo habitacional de lujo, construido encima de un humedal.
*Una versión de esta entrevista se publicó en la revista Gatopardo.
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