Por Celia Gómez Ramos
Una mañana, acostumbrada a ir al mismo mercado desde hacía tiempo, comenzó a charlar conmigo como si compartiéramos desde siempre y con gran alegría, la mujer que tenía al lado, comprando lechuga y espinacas, igual que yo. Hasta donde llegaba mi memoria sí la había visto en ese espacio pero nunca había platicado con ella, ni siquiera sonreído. Y miren que sonrío a la menor provocación, herencia de no sé quién, o acaso rasgo personalísimo.
No solo ocurrió con esa mujer, sino con algunas otras personas; lo que hizo que al llegar a casa, fuera a buscar un espejo, me observara detenidamente, y me preguntara y revisara si me veía distinta.
Seguía, hasta dónde yo me recordaba, siendo la misma. No tenía nada extraño. Ni más chapas en el rostro. Tampoco me había crecido el pelo, y vestía más o menos de la misma manera. Sostenía que continuaba siendo la de siempre, incluso con mis mismas bobadas.
Al proseguir mi trayecto por el mercado, aquel mismo día, comprando carne y fruta, tuve la dicha de encontrarme con una de las mujeres a las que veía siempre, y nos saludamos cariñosas. Incluso comenzamos a charlar de lo que habíamos hecho los últimos días. Eso me tranquilizó de alguna manera, y olvidé el incidente, sin embargo…
Con el paso de las semanas, el fenómeno persistía. Me seguían saludando o sacando palabras, personas con las que nunca había charlado. Así, aun al caminar por la calle.
Debo decir que no me cuesta trabajo entablar conversaciones, pero si uno va por la calle, siempre sabes a dónde vas, llevas el tiempo medido, y tampoco te interesa ponerte a platicar y platicar.
Pensé de repente que me habían querido jugar una broma entre unos y otras, y por eso llegaban a saludarme y charlar conmigo, pero después recapitulé y concluí que no había ni quién lograra eso, ni para qué. Pues tendría que ser una mente demasiado sofisticada, para que controlando a los demás, me hicieran pensar que comenzaba a perder los cabales.
¿Me había vuelto otra? La situación era que aquellos con quienes sí recordaba charlas y saludos constantes, continuaban igual. Pero, ¿y estos otros? ¿De dónde habían salido?
Tenía una de dos, asumir la vida como venía, sin buscarle explicaciones a todas las cosas, o sentir que era dos, esta que soy y la otra.
Después pensé que quería ser la otra, esa de la que no me acordaba.
*****
El texto anterior podría invertirse en dos líneas:
Un día, esa gente que ella conocía, fue otra. Desde luego, ella ni siquiera supo, que la otra, era ella.

CELIA GÓMEZ RAMOS ES PERIODISTA Y ESCRITORA MEXICANA. LICENCIADA EN CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN POR LA UNAM, CON ESTUDIOS EN LA FUNDACIÓN NUEVO PERIODISMO IBEROAMERICANO, LA ESCUELA DINÁMICA DE ESCRITORES Y EN 17, INSTITUTO DE ESTUDIOS CRÍTICOS. SIN DIOS Y SIN DIABLO ES SU SEGUNDA NOVELA EDITADA POR PLAZA Y JANÉS. LAS AMOROSAS MÁS BRAVAS ES SU PRIMER TRABAJO PERIODÍSTICO DE LARGO ALIENTO IMAGEN-TEXTO CON LA FOTÓGRAFA BÉNÉDICTE DESRUS. HA PUBLICADO CUENTO, ENTREVISTAS, REPORTAJES Y CRÓNICAS EN DIVERSAS REVISTAS NACIONALES E INTERNACIONALES. A PARTIR DE 2009 ESCRIBE LA COLUMNA SEMANAL “MUJERES EN BUSCA DE SEXO” EN EL SOL DE MÉXICO Y DIARIOS DE LA ORGANIZACIÓN EDITORIAL MEXICANA. ES UNA BUSCADORA DE HISTORIAS, Y ADORA PULSAR LA CIUDAD Y A SU GENTE. NUNCA USA PSEUDÓNIMOS “PORQUE ES TAN DIFÍCIL SER UNO, QUE PARA QUÉ TRATAR DE SER DOS”.
Deja una respuesta