Por Gabriela Pérez
Soñé que estaba de nuevo en Lisboa.
Encima de algunos de sus restaurantes o espacios en “casas de comidas” con hechuras de taberna, se alza un entresuelo que tiene el aspecto casero y pesado de un restaurante de ciudad pequeña, con interminables escaleras, balcones perennes, ausencia de tren.
El deseo de sosiego y la conveniencia de circunstancias, me llevaron durante un período de mi vida a ser parroquiana temporal de uno de esos entresuelos. En esos refugios visitados casi todos los días de la cortísima temporada que pasé ahí, frecuentemente encontré curiosos tipos, rostros que no mostraban ningún interés, pero que a mí me resultaban intrigantes.
Nací en una era en el que un gran sector de jóvenes había perdido la creencia en Dios, por la misma razón que los mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, como el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa. Sin saber por qué, se perdieron creencias.
Pertenezco, sin embargo, a esa especie que está siempre al margen de aquello en lo que está, no sólo veo la multitud, sino también los grandes espacios que hay entre cada partícula, espacios en los que quiero estar.

¿Qué le queda entonces sino la renuncia por modo y la contemplación por destino? ¿Son mis premoniciones partes de mi destino? ¿Tengo premoniciones en mis sueños?
Podría parecer que la conciencia onírica es especial para los filósofos, pero no es así.
Fue en Asia donde el sueño lúcido alcanzó mayor continuidad y coherencia.
Ahí el sueño marcaba, se tornó sólido en aquellos lares, elaboraron con él un corpus de ejercicios con carácter místico practicados en monasterios del Tibet durante siglos.
Todo lo contrario ocurrió en la cultura occidental, donde este tipo de experiencias son vistas con recelo. Esta clase de onirismo se cultiva solo de manera aislada. Por exploradores de parajes desconocidos.
Las premoniciones son engañosas, lo sé. Son como los sueños, pueden ser literales o metafóricos. Desde hace unos años, mis recuerdos son sólo imágenes, imágenes con las que construyo escenas, que extrañamente, son certeras.
No obstante, me cuesta creer en las premoniciones porque no hay en ellas nada de lógica.

La primera vez que recuerdo haber reído a carcajadas tenía cuatro años.
Cuatro, lo sé porque tenía puesto ese vestido azul pastel con cinturón de tela amarillo canario, el mismo de la primera de mis fiestas, el mismo con el que encontré a mis padres haciendo eso, eso que para mí fue inusual por muchos años. Estaban riéndose. Se reían mucho, mucho. Estaban tumbados en el suelo doblados de risa. Yo no sabía de qué se reían, pero era evidente que disfrutaban mucho. Yo quería participar, quería ser parte de su juego. La risa puede llevarnos a lugares extraños en materia de ruidos.
¿Qué es exactamente este estado de ensueño en el cual se puede despertar a la conciencia dormida? Me han dicho que se trata de un estado intermedio entre el sueño y la vigilia, no es un estado alucinatorio. No alucino cuando lo alcanzo, no estoy semidespierta sino profundamente dormida. Cuando logro despertar a este estado no sólo sé que estoy soñando mientras duermo, sino que conservo además la capacidad de razonar, la decisión, conservo fresca la memoria.
Y en ese estado conservo también la risa.
Una parte de mí sabe que para entender la risa hay que mirar una parte del cuerpo que no se suele observar demasiado: la caja torácica.
Y no parece muy emocionante, pero la usamos todo el tiempo.
Algo que todos hacemos ahora con ella, y sin parar, es respirar.
Usamos los músculos intercostales para inspirar y expirar, simplemente expandiendo y contrayendo la caja torácica y si se pusiera una correa alrededor del pecho, un cinturón de aliento, con solo mirar ese movimiento veríamos un ir y venir sinusoidal y apacible conforme respiramos.

Todos lo hacemos, todo el tiempo. En cuanto empezamos a hablar, usamos la respiración de modo distinto. Al hablar, usamos movimientos muy finos de la caja torácica para expulsar el aire… y, hasta dónde sé, somos los únicos animales capaces de hacerlo. Por eso podemos hablar.
Durante muchos años, el mundo científico, mi mundo, se negó a admitir la existencia del sueño consciente; los relatos ofrecidos por algunos onironautas siempre se tomaron por falaces fantasías.
Como la tecnología del siglo XIX y parte del XX era incapaz de dar una prueba definitiva que demostrara este fenómeno, se dictaminó que todas estas personas creían estar soñando despiertas, cuando en realidad no estaban dormidas sino en un estado semiconsciente intermedio entre la consciencia y el sueño.
Hubo que esperar a la aparición de la electroencefalografía para poder demostrar, «de manera científica», que todo lo dicho por ese solitario puñado de onironautas era cierto.
Este avance me perturba particularmente. Mi cerebro es diferente, estudiado, adornado con titanio, en recuperación, y mi vida onírica ha sido siempre intensa, clara, convincente y al mismo tiempo difusa. Hablo mucho en esa vida. Me escucho todo el tiempo. Como anoche, que hablaba y sentía que moría…
Enjúgate los ojos, encuentra consuelo.
Lejana y difusa como un sueño, tu historia curaría cualquier sordera. Sonreíste por una fortaleza infundida por el cielo.
Te fuiste, estás lejos. Pero anoche te traje de vuelta.
Cuando llegaste me diste a beber agua con moras y hojas de menta, entonces te amé. Te enseñé las virtudes de mi isla. Los manantiales frescos, los piélagos; lugares yermos y fértiles.
Se avecina otra tormenta, la oigo cantar en el viento. Mientras más busca ocultarse, más prominente es.
Aquí está mi mano, dijiste, y te tendí la mía con mi corazón desnudo y desprevenido.
Tu voz silenciosa cambió pronto, me recordaste que los juramentos son paja ante el fuego en la sangre, la blanca nieve en mi corazón apaga el hígado. Nada de lengua, sólo ojos, están en silencio.
Somos tú y yo, somos usted y yo, los que hacemos ahora en mí los sueños. Y nuestra pequeña vida se redondea con un sueño convertido en bálano. Y al envejecer, tus lágrimas rodarán por tus mejillas, como lo hace el rocío del invierno de los aleros.
La acción menos común está en la virtud y no en la venganza.
Ustedes, duendes de colinas, riachuelos, lagos y arboledas, y ustedes que en las arenas con pies sin huellas persiguen a Neptuno y vuelven con él cuando regresa.
He atenuado el sol del mediodía, he hecho una llamada a los vientos rebeldes, entre el verde mar y la bóveda azul he declarado la guerra.
Al traqueteante trueno le he dado fuego, tracé una grieta en el firme roble de Júpiter con su propia luz. Al resuelto promontorio he hecho también y por las estribaciones he arrancado al pino y al cedro. Bajo mis órdenes ellos han despertado a sus durmientes y han avanzado por mi muy potente arte.
Pero tanto el hablar como el respirar tienen un mortal enemigo, y ese es, por fortuna, la risa.
Porque cuando reímos esos mismos músculos empiezan a contraerse con mucha regularidad y tenemos un zigzag muy pronunciado que expulsa el aire. Es una forma muy elemental de producir un sonido. Pisotear a alguien, tendría el mismo efecto. Expiramos aire en cada una de esas contracciones… Si estas contracciones ocurren juntas, se dan estos espasmos, y empiezan a vivir la risa.
Casi todo lo que sabemos de la risa está equivocado. No es del todo inusual, por ejemplo, escuchar a la gente decir que los humanos somos los únicos animales que reímos. Si Nietzsche lo pensaba ¿por qué nosotros no?
De hecho, existe la risa en los mamíferos. Ha sido bien descrita y observada en primates, pero también en ratas, y dondequiera la asociamos a cosas como las cosquillas. Se la asocia también con el juego, y todos los mamíferos juegan. Somos treita veces más propensos a reír si estamos con compañía que si estamos solos, y la risa está más presente en interacciones sociales como la conversación.
Nos reímos para mostrar a las personas que las entendemos, que estamos de acuerdo con ellas, que somos parte de su grupo.
Nos reímos para mostrar que algo nos agrada. Reímos quizá cuando amamos. Uno hace todo eso mientras les habla, y la risa expresa por nosotros todas esas emociones. Reímos al escuchar esas graciosas risas al principio, por eso yo reí al descubrir a mis padres riendo, ese es un enorme efecto de comportamiento contagioso. Uno puede contagiarse la risa de otro, y es más probable contagiarse de la risa de alguien conocido.
Somos muy buenos para notar la diferencia entre la risa real y la forzada. Curiosamente, los chimpancés ríen diferente si les hacen cosquillas que si se ríen jugando unos con otros, y puede que veamos algo así aquí, la risa involuntaria, la de cosquillas, es diferente de la risa social. Acústicamente son muy distintas. Las risas reales son más prolongadas. Son más agudas. Cuando empiezas a reír con fuerza, empiezas a expulsar aire de los pulmones con mucha más fuerza de la que ejercemos voluntariamente. Por ejemplo, yo no podría cantar con una voz tan alta como la que tengo cuando canto mientras escribo. Además, empezamos a hacer contracciones y silbidos extraños, lo que implica que la risa verdadera es muy fácil, podemos detectarla fácilmente.
Por el contrario, la riza forzada, podríamos pensar que suena un poco falsa. En realidad no lo es, es una señal social importante. La usamos mucho, elegimos reír en muchas situaciones, y parece tener entidad propia. Por ejemplo, observamos nasalidad en la risa forzada, ese sonido tipo «ja, ja, ja» es un sonido que no podríamos hacer con la risa involuntaria. Por lo que parecen ser genuinamente dos tipos de risas diferentes.
Les concedo mi imaginación. Vamos juntos al escáner para ver cómo responde el cerebro al escuchar las risas. ¿Les parece que hacer esto es un experimento aburrido? Tenemos varios voluntarios a los que les ponemos risas reales y forzadas. No les dijimos que era un estudio sobre la risa. Les pusimos otros sonidos para distraerlos; todos están allí oyendo sonidos. No les pedimos que hagan nada. Sin embargo, al oír risas reales y risas forzadas el cerebro responde de forma significativamente distinta. Lo que ven en las zonas de azul, que cae en la corteza auditiva, son las zonas del cerebro que responden más a la risa real, parece ser el caso al oír a alguien que ríe involuntariamente, uno oye sonidos que nunca oiría en otro contexto. Es muy nítido y parece estar asociado a un mayor procesamiento auditivo de estos nuevos sonidos. Por el contrario, al oír a alguien riendo de manera forzada, se observa que se ocupan zonas del cerebro asociadas a la mentalización, a pensar en lo que otra persona está pensando.
Encuentro que la risa es mucho más que una emoción social importante que deberíamos observar porque resulta que las personas expresan muchos matices en su uso Todos subestimamos todo lo que reímos y hacemos algo al reír con la gente. Eso nos permite acceder a un sistema evolutivo muy antiguo. Los mamíferos hemos evolucionado para crear y mantener vínculos sociales claramente para regular emociones, que nos hagan sentir mejor. No es algo específico de los humanos; es un comportamiento muy antiguo que nos ayuda a regular cómo nos sentimos y nos hace sentir mejor. En otras palabras, en materia de risas, tú, yo, todos los que leen, no somos más que felices mamíferos.
Otra parte de mí, quiere intentar dejar de pensar un rato. La perspectiva también es una herramienta esencial en mi vida y mi arte. Ponerme en perspectiva, no será recordar mis lecciones de óptica, será imaginar lo que hacen algunos pintores o escultores a través del uso de espejos.
Me miro, me escucho, me toco, tiemblo. A esta tosca magia renuncia ahora. Por un instante solo requiero alguna música celestial, una que se parezca y sea distinta a la que yo hago, una que me haga trabajar mi fin. Hago baja de sentidos para los que sirve este hechizo, romperé mi bastón, lo enterraré algunos brazos bajo tierra. Cierro ahora este libro, sube el sonido de ese canto que no entiendo, todavía, pero que me llena Shangó, Yemayá, Oshun.
Descanso, pienso, siento; aunque las mujeres amenazan, son piadosas. Tú no eres mujer, pero vive en ti una parte femenina, tan fuerte como en mí la masculina.
Despierto y me muevo para ir nuevamente a Lisboa. Andaré el día entero por la Avenida da Liberdade, visitaré otra vez el Castillo San Jorge, subiré y bajaré muchas veces del tranvía 28, veré a mis amigos callejeros de la Baixa y junto al río Tajo comeré sardinas y beberé vino verde. Dormiré luego, soñaré, otra vez, con mi conciencia despierta.

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