Por Celia Gómez Ramos
Aunque suele ser el más astuto, aquél que cae en la trampa.
Vamos a Morelos desde la ciudad de México, saldremos por Xochimilco. Transitando la vía, va manejando mi padre, y lo acompañamos tres mujeres. Se acerca un muchacho en bicicleta. Ni siquiera sé ni entiendo ahora en qué estuvo que atendimos su llamado; aunque sí tengo claro que mi padre no sabe viajar sin al menos parte del cristal abajo.
El joven se presenta -todo transcurre muy rápido-, en un semáforo, y nos muestra su credencial de Turismo de la Delegación Xochimilco. Nos pregunta si vamos al embarcadero, pues si es así, la entrada común está cerrada.
Mi padre contesta con alguna vaguedad, y dice que no vamos para allá, sino a otro lado. El joven desparece mientras avanzamos un tramo, pero al casi detenernos en el siguiente semáforo, nos alcanza nuevamente en su bicicleta y explica que hay fiestas en Xochimilco, que los caminos usuales están cerrados, que por ello nos pregunta a dónde vamos, que él no recibe propinas…, que es un servicio que ellos dan, contratados por la delegación, para que los visitantes no tengan problemas por las festividades y los cierres.
El chico había visto ya que mi padre traía unas monedas en la mano; mismas que no le entrega, luego de su comentario, y añade que vamos al lado contrario, hacia Morelos. El ciclista de gafete señala entonces, que debemos irnos dos semáforos más adelante y doblar al lado derecho. Mi papá agradece la atención, pero no sigue las indicaciones del joven simpático, bronceado, regordete, amable…, y de unos veinte años de edad.
No tuvimos ningún problema con los cierres de calles. No había. Pudimos transitar perfectamente.
Por cierto, el muchacho jamás se acercó a otros conductores ni vimos a otros ciclistas atender o informar sobre nada.

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