Por Gabriela Pérez
En una tranquila tarde de invierno decidí cazar; cabalgué por montes desiertos y boscosos. Vi caminar hacia mí a un hombre vestido con ropas extrañas. Pude admirar, cuando estuvo más cerca, que vestía un jubón, magnífico y muy adornado, pero descolorido y pasado de moda. Su rostro era hermoso, muy pálido, cubierto por una barba tupida y descuidada.
-No indagues quién soy —dijo secamente el ermitaño—, y su rostro se volvió sombrío y severo.
A la mitad de la noche, turbada por agitados sueños, desperté. Afuera, la luna bañaba con su clara luz el silencioso perfil de los montes. Delante de la caverna vi al desconocido paseando intranquilo de aquí para allá bajo los grandes árboles. Cantaba con voz profunda una canción de la que sólo logré entender estas palabras:
Me arrastra fuera de la cueva el temor.
Me llaman viejas melodías. Dulce pecado, déjame
O póstrame en el suelo
Frente al embrujo de esta canción,
Ocultándome en las entrañas de la tierra.
¡Dios! Querría suplicarte con fervor,
Mas las imágenes del mundo siempre
Se interponen entre nosotros,
Y el rumor de los bosques
Me llena de terror el alma.
¡Severo Dios, te temo!
¡Oh, rompe también mis cadenas!
Para salvar a todos los hombres
Sufriste tú una amarga muerte.
Estoy perdido ante las puertas del infierno.
¡Qué desamparado estoy!
¡Jesús, ayúdame en mi angustia!
Al terminar su canción se sentó sobre una roca y pareció murmurar una imperceptible oración, semejante a una confusa fórmula mágica. El rumor del riachuelo cercano a las montañas y el leve silbido de los abetos se unieron en una misma melodía. Vencida por el sueño, caí de nuevo sobre el lecho.
Desperté muy tarde, pero los sueños me tuvieron ocupada. He venido a escribirte. Es decir, a ser. Escribo en acrobáticas y aéreas piruetas, que son las que mejor me salen. Escribo porque deseo hablar profundamente. Aunque escribir sólo me esté dando la gran medida del silencio. ¿Vamos perdiendo como especie el valor del silencio?
Me pregunto qué me ha inducido a instalar una cámara al pie de la cama, del sillón, frente al espejo, me pregunto por qué necesito todo un ritual para capturar ese, este, aquél instante íntimo.
Has vuelto a esa estrategia tuya –me dices-, que sabes importante sólo para ti, regalarla a un ser amado, un hombre en su mayoría, aunque has regalado tus retratos también a mujeres. Te has regalado esas imágenes, todas, primero a ti.
No tengo derecho a quejarme, nadie me obligó a hacerlo, pero conservo recuerdos preciosos de esa época de mi vida, conservo de este furtivo espacio para escribir, una larga y móvil pesadilla. No hay pasión sufrida en el dolor y en el amor a la que no le siga un aleluya. Aún cuando sigues negando, como niegas muchas evidentes cosas, Gabriela, el poder del aleluya.
Una densa selva de palabras envuelve sólidamente lo que siento y vivo, y transforma todo lo que soy en algo mío que está fuera de mí.
Apenas brillaron los primeros rayos de la mañana a través de las copas de los árboles, cuando el ermitaño se presentó ante mí para mostrarme el camino hacia los desfiladeros. Monté alegre mi caballo y el extraño guía cabalgó en silencio junto a mí. Pronto alcanzamos la cima del monte, y contemplamos la deslumbrante llanura que aparecía súbitamente a nuestros pies con sus torrentes, ciudades y fortalezas en la hermosa luz de la mañana. Él pareció especialmente sorprendido:
-¡Ah, qué hermoso es el mundo! —exclamó turbado—, cubrió su rostro con ambas manos y se apresuró a adentrarse de nuevo en los bosques.
La curiosidad me empujó de nuevo a buscar aquellas soledades, y, aunque con esfuerzo, conseguí encontrar la cueva, donde el ermitaño me recibió esta vez sombrío y silencioso.
Entiéndeme, sí, te escribo una onomatopeya, una convulsión del lenguaje. Te transmito no una historia sino sólo palabras que viven del sonido. Palabras que se alimentan no del silencio sino del sonido.
No rezo, pero mi plegaria profunda es una meditación sobre la nada. Es el contacto seco y eléctrico conmigo misma, un uno impersonal. Mi yo.
Erré durante mucho tiempo y, finalmente, me encontré perdida en un paraje desconocido entre las montañas. Cabalgaba pensativa, con mi halcón en la mano a través de un prado maravilloso que acariciaban los oblicuos rayos del sol poniente. Las nubes se movían ligeras en el aire azul y sobre las montañas se oían los cantos de adiós de los pájaros migratorios.
De repente llegó a mis oídos el sonido de varios cuernos de caza que parecían responderse unos a otros desde las cimas. Algunas voces los acompañaban con un canto. Hasta entonces, ninguna melodía me había conmovido de tal manera, y, aún hoy, recuerdo algunas de sus estrofas, que llegaban a mí a través del viento:
Por lo alto, en bandadas amarillas y rojas
Se van los pájaros volando.
Los pensamientos vagan sin consuelo
¡Ay de mí, que no encuentran refugio!
Y las oscuras quejas de los cuernos,
Golpean el corazón solitario.
¿Ves el perfil de los azules montes
Que se yergue a lo lejos sobre los bosques,
Y los arroyos que en el valle silencioso,
Se alejan susurrantes?
Nubes, arroyos, pájaros ruidosos:
Todo se junta allá a lo lejos.
Mis rizos de oro ondean
Y florece mi joven cuerpo dulcemente.
Pronto sucumbe la belleza;
Igual que el esplendor se apaga del verano
Debe la juventud inclinar sus flores.
Callan alrededor todos los cuernos.
Esbeltos brazos para abrazar,
Y roja boca para el dulce beso,
El cobijo del blanco seno,
Y el cálido saludo de amor,
Te ofrece el eco de los cuernos de caza.
Dulce amor, ven, antes de que callen.
Lo que te escribo no llega suavemente. Va subiendo poco a poco hasta un auge para después ir muriendo mansamente. No, lo que te escribo es de fuego, como ojos en llamas.
Mi conciencia ahora es leve y es aire. El aire no tiene lugar ni época, pero sopla sobre lo que escribo. El aire es el no-lugar donde todo va a existir. Lo que estoy escribiendo es música del aire. Lo que te estoy escribiendo no es para leer, es para ser.
Estaba confundida con aquella melodía que había conmovido mi corazón. Mi halcón, tan pronto como oyó las primeras notas, se intranquilizó, para después desaparecer en el aire y no volver más. Yo, sin embargo, incapaz de resistir, seguí oyendo aquella seductora melodía que confusa, unas veces se alejaba y, otras, llevada por el viento, parecía acercarse.
Había amanecido, de nuevo un claro día invernal, como aquel de muchos años antes. El recuerdo de aquel tiempo y el dolor por el perdido esplendor de la gloria de juventud se apoderaron de toda mi alma.
El mundo por un instante es exactamente lo que mi corazón pide. Los blancos golpeaban a los negros con el látigo. Pero, así como el cisne segrega un aceite que impermeabiliza su piel, del mismo modo el dolor de los negros no puede entrar y no duele. Se puede transformar el dolor en placer, ¿basta con un Cisne negro?
No uso reloj siempre, pero quiero ser enterrada con un reloj en la muñeca para que en la tierra algo pueda pulsar el tiempo. He profundizado en mí, pero no creo en mí porque mi pensamiento es inventado.
Soy inquieta y áspera y desesperanzada.
Aunque amor dentro de mí, eso sí lo tengo. Pero no sé usar el amor. A veces me araña como si fuese una garra. Quién sepa la verdad que venga. Y que hable. Escucharemos, todos mis yo, afligidos.
Lo único que estropea la felicidad es el miedo.
Recordarse con nostalgia es como despedirse otra vez. Te recuerdo cada vez más profundamente. Pero no sé cómo captar lo que ya sucede si no es viviendo cada cosa, no importa lo que sea.
Salí del jardín y perseguí a la dulce figura, precedida del extraño canto del pájaro. A medida que avanzaba, la canción se transformaba en la vieja melodía del cuerno de caza, que en otro tiempo me sedujera:
Mis rizos de oro ondean
Y florece mi joven cuerpo dulcemente,
Y los arroyos que en el valle silencioso,
Se alejan susurrantes.
Su castillo, las montañas, y el mundo entero, todo se hundió a sus espaldas.
Y el cálido saludo de amor,
Te ofrece el eco de los cuernos de caza.
¡Dulce amor, ven antes de que callen!
Vencida por la locura, seguí tras la melodía por lo profundo del bosque. Desde entonces nadie me ha vuelto a ver.
¿En algún momento perdido en la vida se anuncia para cada uno de nosotros una misión que cumplir?
Pero rechazo cualquier misión. No cumplo nada, sólo vivo.
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