El sexo, mejor clásico


Por Alicia González 

Aceptemos que esta columna es apta sólo para mujeres, preferentemente maduritas, tal vez madres y que nada de lo que lea saldrá de estas líneas. Siendo así, le diría que si quiere hacerse una chaqueta que dirían por México, vamos si quiere masturbarse en casa, lo primero es tomar precauciones, porque en los tiempos de las nuevas tecnologías cualquier vecino demasiado interesado en el “Dogma verista”, género que acabamos de inventar le puede hacer protagonista involuntario de un vídeo de primera difundido en todas las redes sociales sin su consentimiento y vaya usted luego a reclamar a magistratura.

Pero como ésta es una sección literaria querrá que le recomendemos algún buen libro. Lo primero, es reconvenir su actitud: Ya en el Siglo de Oro se desaconsejaba a las mujeres la lectura de ficción, reconduciéndolas a los devocionarios, como recordaba Fanny Rubio en Leyendo como una mujer la imagen de la mujer y más aún en Instrucción de la mujer cristiana se advertía contra lecturas que “abren caminos a las maldades y desencaminan a las virtudes y a la honestidad”. Algo que con gracia supo hacer durante años Corín Tellado a la que tomaron el relevo los libritos de Harlequin con sus historias de Loreleis enamoradas en cruceros por el Rin de modernos príncipes de camisa prieta e impulsos irrefrenables hacia las doncellas. Pero hoy que el sexo premarital es ya cosa superada, quien busca literatura para descorrer los velos nupciales puede caer en manos de lo que se ha venido en llamar un “porno romántico” que para la actriz Amarna Miller –sí, no se haga la tonta, la pelirroja de esa película que tan bien conoce- está condicionado por una mirada heteropatriarcal, vamos que no encontraría nada que de verdad  satisfaga sus instintos. Tenga cuidado porque si se pasa de rosca en lugar de disfrutar como con una de Erika Lust puede terminar sepultada bajo materiales impecables desde la perspectiva femenina, pero inservibles para solazarse sexualmente a solas o como preámbulo de la inminente llegada de su pareja. No es el momento de repensar las políticas del placer al modo de Lynne Segal o incluso las del cuerpo ni de posicionarse contra la esclavitud sexual con Lydia Cacho.

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No se engañe con quienes han leído Cincuentas sombras de Grey en clave de rebelión proletaria ni tampoco se sienta defraudada con los que ven demasiados preliminares para tan poca fiesta. Tenga en cuenta que los momentos de autocomplacencia son limitados en el tiempo y que para eso le sirven desde la lengua de Tikurta de Andrés Sorel, el gorrito de papel en la polla de Hank Bukowski a las explícitas ilustraciones de Jis en  Sexo. A eso sabe la reina. Aunque si quiere un compendio pormenorizado siempre puede recurrir a las salaces memorias de Josefine Mutzenbacher del autor de “Bambi”. Porque puestos a leer sobre sexo, ¡hágalo bien, coño!

 

 

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