La palabra de Gabriela: Recordando una palabra


Por Gabriela Pérez
Nos reconstruimos en cada parpadeo. Renacemos cuando dormimos. Cualquier noche podrías encontrarte en ese mismo espacio. Después de beber en silencio, podrías dormir con las manos apoyadas en la barbilla. Es posible que para cuando abras los ojos tu vida haya cambiado radicalmente sin darte cuenta. No es nada extraño, sucede todo el tiempo.

Tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia. Inútil sería insistir sobre el horror de esta última revolución, que conmovió la tierra hasta en sus cimientos y que de una manera tan radical reformó ideas, condiciones, costumbres, partiendo en dos el tiempo.

¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si una mañana al despertar no pudieras recordar quién eres? Te reduces a referentes, sabes que estás en tu cama, que es tu casa, sabes tu nombre y a qué te dedicas. Sin embargo, no puedes ignorar el vacío y la vaga sensación de que tu existencia ha sido trastocada durante el sueño. Algunas veces ni siquiera necesitas dormir, basta con que te invada el cansancio, llega de repente esta sensación. No sabes explicarlo, pero a partir de ese momento ya eres otra persona.

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He estado escribiendo la novela que te prometí, sólo falta el capitulo final. Quizá no sea lo que habías imaginado. Cuéntase que antes de la última Revolución había signos muy visibles que distinguían físicamente a las clases llamadas entonces privilegiadas. No me refiero a las manos de los individuos que trabajan, que son siempre diferentes de las que tienen los que no; tampoco a los gestos de una delicadeza superior a la de un pétalo de un jazmín, no. Otras muchas marcas delatan la diferencia de las clases.

Los gremios de conductores de vehículos, tales como senados, diputaciones, presidencias, estaciones de policía, oficinas de sindicatos, partidos políticos, etc., cuya característica en el trabajo era la perpetua inmovilidad de piernas, habían llegado a la atrofia absoluta de éstas. La última Revolución vino, empero, a cambiar de tal suerte la condición humana, que todas estas características fueron desapareciendo en el transcurso de los siglos. No quedan muchos vestigios de la desigualdad dolorosa entre los miembros de la humanidad.

Mira las nubes a través de la ventanilla ovalada, reproduce en tus oídos la misma canción que has estado escuchado las últimas semanas y que empalma perfectamente con el ruido de de tu corazón: now all you want to hear is everything you fear.

Ahora estamos tú y yo aquí, intuyes que algo terrible sucedió, cierras los ojos para escucharme con más atención, y yo te digo que no importa. Es el desprendimiento, no sabemos cuándo, pero el verdadero estallido está aún por venir. Mi memoria se diluye como los hielos en tu vaso.

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Como decía al principio, tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia. En la tercera decidieron eliminar molestas palabras que no sólo no aportaban nada, sino que quitaban tranquilidad. Comenzamos con hambre, violencia, injusticia, mentira, deshonestidad, pereza, cobardía, lujuria, abuso y tantas otras. Los comienzos son siempre tibios, así que pasó poco para llegar al instante en que se descubrieron las verdaderas palabras problema.

Desechamos entonces educación, responsabilidad, consuelo, solidaridad, igualdad, historia, resistencia, consuelo, amor, sonrisas, congruencia, libertad, y, la más peligrosa de ellas, se unieron todas las fuerzas y eliminamos por fin la palabra pensar.

Después de ellas, la humanidad, acostumbrada a una paz y a una estabilidad inconmovibles, gracias a la maravillosa sabiduría de las leyes y a la alta moralidad de las costumbres, había perdido hasta la noción de lo que era la vigilancia y cautela, y a pesar de su aprendizaje de sangre, tan largo, no sospechaba los terribles acontecimientos que estaban a punto de producirse.

¿Cuáles fueron las causas determinantes de esta última revolución? En tesis general, las mismas que han ocasionado, puede decirse, todas las revoluciones: la aspiración a lo mejor, latente en el alma de todos los seres.

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Hay quien dice que sólo el club de los tontos considera que puede recordar y aplicar todas esas palabras eliminadas. Pertenecer a ese gremio tiene sus ventajas. Un tonto no para de hacer frente a las ambiciones, tiene tiempo para ver, oír y tocar el mundo. Es capaz de sentarse casi inmóvil el tiempo que sea necesario, y si se le preguntan por qué no hace nada, él sencillamente responde: «estoy haciendo algo, estoy pensando…»

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