Por Celia Gómez Ramos
De niña, su hermana le embadurnaba pintura en la suela de los zapatos…
Uno cree que regresar al mismo sitio laboral, sin mejora: ni de broma. ¡Qué decir en cuestión de amores!, impensable. Pero existen otros casos…
Dejó el automóvil en el estacionamiento, revisó bien qué piso, qué color, qué letra y qué número. Nunca apuntaba los datos. No había pensado que hiciera falta. Descansaba en su memoria.
Sin embargo, era algo cotidiano: solía olvidar dónde dejaba el coche. Lo mismo, siempre lo mismo. No dónde dejaba la pluma, la bolsa, una prenda específica. No reuniones, ni documentos. Tampoco cuestiones importantes. Nunca su domicilio…
Caminó de frente y viró a la izquierda, para ingresar al centro comercial. Observó qué tienda quedaba junto a la puerta por la que debía salir. Subió unas escaleras eléctricas (solo un piso), y avanzó en la búsqueda de un módulo de información, que le indicara dónde quedaba el restaurante en que se encontraría con los otros. Ahí fue donde se distrajo…
Una joven le dijo que el sitio que buscaba, estaba en ese mismo pasillo, que avanzara hacia el fondo. Caminó, lo tuvo de frente, y se percató al instante que no recordaba cuál había sido su recorrido antes de llegar al módulo de información, que de nada había servido su intento por registrar los detalles espaciales necesarios. Como era cotidiano, descuidó datos.
Media hora. Una vez más, un retraso considerable para localizar el auto. Había llegado a perder hasta dos horas. Si bien se repetía que su cabeza estaba atendiendo cosas más importantes y por ello no se fijaba, éstas eran las ocasiones en que sí, sin lugar a dudas, ansiaba la pintura infantil, y volver sobre sus pasos.
Nunca había pensado que tuviera algún problema, solo que se distraía en sus pensamientos. Su hermana, desde pequeña, sabía que no.

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