Por Celia Gómez Ramos
Toda la vida se empeñó en demostrarse a sí mismo que podría salir adelante con sus habilidades y medios. De manera honesta.
Su padre abandonó la familia; historia cotidiana que no por serlo, se resuelve simple. Él era ahora el hombre de la casa, y sentía el compromiso; aunque su hermana salió pronto con sus medios, a enfrentar la vida sola.
De cualquier manera, su padre se volvió la medida de las cosas. A quien debía doblegar y demostrar su éxito. Lograr que su padre admitiera sus logros fue siempre el objetivo.
Todo, todo le fue adverso, y aun así, salió airoso.
Cuando tuvo éxito económico, y ya con la aceptación del padre, estaba en el borde de la línea; lo supe al verlo con bastantes copas encima. Cuando salen nuestros demonios y no tan demonios. Cuando sacamos todo lo que tenemos dentro.
Si había aprendido de su vida, se relajaría y no avanzaría más; de no hacerlo, pronto se pasaría del otro lado, de ese que nos da miedo y satanizamos, pero que al no poder contra la corrupción, acaba por formar parte de lo mismo.
Uno traga saliva al tener frente a los ojos el peligro inminente…, y parecería raro no acercarse a buscar incidir. Dar un consejo, una advertencia quizá. Pero no, normalmente sentimos la opresión en el pecho, cerramos los ojos…, y callamos.

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