Por Celia Gómez Ramos
Los caminos cortos no existen, contra todo lo dicho.
Todo el tiempo escuché que esos eran los apropiados, aseveró una mujer, dirigiéndose a una niña de unos seis años. Nos enseñaron que debemos tomar la línea recta, el camino más breve… Pero eso no sirve, no es cierto, lo intentas y vas solo tropiezo a tropiezo, insistía.
¡Verás! Tú me explicas por qué quieres hacer o tener algo, a tu edad, así pequeñita, y me lo dices a mí, porque yo tengo el poder de ayudar a que hagas o que tengas eso que quieres, pero si yo no pienso como tú –olvidemos el caso de que yo simplemente no quiera-, te diré que no o simplemente te escucharé sin respuesta, y no podrás llevarlo a cabo.
Entonces, ese no fue el camino más corto, ese no fue el que sirvió, y ni siquiera para las cosas más simples en la infancia.
Todo se remite a eso, a quién tiene el poder, no a los argumentos. Por lo mismo te digo, deberás jugar con la forma de pensar de los demás, deberás aparentar al menos, que el otro tiene la razón.
Para llegar a lo que quieres, habrás de jugar con sus argumentos y utilizarlos. Es entonces, que haces un brinquito, un bachecito a la línea.
No existen los caminos cortos, te lo repito. Tampoco los caminos rectos, todos parecen viborita. Sería más fácil asumirlo desde el principio, para no darle demasiada importancia a algunas cosas que no la tienen. Lo fundamental es llegar a dónde quieres. Tienes que ser el doble de inteligente. Quizá lo que puedas hacer es apretar el paso y/o correr en algunas circunstancias para lograr las cosas más pronto. Sin embargo, la línea la mayoría de las veces, será curva.
La que parecía una niña, era una muñeca de cera. Supongo que inmóvil y sin palabras, se habría quedado siendo real. La mujer, en este trance en voz alta, se reeducaba a sí misma.
