Por Celia Gómez Ramos
En un estado alterado de conciencia, no podría siquiera pensar que una lleva las voces por dentro. Hace menos de 10 minutos que presenciaste un asalto. Peor, al estar estacionada en el semáforo, tan sólo a unas cuadras de tu casa, el ladrón te observa a ti directamente a los ojos, y sin excusa o certeza alguna del por qué, ataca a la conductora de al lado. Tú lo ves todo en silencio. El ladrón alcanza a irse muy tranquilo, aún antes de que el verde se encienda. No hiciste nada. Ahora, nuevamente en la tranquilidad de tu espacio, ese que crees que tú dominas, respiras hondo, como en shock, y es el momento en que las piernas tiemblan y pueden salir los temores y con ellos, todas las preguntas sin respuestas, más que las propias que una es capaz de dar según su historia, entorno y momento precisos.
Esa sensación de sudor frío que empieza a envolverte al ir recuperando la aceleración normal del pulso, te hace tragar y sacar aire por la boca con menores hipeos. Calma, cada vez mayor calma, cuando te percatas de que escuchas algo que te distrae de esa reflexión profunda que te está atravesando el cerebro y el cuerpo, ¿son los vecinos peleando de nuevo?, te preguntas. Estás acostumbrada a oír los dramas familiares de los del 3 en la quietud de tu hogar, pero siempre estás atenta para que en caso de golpes, avises a emergencias. Tú estás sola en el departamento, no tiene mucho que llegaste, ¿dejaste acaso algún aparato encendido? Verificas la televisión, la radio, grabadoras que tienes. Recuerdas que alguna ocasión encendiste por equivocación una grabadora reportera que acostumbrabas llevar en la bolsa y pasado un rato, comenzaste a escuchar voces así como ahora. Nada de eso en esta ocasión. ¿Habrá alguien que te quiera jugar una mala pasada? ¿La contestadora? Tampoco.
Procuras leer un rato y no logras concentrarte, cuchicheos que no distingues no te dejan en paz, y eso que no los distingues. Supones que bien pudiera ser producto del miedo y que con el paso de los minutos los podrás ir extirpando de tus oídos. Enciendes el televisor, buscando distraerte, y te quedas dormida al fin.

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