Por Celia Gómez Ramos
Te comienzas a sentir distinta, y es que tu vida dejó de ser la misma, no importando que el hurto no fuera contra lo considerado tuyo. Vas a un lado y a otro y sigues escuchando murmullos, música en ocasiones. Te acompaña permanentemente. Eso no es ningún aparato ni alguien que te quiera fastidiar, lo sabes, pero al mismo tiempo estás aterrada, a tus 29 años, y eso ni te parece metafísico y más bien te parece cuestión de locos.
Buscas hacer deporte hasta quedar extenuada. Trabajas hasta que se te cierran los ojos. Te haces más ermitaña. Tienes un lío contigo misma y has de encontrarle el remedio. Eso piensas.
Ahora, después de muchos días, te has dicho que tienes una cabeza ruidosa o musical. Es como buscar una estación en la radio, de momento no distingues bien por la falta de sintonía, luego escuchas voces, en seguida música. Poco a poco la música se va haciendo conocida, pero no es la que escucharías si prendes hoy el radio.
Buscas en la supercarretera de la información algo que te de luces sobre lo que está ocurriendo. No quieres platicarlo a nadie, aunque viene a tu memoria la frase que tu profesor de psicología les dijo en preparatoria “los locos no oyen música, sólo voces”. Ya revisaste nuevamente el libro de entonces, Desarrollo y psicopatología de la personalidad. Un enfoque dinámico, de Norman Cameron, pero no encontraste mucho. Tienes una mediana tranquilidad, por eso de que también escuchas música y no sólo voces.
Estás consciente de que hay silencio en el lugar en que estás en este momento, pero tú estás en un océano de sonidos. El esfuerzo de evitar pensar en la música, los zumbidos, los silbidos, a veces los estruendos o las voces lejanas –varias a la vez-, resulta tan provocativo, como el pensar en ellas. No puedes sustraerte. Así que o encuentras respuestas tu sola o te atreves a hablar con más gente para saber qué está pasando y después cómo remediarlo, aunque primero habría que preguntarse si quieres remediarlo o lo único ingrato es no tener claro qué es lo que ocurre, y que consideras que eso no es lo normal en un ser humano. Incluso piensas que es inferior en molestia a un ronquido.
Comienzas a cantar y tararear las canciones que oyes, y en ocasiones esa sonaja que es tu cabeza, calla nuevamente, se vuelve silenciosa, como lo fue antes.

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