Por Gabriela Pérez
Ahora no haré sino escuchar, para que lo que oiga acrezca este canto, para que los sonidos lo enriquezcan. Oigo alardes de pájaros, el rumor del trigo que crece, el chismorreo de las llamas, el restallar de las ramas con las que cocino; oigo el sonido que más me gusta, el de la voz humana; oigo todos los sonidos: juntos, combinados, fundidos o sucesivos: sonidos de la ciudad y sonidos de fuera de la ciudad, sonidos del día y de la noche…
Walt Whitman
Un sueño. Es siempre igual. Pero el sonido. Puedes oírlo todo. Los sonidos son como colores: brillantes y agudos. Como la luz.
El sonido es un fenómeno que puede considerarse como reacción humana a la actividad física del aire, Dicho así, nada es un sonido si no hay alguien que lo oiga. El movimiento del aire es en forma de onda, ondas que se transmiten a través del océano del aire. Cuando las creamos, las ondas viajan hasta el oyente.
Una onda sonora es propagación gradual de una perturbación caracterizada por una vibración de las moléculas del medio alrededor de sus posiciones de equilibrio (o estado de reposo). En efecto, a continuación de una perturbación, provocada en principio por una fuente mecánica, las moléculas experimentan pequeños cambios de presión (presión acústica). Las moléculas chocan entre ellas para transmitir la perturbación, sufriendo de esta forma micro-desplazamientos. Estas moléculas vuelven a su posición original cuando pasa la perturbación. El sonido es entonces una propagación de energía en un medio material sin transporte de materia.
El pequeñísimo cambio en la presión de la atmósfera que es el mar de aire, hace que los tímpanos del escucha vibren, su reacción física le lleva a la conclusión psicológica de estar escuchando un sonido. El único lugar en donde un humano no podría percibir sonidos, es en dónde no existe medio para transportar las ondas. En el vacío.
El volumen del sonido es difícil describir y de cuantificar, porque depende de la respuesta de cada escucha, y cada persona tiene un oído diferente en ese aspecto. Pero en general, la amplitud de la vibración es fundamental para determinar el volumen del sonido. La amplitud de la onda sonora se mide en la escala de presión sonora, es decir, en la escala decibelios. El término decibelio procede de Alexander Graham Bell, considerado el inventor del teléfono.
El decibel es la “unidad en la que se expresa el nivel de presión sonora, pero también la relación entre dos valores de presión, tensión eléctrica o potencia.”. El bel es la unidad original, equivale a 10 decibeles. Casi no se utiliza, porque es demasiado grande en la práctica. El término “deci-bel” se refiere a una décima parte del bel. No sólo se emplea en acústica, sino también en telecomunicaciones, electricidad y electrónica. En una habitación silenciosa, cuando se duerme en la noche, se espera tener 37 decibelos. Cuando hablamos, la medida sube hasta 80 dB, si hablamos despacito.
Aún más complejo que la forma en la que escuchamos sonidos, es la forma en que lo hacemos. El oído es uno de los órganos más intrincados del cuerpo humano. Cuando las ondas sonoras viajan hasta nosotros alcanzan el oído externo, el pabellón auricular que, con su forma de copa, recoge los sonidos y los llevan por el canal auditivo hasta que llegan al tímpano y lo hacen vibrar. Concentra las ondas cuando pasan al oído interno. Pero esa presión sola no es suficiente para lograr hacer avanzar a las ondas sonoras. Se necesitan los osteocitos óticos: yunque, martillo y estribo; que trabajan juntos, poniendo en movimiento el fluido de la cóclea, una estructura en forma de caracol, donde las ondas son transformadas en impulsos eléctricos por las células especializadas en forma de pelitos llamadas células ciliadas. Los sucesivos cambios de presión hacen que éstas células envíen impulsos a través del nervio auditivo, a una zona de procesamiento en el cerebro que recibe el nombre de córtex auditivo, donde se digieren los impulsos eléctricos y se les da sentido. El análisis comparativo de esas señales nos permite suprimir los ruidos de fondo y establecer de manera automática una categoría para concentrarnos en lo que queremos oír.

La naturaleza nos ha creado de forma que podemos no solamente oír, sino reaccionar ante los sonidos de nuestro entorno con precisión y sensibilidad. Usamos el sonido para propósitos que rebasan la supervivencia. Antes de llegar al placer podemos pensar en el papel que tiene el sonido en las liturgias y ritos religiosos en forma de oraciones, cánticos o mantras.
El término mantra proviene de man- (‘mente’ en sánscrito) y el sufijo instrumental -tra, podría traducirse literalmente como «Instrumento mental». Se utiliza ante todo para designar las fórmulas en verso y en prosa que se pronuncian durante las ceremonias litúrgicas; esto no debe sorprender, si se considera que precisamente es en los rituales donde los gestos, palabras y pensamientos adquieren su máxima eficacia.
Es muy difícil definir qué es un mantra. Está destinado a potenciar la concentración y relajación de la mente. Podemos decir que un mantra es una forma sonora de la divinidad.
La primera aparición de la palabra mantra se encuentra en el Rig-veda. Allí significaba ―como ‘instrumento del pensamiento’― ‘oración, ruego, himno de adoración, palabra aplastante, canción’. Om es el sonido del universo. El mantra Om simboliza la creación y la destrucción del Universo, que también se refleja en el cuerpo. El sonido que creamos al hablar comienza en el interior de cada uno de nosotros mismos, y termina en los labios, es un émulo del sonido que nace en lo antiguo, en lo profundo, y se libera al exterior destruyendo su intimidad. Creación y destrucción de cada universo, que se produce una y otra vez.
¿Por qué el sonido es tan importante en las religiones? La idea es que el universo es una jerarquía de números, una jerarquía de frecuencias vibratorias, y que el mundo material es una solidificación de esta frecuencia vibratoria. Al final, el significado de cualquier mantra es menor importante que el propio sonido.
Oímos el mundo antes de nacer. Nuestra reacción al sonido puede ser mayor por eso. La mayoría relacionamos a la música únicamente con el sentido auditivo. Sin embargo, la música involucra a todos nuestros sentidos. Escuchamos, olemos, vemos y nos movemos.Nuestros cerebros están diseñados para establecer conexiones entre la música y el color, en función de cómo nos hacen sentir las melodías, ha revelado una investigación de la Universidad de California en Berkeley. Por otro lado el estudio ha constatado que personas de distintos sitio – en este caso, de Estados Unidos y de México- vinculaban las mismas piezas de música clásica con los mismos colores. Esto sugiere que los seres humanos comparten una “paleta” emocional común que parece ser intuitiva y trascender las barreras culturales, afirman los autores de la investigación en un comunicado de la UC Berkeley.
Utilizando una paleta de 37 colores, los investigadores comprobaron que la gente tiende a asociar la música con un ritmo rápido y en modo mayor con tonos vivos de amarillo; mientras que la música de ritmo más lento y en modo menor tiende a ser relacionada con tonos más oscuros del gris y del azul.
Desde la Antigüedad, los músicos aprovecharon el lenguaje colorista para traducir sus conceptos abstractos; de hecho, son múltiples los préstamos semánticos que un arte ha hecho al otro. El color, croma entre los griegos, es una palabra que se utiliza como equivalente de timbre. El adjetivo brillante, una cualidad indiscutible del color, es empleado por los músicos en el sentido de nítido.
No obstante, aunque los ejemplos sean menores, lo mismo sucede a la inversa, pues los términos tono y armonía fueron una herencia que la música hizo a la pintura. A la llamada en música, escala cromática, Rousseau explicaría:
… la escala cromática está en medio de la diatónica y la enarmónica, así como el color está entre el blanco y el negro. O bien porque el cromatismo embellece al diatónico con sus semitonos, que logran, en música, el mismo efecto que la variedad de los colores tienen en la pintura.
La música tiene funciones tales como las de comunicar, entretener y ambientar. Es por esto y otros factores que se van a señalar más adelante, que en el cine mudo nace la necesidad de acompañar imagen con música.
El cine se va a iniciar como un género popular en pequeñas salas, cafés y teatros de las ciudades.
Para disimular el ruido que hacían las máquinas de proyección y para amenizar a la audiencia, algunos propietarios contrataban a músicos que tocaban el piano, órgano o la pianola. También llevaban pequeños grupos que improvisaban según las escenas que aparecían en ese momento en la pantalla. Se utilizaban ritmos rápidos para las persecuciones, sonidos graves para los momentos misteriosos y melodías románticas para las escenas de amor. Muchas veces se limitaban a realizar variaciones sobre uno o dos temas, e improvisaban sobre la marcha, porque en la mayoría de los casos no habían visto anteriormente la película.
Pronto surgió la necesidad de que la música tuviera fines expresivos y por lo tanto de crear una música que acompañara imágenes concretas.
Se parte de la premisa de que el cine funciona en un constante paralelismo entre sonido e imagen y la primera es vital para entender la segunda. Es por esto que la música compuesta para el cine tiene sus propias características distintas a la de otros tipos de composición musical.
Con la llegada del cine sonoro en 1927, la música ya no era simplemente de fondo sino que cumplía un papel de apertura para los créditos iniciales de la película. Sin embargo, no existían aún en tal época los medios para grabar y luego editar la música. Los músicos debían estar cada vez que se grabara la escena.
En cuanto al empleo de la música en las películas no tiene una única explicación, aunque si se reconoce que el cine es un arte incompleto el que necesita de otros recursos tales como la palabra y la música entre otros.
El cine silente se sirvió en sus inicios de la música instrumental basada en las formas musicales de la época romántica, es decir, que los productores de cine pretendieron en un principio que el nuevo arte fuera aceptado por las clases altas y aristocráticas que escuchaban aquella música.

Una de las acepciones de “genio” es la de “persona de extraordinario talento, perfeccionador del arte a que se dedica, creador de grandes pensamientos y de conocimientos nuevos”. Conviene – de forma asidua recomendaría yo – que hiciéramos un acto de acudir y re-descubrir a aquellas personas que por su arte han sido consideradas genios, pues en ocasiones el tiempo las encierra en forma de enciclopedia o fuente que pocos consultan o bien quedan relegadas a una etiqueta constrictiva. Es lo que sucede con el gran Charles Chaplin.
Curiosamente la primera vez que se oirá la voz de Chaplin en la pantalla será con la película Tiempos modernos (1936), pero cantando un cuplé inteligible, mientras que la música de toda la película es sincronizada por el propio Chaplin. (Ver el siguiente video a partir del minuto 1:49).
Chaplin tenía claro el importante papel que la música tenía en sus películas y en su cine en general. Yo no tengo ni por asomo el talento de Chaplin. Comparto sí la adicción al cine, y la certeza de la importancia que tiene en mi vida la música.
Aunque le tema y no la comprenda en nada, mi faceta acústica me ayuda a concentrarme, a pensar con claridad, a desahogarme, a caminar, a dormir y a bailar. En cualquiera de sus colores, y aún en su ausencia, el sonido me mantiene feliz.
¿Cuál es tu color favorito?
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