Por Celia Gómez Ramos
El neurólogo te comenta que debió haber algo que te generara una pequeña trombosis o infartación, y te habla de casos geniales como el de Dostoievski y el de Shostakovich, que vivieron con voces el primero y con música el segundo, cuando bajaba la cabeza. Mucho de ello, te dijo, lo ayudó a componer. No lo puedes creer, pero le preguntas si eso es normal, vaya con la palabrita. “Normal”, te vuelves a repetir. ¿Qué es “normal”? Él te pregunta, para evitar esa respuesta contundente, en la que se hable de las particularidades de cada ser humano y se deje atrás el término normalidad por el de naturaleza. Es algo que se presenta en los lóbulos temporales del cerebro, que pudo haber sido producto de un caso de tensión extrema y que desencadenó uno de los muchos tipos de epilepsia existente.
Los análisis no arrojan nada, pero aun así, el neurólogo está seguro de que te sometiste a una trombosis mínima y que puedes estar segura, por si acaso extrañas la música, que otra ocasión puede presentarse como alucinaciones experimentales. Él parece saber lo que tú no, es neurólogo, pero también es paciente.
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*Este cuento fue un pequeño homenaje a Oliver Saks, y uno de sus casos en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Una idea, a partir de la literatura, de intentar apropiarte de las sensaciones y elucubraciones del paciente, narrando imaginariamente, desde su perspectiva.
