Por Gabriela Pérez
La falta del lenguaje es el origen de la acción. Los músicos, los niños, los escritores de arte y ciencia, son habitantes de este defecto. Los niños residen por muchos años en la falla que la palabra infancia representa. En el caso de todos, podemos admirar las líneas de los cantos que escriben con lápiz o con acciones y que su voz intenta reproducir. Para muchos de nosotros la barrera sonora está ante todo en el orden del tiempo. Vivo a veces a oscuras y en silencio, y de esa nada me rescatan imágenes y palabras. La última vez fue un ritmo de música africana. Tambores, marimba y percusiones, cantos festivos y nostálgicos a la vez. La historia de tres niños africanos que han sido separados de sus familias para trabajar en las plantaciones de cacao.

Es preciso suponer una especie de sonido ahogado que es como el sexo de la música. Lo más lejano en nosotros nos quema los dedos, lo escondemos en nuestro seno y, sin embargo, nos parece más antiguo que la prehistoria, o más alejado que Saturno. Siento con intensidad y como nunca la impresión de no oír del todo y de no estar segura de comprender del todo.
Sé que hay esclavitud de niños africanos, que son “empleados” en las plantaciones de cacao de Costa de Marfil y Ghana, países que producen entre el 60 y el 65 % del cacao del mundo, mismo que es vendido a las grandes empresas chocolateras, las cuales se niegan a ver la realidad de los niños esclavos, quienes son robados o vendidos por familiares de países como Burkina Faso, Niger, Mali y Togo. Menores que viven en condición marginal y de pobreza, los cuales terminan enfrentándose al escalofriante mercado de explotación infantil, sin protección y abandonados a su suerte que pasan de una pesadilla a otra en un mundo que privilegia el capitalismo.
El lenguaje nos llega tarde. El oído precedió a la voz durante meses, los balbuceos, el canturreo, el grito y la voz llegan meses y estaciones antes que la lengua articulada y más o menos con sentido. Vivimos entre dos mundos: uno es inconsciente, en el otro rigen los modelos que predominan en nuestra cultura. El borde entre la vigilia y el sueño que accede a lo inconsciente está en la fuente de las imágenes.
¿Si pudiéramos soñar despiertos marcaríamos un proceso creativo?
A principios de los noventa el neurólogo de la Universidad de Washington, Marcus Raichle, investigaba los mecanismos elementales de la percepción visual. Mediante un escáner registraba lo que sucedía en el cerebro cuando una persona contaba, por ejemplo, una serie de puntos. Después de esta tarea el sujeto del experimento no hacía nada durante treinta segundos.
La manera de estudiar el cerebro es pedirle que haga cosas, pedirle a alguien que resuelva un problema matemático, que hable o responda preguntas, etcétera…. Y analizar los cambios en el cerebro por neuroimagen. Pero resulta que hay una función que no tiene nada que ver con la actividad realizada, y que está ahí, subyacente. Teníamos que estar ante una organización de esta actividad interna intrínseca, más relacionada con la vida mental interior que con el mundo que nos rodea.
Las observaciones mostraron que cuando el cerebro supuestamente no está haciendo nada, está en realidad, soñando despierto. Durante la supuesta pausa de la actividad visual, empiezan también a interactuar áreas cerebrales que normalmente no lo
hacen de manera directa. En esa frontera entre el descanso y la actividad se encuentra la clave de la creatividad y la imaginación. El cerebro explora su base de datos interna. Busca la conexión entre los distintos mapas que habitan en nuestra memoria.
Soñar despierto nos surte de imágenes que antes no estaban conectadas. Podemos entrelazar mundos, ideas y conceptos que normalmente no notamos. Probablemente en ese borbotón abreva la imaginación de creadores y poetas.
Yo cruzo imágenes, escucho, estoy más dormida que despierta. No soy artista, creadora ni poeta, pero luego de una actividad relajante como ver una excelente obra teatral, tengo muchas preguntas. ¿Qué sucede con todos los niños chocolate del mundo cuyo entorno social está marcado por la violencia, la corrupción, el miedo, el abandono?, ¿Qué futuro les espera?
En un documental El lado oscuro del chocolate, cinta de Miki Mistrati y U. Roberto Romano, se expone una red de trata de infantes que labora en Gana y Costa de Marfil, que se dedica a robar o comprar niños de 7 a 15 años para que laboren en las plantaciones de cacao, las cuales proveen de insumos para las grandes compañías chocolateras; niños que viven en condición de esclavitud y que nunca se les ha permitido probar un chocolate. Otra “dulce” experiencia es la del azúcar. Cuando estaba de vacaciones en la isla caribeña de San Cristóbal, Vik Muniz conoció un grupo de niños en la playa. Cuenta que le cautivó su comportamiento espontáneo y amable. Luego cuando conoció a los padres de algunos de ellos, y le impresionó la sensación de cansancio y desesperanza que desprendían, consecuencia de muchos años de duro trabajo en las plantaciones de caña de azúcar por un salario miserable. Al regresar a Nueva York, no pudo dejar de pensar en la transformación a la que estaban destinados sus jóvenes amigos. Muniz decidió reproducir las instantáneas que había tomado de los niños utilizando azúcar. En una hoja de papel negro espolvoreó azúcar cuidadosamente de tal manera que poco a poco se fueron perfilando los retratos de los niños. Los cristales de azúcar aludían al papel esencial que el azúcar desempeñaba en la vida de los niños, pero también a las características de la película fotográfica, que está recubierta de cristales microscópicos de nitrato de plata. La serie Niños de azúcar refleja una tendencia, en la que el material utilizado para las imágenes está íntimamente relacionado con el significado de las mismas.
Aunque estos hechos están situados en otra parte del mundo, la temática no es lejana. Pasa en este país y en todo el mundo. Aquí hay niños reclutados por el narco que se vuelven halcones o niños sicarios. Sólo basta salir al primer crucero de cualquier intersección y vamos a encontrar un niño chocolate, niños que quieren limpiar el espejo de tu auto a cambio de una moneda. Y que son explotados por sus familias y por redes mayores. En México, se calcula que varios millones de niños, entre 7 y 17 años, tienen trabajos no remunerados y muy precarios. No hay más que abrir los ojos para escuchar; exponer la piel y dejar de negarnos a verlos.
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