Por César Mundaca
Viajar en avión es una tortura. Siempre presiento que nos vamos a estrellar contra la cordillera negra. Prefiero el suicidio antes que sentir en carne propia el impacto. Me he sometido a un sinnúmero de tratamientos psicológicos para ponerle fin a esa fobia, pero todo ha sido en vano. El terror gobierna mi ser desde que atravieso el inmenso pasillo del aeropuerto limeño.
Lucía me ha rogado para que la acompañe a Montevideo. No he sabido decirle que no. Bueno, en realidad me muero de ganas de pisar el gramado del mítico Estadio Centenario. ¡Cuánta gloria futbolística se respira ahí! En fin, mi amor por el deporte más hermoso del mundo pudo más que el pavor. Tomaré una cápsula de Alprazolam para conciliar el sueño durante el periplo.
He dormido como un recién nacido. Soñé que aparecía piloteando la nave con la seguridad propia de un veterano de la aviación comercial. Al cabo de una media hora y estando por encima de la nubosidad, ocurrió un hecho insólito: aparecieron todos mis seres queridos fallecidos.
Todos me daban la bienvenida lanzando confeti y rociando el avión con champagne. Mi abuelo paterno Ramiro, apodado Chasis de gato, se colocó frente a la cabina, estiró los brazos en forma paralela y detuvo el avión durante unos minutos. Enseguida, dijo:
– Bienvenido nietecito. ¿Cómo te está tratando la vida terrenal?
– ¿Abuelo Ramiro? ¡Abuela Josefina! ¿Tío Hernando? ¿Laura eres tú, prima? ¿Papá, mamá? ¡Dios santo!
– Tus ojos no te mienten, muchacho. Aquí estamos los que pasamos a una mejor vida. En estos lares organizamos festines, banquetes e inclusive, jugamos partidos de tenis junto a las viejas glorias. Laura es el árbitro, y yo, soy el nuevo Pete Sampras.
– Lo veo y no lo creo. ¡Esto es hermoso!
– ¿Nos puedes hacer un gran favor?
– Claro, abue, tus deseos son órdenes.
– En vida nos faltó conocer Machu Picchu, Chichén Itzá, el Coliseo de Roma y Petra. ¿Podrías llevarnos a dar un paseo por esas maravillas?
– Por supuesto. ¡Suban, suban todos por favor!
Fueron momentos inolvidables llenos de felicidad, fotografías espontáneas y humor negro. De pronto, sentí un fuerte coscorrón en la nuca. Era Lucía intentando despertarme. Habíamos llegado a Montevideo y éramos los últimos pasajeros en el interior de la nave.

César Mundaca.
Nacido en Lima, Perú en 1988. Abogado. Asiduo lector de novelas, cuentos, crónicas y biografías. Novel escritor de cuentos y artículos sobre política nacional e internacional.
Blog: www.miscelaneamundial.wordpress.com
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