Por Irma Gallo
Para Pilar
Los días habían estado húmedos y fríos. El sábado ya no aguantaba el dolor de garganta y no había parte de mí que no pesara. Respirar el aire helado de las mañanas no me había hecho nada bien; se coló hasta los pulmones y una vez ahí instalado, el muy cabrón decidió hacerme la vida difícil.
Era sábado, Pilar, y ese día no fui a caminar. No pisé el verde, no respiré aire frío, y no pensé en ti. No. Ese día no me acordé de tu pelo gris, de tu peculiar sentido del humor, y de tu llamarme (a mí y a todo el mundo) «camarada».

No pensé en ti a pesar de que Mónica me había escrito la semana anterior para decirme que estabas muy mal, que aquel diagnóstico primero, que ni tú ni ella quisieron creer, había sido el correcto. No pensé en ti, Pilar, a pesar de que Mónica había escrito: «en cualquier momento nos deja».
No lo hice porque estaba demasiado concentrada en mi tonta gripa. Pedorra e insignificante. Estaba molesta porque pensé que llegaría el lunes, yo seguiría igual, y no podría ir a caminar, que a últimas fechas es lo que más disfruto hacer. Creo que incluso más que leer, más que dormir, más que comer.
Bastó un poco de atención y cuidados de parte de la tía que probablemente más me quiere en este mundo, para que al día siguiente, domingo, ya estuviera mucho mejor. Pero no creas que eso hizo que te recordara, Pilar. No por lo menos hasta en la tarde, cuando empecé a sentir una rara inquietud. Pensé: «le voy a escribir a Mónica para preguntarle cómo está Pilar». Sí. Lo pensé no una, sino varias veces, pero no lo hice. El día me fue arrastrando con ese ritmo hipnotizante que tienen los domingos. Y no lo hice.
En la noche abrí el Facebook. Un post de Marisol, a quien tanto quisiste, me dio una bofetada en seco. Decía que a punto de abordar el avión para Guadalajara se había enterado de tu muerte. Tropecé con las letras escritas por ella, tu amiga desde el kínder, y no quise creerlo, aunque debo admitir que de alguna manera lo intuía. Esa desazón que me había acompañado todo el día, como cuando no sabes si cerraste la llave del gas y tu casa está sola, no era gratuita ni inventada. Ahora lo sabía.
Ya había otros posts confirmando la noticia de tu muerte. El Semanario Zeta te dedicó una breve nota, en la que hablaba de tu amor por los libros, de tu vocación por difundir la cultura. Aunque ya no ganaras un peso con ello, aunque la gente te pidiera consejos dada tu gran experiencia pero nadie te ofreciera un puesto -que de todos modos habrías rechazado argumentando: «no me gusta comer mierda, camarada»-.
Las condolencias se amontonaron en tu muro y en el de Mónica. Mucha gente te quería, Pilar. Mucha gente sabía quién eras.
La culpa es esa loza que hace que te agaches. Que no puedas ver a los ojos al otro. No supe qué escribirle a Mónica. ¿Cómo pude dejar pasar tanto tiempo sin preguntar por ti, camarada?, ¿cómo pude no darme cuenta de que la próxima vez que lo hiciera podrías ya no estar?

Han pasado tres días. Todavía hoy me cuesta trabajo creerlo. No entiendo la muerte. Me resulta una completa incógnita. Mas aún cuando veo las fotos que nos tomamos apenas en marzo, cuando tú y Mónica, con su acostumbrada generosidad y buen humor, me llevaron a San Diego. Paseamos por el Hotel del Coronado -ahí donde Marilyn Monroe paseaba su belleza durante la filmación de Some Like it Hot, con esa gracia que la caracterizaba, como si nada- y comimos unas costillas de cerdo deliciosas y unos helados que valían cada caloría en gramos de placer. Estabas bien, Pilar. Sonreías. Reías. Es absurdo que hoy ya no estés. No, me digo. Esto no está pasando.

Hoy volví a caminar a mis Viveros adorados. Con cada paso el verde se me iba metiendo otra vez.
Cierro los ojos y de pronto un día me encuentro con que la que me mira en el espejo es una mujer de 45 años de edad, con 9 kilos de sobrepeso. ¿Dónde estuve yo todo este tiempo?, ¿por qué deje que esto pasara como si nada?
Pero hoy vuelo a caminar. Camino y me hago grande. Camino y soy poderosa. Camino y el universo se mueve conmigo. El aire huele a verde, a vida.
Camino y el universo se abre para que pase. Esas hojas pisoteadas por tantos otros antes que yo están esperando mis preguntas. Quiero saber porqué te fuiste tan de pronto, Pilar. Pero para eso no tienen respuesta. Me intriga cómo es que se puede extrañar a quien se conoció durante tan poco tiempo y sin embargo con tanta intensidad. No se porqué, pero desde ese primer día (¿hace tres o dos años?) que tú y Mónica me recogieron en el hotel para ir a desayunar sentí que las conocía desde siempre. ¡Qué cursi!, ¿verdad? Ni modo. No me pienso disculpar.
Camino y el camino de árboles se abre ante mí. Parece que se agachan mientras paso, no para reverenciarme, no. Mas bien para cobijarme. Me están diciendo que puedo confiar, que pase por ahí.

Hoy me siento bien. Ya no me duele el cuerpo. Ya casi no me fluye la nariz. Camino y llega otra vez esa sensación de poder, de pertenencia, de paz. Camino y agradezco que camino.
Respiro. El verde me llena todo el cuerpo.
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