Por Gabriela Pérez
¿Qué ritmos habitan una ciudad? ¿Cuáles de ellos pasan inadvertidos
y podrían dar cuenta de un modo de vida más sostenible?
Toda escena debe tener su propio ritmo, su propia estructura.
Michelangelo Antonioni
Premisa
Una película, tomada en su conjunto, tiene (de una u otra forma) una narración progresiva, pero al analizar la banda sonora de la misma, cada canción cuenta con su propio ritmo y sus propias características. Así entonces, intenten leer este texto como si escucharan la banda sonora de una película.
Toma 1
En cine, el ritmo se considera la fuerza que, de un modo casi imperceptible, rige las emociones del espectador. Cada escena se dispone de manera que el momento, el lenguaje, el ambiente y, sobre todo, la música, crean una pauta. El progreso de todas estas pautas da pie a la película en sí.
Contemplemos ahora las escenas diarias de nuestras ciudades como si se tratara de escenarios. ¿Qué lleva a las personas a moverse a un ritmo determinado? ¿Quién dispone la armonía en las calles? ¿Qué tiene que ver la sostenibilidad con todo esto? En mi opinión, no se puede hablar de comunidades sin tener antes en cuenta al individuo y los cambios que le apetece emprender en la esfera personal. Los actores de la película de nuestra realidad no trabajan juntos en la práctica de la vida diaria, pero lo que nos interesa aquí es el punto donde convergen: la creatividad humana, la dinamización de las ciudades y la gestión del tiempo en relación con la calidad.
Si al azar tomamos cuatro ciudades, seleccionadas inconscientemente por sus circunstancias especiales, se trata de urbes en las que son visibles situaciones límite en el ámbito emocional; lugares donde la tolerancia es escasa, la situación política incierta y el espacio público no muy acogedor; sitios considerados en gran parte peligrosos y caóticos, pero que por alguna razón resultan fascinantes. Las ciudades escogidas fueron, supongamos, Jerusalén, Palermo, Bogotá y Estambul.
Los personajes de estas metrópolis hacen lo básico: repetir, como si se tratara deun latido, sus actividades diarias. Para explicarlo mejor, visitaremos cada una de las ciudades y tomaremos a un actor como ejemplo para seguirle mejor el compás.
Jerusalén. El ritmo de la vida
En una de sus canciones, el músico israelí Idan Raichel dice “Shuvi el Beyti” (Vuelve a mi casa), una frase muy representativa para la vida cotidiana de los israelís, que siempre hablan de modo implícito del regreso al hogar, a la Tierra Prometida, a sus raíces. La fe es lo que los mueve. ¿Y cuál es el ritmo de la fe? ¿Podría decirse que es un ritmo que se compone mediante la (re)utilización?
La imagen en la que tratamos de hacer este análisis se seleccionó porque engloba distintas características de la vida diaria de Jerusalén y, en especial, la Kombina. Kombina es, para los israelís, el modo en que alguien es capaz de organizar ingeniosamente una idea, artefacto o situación para resolver las cosas con facilidad.

En la escena imaginamos agitar un incensario para que el oxígeno prenda el carbón, que se usará para quemar el incienso y encender una cafetera situada en una mesa tras la cabina de teléfono. El teléfono está junto a un pupitre donde, en su momento, ofrecen zumo de zanahoria a los musulmanes que acceden al templo, monjas cristianas, turistas y devotos armenios transeúntes. Y todo sin molestar al judío de abrigo y sombrero negros, con barba gris, que reza arrodillado a los pies de una escalera que conduce a una de las puertas de la mezquita de Omán.
¿Qué puede el diseño aprender de esta Kombina, de los ritmos de esta escena?
Podría decirse, a partir de la experiencia personal en el terreno, que el conjunto de elementos y el ambiente aquí retratados eran a todas luces interculturales y, hasta cierto punto, caóticos, pero placenteros. ¿Y puede el diseño contribuir a subrayar dicho placer? Hay una sensación que difiere enormemente de las ideas establecidas que venden las agencias de noticias de fuera de Israel; el espacio, mediante su coexistencia multicultural, era sostenible hasta cierto punto.
Al hablar de sostenibilidad, estamos acostumbrados a términos como reducir, reparar, reutilizar, reciclar, etc., pero, también debemos “reimaginar”. La “reimaginación” tiene un componente importante de fe, puesto que satisface directamente el aspecto espiritual del individuo. Es una necesidad básica a la que hay que responder.
Hay que añadir que el “sonido” de la imagen era un eco delicado y casi imperceptible, debido a la arquitectura del lugar y a la actitud respetuosa de la gente. Unas cualidades asociadas a un escenario arquitectónicamente religioso.
Bogotá. El ritmo de la esperanza
Bogotá es una capital ávida de armonía. De ahí que, al buscar el concierto social, arquitectónico, político y ambiental, nos reencontremos con el factor de la “reimaginación” de Patagonia. En la ciudad, la gente imagina mejores espacios, mejores oportunidades y “mejores” personas. Conforme a lo que la población imagina que es mejor, muchos barrios han sido bautizados con nombres como Venecia, Roma, Lisboa, etc.
La esperanza también está presente en las visiones que los expertos han extraído en relación con la dinámica de la ciudad. Antaño conocida como “la Atenas sudamericana”, hoy la capital colombiana es un centro neurálgico regional para las “industrias creativas”, pero la sostenibilidad no es más que un aspecto técnico.
¿Y la creatividad de los personajes? Los personajes se han visto denigrados, calificados de meros entorpecedores del espacio público. Sus usos y costumbres no se consideran elementos armónicos. En este sentido, el antiguo alcalde, Antanas Mockus (que se está adentrando en el mundo del arte, ver la Bienal de Berlín 2014), hizo un enorme esfuerzo por armonizar derecho, moral y cultura impulsando bases jurídicas para la sociedad. Aseguraba preferir “modificar la ley en ticaría”. Su programa de armonización Cultura Cívica invitaba a la ciudadanía a resolver cualquier conflicto existente mediante metodologías pedagógicas y extremadamente creativas, haciendo buen uso del arte, la música y las representaciones.
Pensemos en una imagen con una sombrilla colorida, como circense, enrollada bajo un montón de bolsas de platanitos (deliciosos plátanos macho fritos) sobre el que hay cigarrillos y paletas de distintas marcas; junto a todos estos objetos, hay un impermeable doblado, al lado de una mochila en cuyo interior el propietario del cochecito lleva el almuerzo. Es la calle pura y dura, que descansa sobre la cualidad de la esperanza.
Palermo. El ritmo del humor
La música crea orden a partir del caos: porque el ritmo impone unanimidad en la divergencia, la melodía impone continuidad en la inconexión y la armonía impone compatibilidad en la incongruencia.
Yehudi Menuhin
El humor abordado se contempla teóricamente como un mecanismo que toma dos elementos y los recompone de modo inesperado. El humor incrementa la capacidad de pensar de un modo flexible, lo que nos permite alcanzar niveles más complejos y simplificar la resolución de problemas, independientemente de que sean de naturaleza intelectual o interpersonal.

Esta reorganización por medio del humor va de la mano de la discontinuidad planetaria necesaria para lograr la sostenibilidad, puesto que el humor resulta ser un modo de redimensionar el significado, es decir, reconocer y suspender las condiciones establecidas de producción y consumo en la vida diaria urbana.
Estambul. El ritmo del amor
Si se puede escribir, o pensar, se puede filmar.
Stanley Kubrick
En su documental Crossing The Bridge, Fatih Akin cita a Confucio declarando que “para conocer una cultura debe conocerse su música”. Conocer la música es conocer los ritmos de una ciudad, sus tiempos, su historia, y un modo de predecir cómo podría sonar el futuro de dicha cultura.
Estambul es una metrópolis donde una cantidad inconmensurable de profundos sonidos arcaicos se entremezcla con los más recientes sonidos globales. Sus habitantes, ciudadanos errantes llegados de tierras lejanas como la península de Anatolia, de dentro o fuera del país, llenan la ciudad con su propio sonido, a veces silencioso. En la inmensidad de la ciudad, su murmullo es casi imperceptible, pero sigue siendo necesario para orquestar la sinfonía de movimientos, que mantiene la ciudad viva.
Quienes manipulan alimentos emiten varios de los sonidos más destacados. Desde el amanecer hasta el caer del sol, se ven hombres cocinando, limpiando, encendiendo, rebanando, picando, batiendo, cortando, calentando, haciendo todo lo necesario para satisfacer las necesidades básicas de sus conciudadanos. Y luego está la cuestión de la felicidad, debido a intereses y tensiones culturales. Al ser su ciudad un puente entre Oriente y Occidente, los habitantes de Estambul han hallado en la música una herramienta perfecta para tender puentes entre las diferencias y armonizarlas.

Todo este movimiento febril urbano conserva una vitalidad que parece iluminada por el amor. El amor por su cultura, el amor por sus raíces, orgulloso y, hasta cierto punto, modesto. Estando allí, puede percibirse su ritmo como una disposición de elementos formales para generar movimiento, tensión y valor emocional, como en el desarrollo de una trama.
Los boleros, por ejemplo, conservan la larga tradición de mantener sus puestos en un orden perfecto, con gran maestría. Y cuando trabajan, tienen una gran dedicación para sus clientes, no solo en el ámbito comercial, sino a un nivel más profundo. Da igual si pensaste en la música o en los profesionistas de los zapatos; ambos pueden hacer lo mismo.
En Estambul todo es posible. Y este “posible” incluye un “¡¿Por qué no?!”, un “¡Vamos a intentarlo!”. Esta es una de las características principales de la conducta de los personajes; reinventan, reutilizan, reparan y, como hemos dicho antes, “reimaginan” nuevas posibilidades surgidas de un rasgo cultural de los turcos: la generosidad, cualidad principal del amor.
Ahora crucemos al otro lado, al ruidoso. Para la mayoría de urbanistas e inversores, el silencio puede ser catastrófico. Tras su último viaje a la ciudad, John Tackara, design thinker, afirmó: “El boom constructor turco de los últimos 30 años está perdiendo fuelle. Es verdad que el sonido de las taladradoras dominó nuestra visita a Estambul, pero los vientos helados de la crisis internacional se dejan sentir. Se estima que en la ciudad hay 600.000 viviendas por vender, y en enero fracasó un primer intento de obtener financiación privada para un puente sobre el Bósforo. Ni una sola empresa se mostró interesada […]. En 1995, el alcalde Erdogan declaró que un tercer puente sería ‘el asesinato’ de los bosques y pantanos de la ciudad. El puente, las carreteras correspondientes y el desarrollo posterior destruirían zonas verdes y humedales irremplazables de enorme importancia ecológica. El que una burbuja inmobiliaria sea Demasiado Grande para ‘reventar’ no significa que no vaya a hacerlo. Si las taladradoras se callan, ¿qué será de Estambul? […] He estado enfrentándome a un reto: cómo explicar, a un puñado de brillantes arquitectos y responsables municipales, que la retroinstalación de paneles solares y tejados verdes no será una respuesta adecuada a los desafíos energéticos que nos aguardan”.
Las palabras de Thackara sobre los grandes promotores, motivan aún más a hablar de Personajes, porque, aunque parezcan un montón de vendedores callejeros desorganizados o utópicos, también encierran la posibilidad de formas de desarrollo alternativas.
Así que no necesitamos ni silencio ni ruido total, sino un equilibrio llamado ritmo.
Toma 2
El ritmo de la alegría
De los ritmos propios de los personajes pasamos a los ritmos comunes de los grupos que han decidido contrarrestar el flujo moderno de producción y consumo. Si los personajes suministran a la ciudad y a ellos mismos soluciones prácticas, los grupos de personas que ahora describiremos suministran, más allá de la poesía, servicios.
Las CC (Creative Communities) son grupos de personas activas que han organizado, a lo largo y ancho del planeta, bibliotecas comunitarias, huertos urbanos y agrícolas con apoyo comunitario, iniciativas de co-vivienda, coche compartido, bicicletas públicas, servicios vecinales de cuidado de niños y ancianos, intercambio de talentos a través de las redes sociales, bancos del tiempo, etc. Como los personajes, estas comunidades dedican gran parte de su creatividad a la mejora de su subsistencia; asimismo, ven el potencial constructivo en cada material al que puedan aplicar ideas existentes, insertar sus tecnologías accesibles y utilizar tradiciones vivas. Según Manzini, “su estructura es un sistema de interacciones entre personas, lugares y productos”. Sin embargo, a diferencia de los personajes, que trabajan aislados, las CC han sistematizado sus soluciones de un modo en que, desde el punto de vista estratégico, nos llevan a concebir, planificar y proponer metodologías de apoyo, mediante la búsqueda de nuevas formas de representación, entre otros recursos.
Son muchos los actores que participan en la consolidación de las comunidades creativas. Permítanme presentarlos como si de una película se tratara.
Necesitaríamos un buen guion (la propia iniciativa), un escenario (el barrio/la ciudad), un director (aquí hay que hablar de dos personas, puesto que, desde la perspectiva del diseño, está el director de la propia iniciativa, pero también el director de la escuela de diseño, que dirige el trabajo del alumnado). Por último, nos hacen falta un buen director de fotografía y un equipo de postproducción que edite y ponga ritmo al conjunto de la obra.
Al plantearme qué enfoque estético podría ser adecuado, me parece que el Neorrealismo puede aproximarnos al mundo de esas comunidades, puesto que, como movimiento cinematográfico, el neorrealismo se caracterizaba por una gran creatividad y unos presupuestos bajos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los estudios cinematográficos italianos quedaron destrozados, y los cineastas tuvieron que salir a las calles a captar sus imágenes. El neorrealismo empleaba actores no profesionales. No obstante, lo más importante del neorrealismo era la gestión del sonido. Al parecer, este fue el valor añadido que el movimiento aportó al conocimiento global del cine. En el neorrealismo, el sonido y la música se tomaban de la propia realidad, a diferencia de lo que hacía antes el cine.
En El ladrón de bicicletas (1948), la bicicleta es una metáfora de la dura –pero también, de algún modo, alegre– lucha dentro de los confines del mundo. No es casualidad que las bicis siempre estén presentes al producirse una “revolución” o transición social, como cuando hoy asociamos el pedaleo a la movilidad sostenible.
De algún modo, todos los participantes en el Diseño para la Innovación Social y la Sostenibilidad están aprendiendo a ir en esta bicicleta nueva, para lo que hay que desarrollar unas habilidades, mantener el equilibrio y tener un ritmo constante.
Ayabe. Un ritmo lento
Quisiera describir ahora los latidos de una comunidad en el Japón: las mujeres de Ayabe.
El suyo es un ritmo muy lento. Lento, no por su edad (una media de 85 años), sino por el entorno en que se hallan (un bosque a dos horas de Kioto). Sus fuertes raíces culturales las mantienen unidas, unas raíces que generan calidad.

Durante el frío invierno del sudoeste japonés, recogen castañas y transforman el fruto en harina. A su vez, esta harina, se transforma –mediante un procedimiento artesanal– en unos aperitivos que en ocasiones llegan a distribuirse en Kioto y Tokio gracias a una pequeña red.
Lo que más destaca de esta historia, junto al proceso de fabricación, es lo activas que se mantienen sus protagonistas. Son un ejemplo para toda la comunidad, incluyendo a las generaciones más jóvenes del país, que actualmente se enfrentan al hecho de que el campo estará baldío durante unos años.
Al pensar en el concepto del tiempo y esta iniciativa, recordamos las palabras de Manzini sobre el movimiento Slow Food: “La calidad de las cosas, de todas las cosas, no puede producirse a toda prisa ni puede reconocerse de verdad sin dedicarle tiempo. La calidad profunda es el resultado de un proceso social lento en que la capacidad de hacer va de la mano de la capacidad de reconocer”.
toma 3
Tiempo: el factor conector
Como he dicho, los personajes conciben el tiempo como otra dimensión, distinta al modo en que lo percibe el torrente urbano de producción y consumo. Se toman su tiempo para ofrecer calidad y, de algún modo, también observan más.
Esta observación les permite pensar y disfrutar más, y también recordar. El diseñador indio Jogi Pangal asegura que, “en la India, el significado de la palabra calidad es aquello que puede recordarse”. Como artefactos sociales, las iniciativas desarrolladas por las CC permanecen en la memoria de quienes las observan desde el exterior y en la acción interior/intuitiva de su propia vida diaria. Sus iniciativas pasan a ser parte de su pulso diario, como lo son los latidos recurrentes de sus movimientos.
Personajes y CC viven a un ritmo más lento. En el caso de los primeros esto es así, entre otras cosas, porque no tienen un horario (de oficina) establecido; ellos son sus propios jefes, así que gestionan su propio tiempo; también dedican horas a “hacer vida social”, el suyo es un tiempo compartido en que el resto de actores de las calles son parte de su escenario; precisan tiempo para sintonizar con otros personajes, y eso es lo que aporta calidad y valor a sus vidas. En cuanto a las CC, son organizaciones complejas donde “interacciones profundas exigen nuevas ideas y experiencias temporales: el tiempo necesario para construir una complejidad enriquecedora y unas relaciones profundas. El tiempo de la complejidad es plural. Es una ecología temporal donde coexisten distintos tiempos, con distintas características y distintas cadencias”. Manzini considera este un punto delicado y recurre a la idea del movimiento Slow Food para explicarlo: “La lentitud a la que hace referencia Slow Food no es la calidad en sí: no hay nada que sea bueno por el mero hecho de ser lento. Sin embargo, la lentitud es un requisito necesario para generar y apreciar la calidad (profunda). Es decir, la calidad de ser a un tiempo bueno, limpio y justo”.
Puede afirmarse que tanto los personajes como las CC introducen conductas novedosas y sostenibles “contando con sus propios recursos, sin aguardar un cambio general en la política, la economía o los recursos institucionales e infraestructurales del sistema”. Desarrollan una sostenibilidad que también comprende elementos emocionales, como el “placer de luchar”.
Por último, podría decir que hay un puente entre estos dos actores, que media entre latidos de fe, esperanza, humor y amor, para establecer la armonía y así “reimaginar” la vida. Este es el ritmo de la innovación social, una “jam session, es decir, nuevas pautas de sonido, organizadas armónicamente”.
FIN.
Buena escucha a todos.
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