Texto y Foto: Irma Gallo
¿Qué lleva a un hombre que nunca ha sido lector a interesarse tanto por una escritora al punto de querer reescribir su historia? ¿se trata de salvarla del juicio cruel de quienes la negaron en su momento? ¿o es también un intento por pertenecer, él mismo, al mundo literario y editorial, que ella tanto codició y con tanta insistencia se le negó? Estos son algunos de los temas que trata Jaime Mesa en su novela La mujer inexistente, publicada por Alfaguara.
Y cuando La Libreta de Irma le pregunta porqué seguir escribiendo sobre gente que escribe, Mesa responde:
«Sigue siendo un puente, no se si para los críticos o para los escritores, pero sí para los lectores. Es decir, los lectores están muy conectados, como son lectores que no tienen referencias creativas, y a ellos quizá no les interesa escribir un libro, con lo que se conectan es con la cotidianidad de los escritores».
Milena Betancour, el personaje central de la novela, es una escritora que sólo una vez, fugazmente, obtuvo el reconocimiento que toda la vida creyó merecer. Hasta que se descubrió el gran engaño del que formó parte para alcanzar esta fama literaria, y fue condenada al ostracismo y a una muerte solitaria.
A diferencia del cine, o de un guionista o de otro artista, de alguna forma escribimos solos. Es decir, no nos podemos contagiar ni con la presencia de otras personas, ni con la voz de otras personas porque tenemos miedo de que nos contagien, o se nos peguen de alguna forma esos ecos y no podamos ser como genuinos.
«Poco a poco», continúa Mesa, sin hacer una pausa ni para tomar aire, «mientras te vas metiendo en las novelas te vas destruyendo un poco más, te vas haciendo extrañamente un ser antisocial».
Con su libreta Moleskine roja que contrasta con su camisa negra, y un ejemplar de su novela, como un padre orgulloso (sí, aunque la metáfora esté sobada y apeste, nunca más oportuna que en este caso), Jaime Mesa reflexiona sobre la soledad del proceso creativo de la escritura:
De alguna forma la genialidad y la mediocridad o el fracaso se asemejan un poco en ese sentido porque triunfes o pierdas, te vas a quedar solo.
Y al final, relata cómo creó a su protagonista: «A Milena la construí exacerbando precisamente esos miedos. Es decir, ¿qué pasa si hago todo lo que me dicen: voy a talleres, tengo paciencia, observo la condición humana, me voy con calma, soy paciente, lo mando con un editor, un editor me elige, gano un premio y nada pasa?»
Y es dolorosamente cierto: la mayoría de las veces no pasa nada.
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