Por Magdalena Carreño
Fotos: Ane Rosnes
El temblor del 19 de septiembre de 1985 fue el primer temblor que tengo registrado en mi memoria. Tenía 5 años. Estaba a punto de salir a la escuela y justo abrió mi mamá la puerta cuando comenzó el movimiento de la Tierra, recuerdo haber mirado con sorpresa las lámparas de cristal moverse y la voz sin pánico ordenando: “Párate aquí, párate aquí”. Lo que vivimos los días siguientes no lo recuerdo; tenía cinco años y en ese entonces ya vivíamos en Villa Coapa. Mi mamá decía que de ese temblor sólo recuerda que se cayó una barda por la zona y había fugas de gas.
Pasaron los años, en la escuela recuerdo que nos repartieron un manual de protección civil con todas las instrucciones sobre qué hacer y el listado de la mochila de emergencia. Lo que sabía de los daños de 1985 lo leí en libros sobre el caso de las costureras, lo escuché en anécdotas de quienes estaban más grandes que yo.
Durante el temblor del 19 de septiembre de 2017 estaba en la oficina donde trabajo, en Reforma e Insurgentes. Siempre temí un moviendo telúrico de esa magnitud porque mi oficina está en el piso 14, en realidad 13 pero omitieron ese número. Estaba sentada cuando sentí el que pensé que sería un mareo, inmediatamente nos dirigimos a la zona de seguridad cuando se sintió el “jalón” más fuerte. Me abracé a una señora que rezaba el Padre Nuestro mientras yo repetía «tengo miedo, tengo miedo».
Pero en esta ocasión, el lugar que pensé seguro, en donde en 1985 no pasó nada no tuvo la misma historia. Villa Coapa, mi suburbio -como le digo de cariño-, no quedó exento de graves daños. Esta vez, el desamparo me golpeó en la cara, no sólo el área donde trabajo fue afectada, también el área donde vivo y, sobre todo, aquellos lugares que pensé seguros, en donde vive la gente que amo profundamente, desvanecieron sus paisajes cotidianos de un momento a otro. En cuestión de minutos todo fue trastocado.
Cuando tembló en 1985 la gente salió a ayudar en lo que podía, fue la ciudadanía moviéndose para apoyarse los unos a los otros. La historia se repitió en 2017. En lo posible, la mayor parte de la gente que conozco trató de brindar algún tipo de ayuda, aún con el miedo sentimos que teníamos el deber de hacer algo, ¿qué? Cualquier cosa que pudiera servir a los otros que ya no eran otros, el otro se desvaneció en una comunidad preocupada por ser realmente humanos. No personas, no desconocidos, humanos… y quien estaba ahí sufría con los familiares y amigos, aunque no fueran los suyos propios, porque nos reconocimos en los “otros”. Pensabamos “también me pudo a haber pasado”, “pudo ser alguien de mi familia”, “pude ser yo”. Esa sensación de vulnerabilidad compartida nos unió.
La voluntad ciudadana y el carácter del mexicano han sido mostrados como ejemplares estos días. Una voluntad férrea se rebeló y esto ha sido un motor para continuar y ha sido también el origen de muchas interrogantes que no sólo están relacionadas con el papel desempeñado por el gobierno sino por nosotros mismos.
No estamos exentos al poder de la naturaleza. Así como tampoco estamos exentos a la bondad de la misma.
Porque seremos viento, porque seremos agua, porque seremos la llama,
porque seremos polvo, porque seremos tiempo y los sueños de los vivos.
El 23 de septiembre volvió a temblar. Desvalidos como nos sentimos en ese momento, nerviosos e impotentes, este sismo nos agarró a muchos en la cama. Estoy segura que fue compartida esa idea de no sentirse seguro ni adentro ni afuera. ¿Qué vamos a hacer con tanto cable mal colgado y con esos grandes espectaculares sobre casas? Tenemos que demandar mejores condiciones de seguridad en la ciudad. Fue lo que escribí en mi muro de Facebook al pasar ese susto.
¿Cómo te quitas la desazón, la vulnerabilidad, la zozobra, el desasosiego?
Todos estamos de duelo. Hay un antes y un después del 19 de
septiembre, no seremos los mismos, no volveremos a la “normalidad”.
Por mucho que algunos propaguen que al volver a la escuela y al
trabajo retornamos a la “normalidad”.
Estos días nos buscamos en los rostros de los otros, en sus palabras, en su abrazos, en compartir las cosas sencillas con quienes amamos. Si hemos sido capaces de buscarnos entre los escombros es momento de hacerlo en la empatía cotidiana, en una caricia, en un mensaje amoroso.
Muchos fragmentos de la historia del sismo de 1985 y el de 2017 se repitieron, muchos tristemente para darnos cuenta que hay situaciones que hemos descuidado. Ante todo, la indiferencia del día a día al otro. ¿Necesitamos de tragedias para ser más empáticos?
Aceptemos que la ciudad en la que vivimos siempre tendrá el riesgo de padecer otro terremoto pero en vez de sólo rogar porque pase mucho tiempo para el siguiente, cambiemos modelos.
Sí, después del sismo del 19 de septiembre de 2017, ¿qué? ¿Vamos a repetir los mismos errores que después de 1985? Vamos relajarnos en cuanto a las normas de protección civil. ¿Vamos a participar activamente sólo en las tragedias? ¿Qué vamos a transformar después de este trauma colectivo? ¿Cómo vamos a reconstruir nuestra ciudad? ¿Cuáles serán las condiciones de las salidas de emergencia y las áreas de seguridad en escuelas y centros de trabajo? ¿Cómo demandaremos normas eficientes para la construcción de nuevos edificios y cómo reforzaremos los que ya tienen muchos años?
Las consecuencias del mal dicho: “El que tranza no avanza” están en la pérdida de vidas humanas. Recuperemos la ética en cada paso que demos porque eso es lo que transformará a México de fondo.
La corrupción comienza desde el momento en que preferimos cruzar la calle no por las líneas peatonales sino por el centro de la calle. Seamos participativos, no sólo en las tragedias. Si ves algo que no funciona repórtalo, da seguimiento, presiona, conoce a tus vecinos, coopera con tu comunidad. Acostumbrémonos a solicitar revisiones de nuestras viviendas anualmente, informémonos antes de rentar un departamento de cuál es su historia así como al comprar una vivienda. Consultemos a los especialistas para tener mayor certeza y si vemos irregularidades, denunciemos.
Abracémonos mucho, respiremos profundo y ese miedo que sea el impulso canalizado para hacer mejor las cosa y para vivir en un país mejor. Unámonos. Organicémonos.
Diariamente, tengamos en mente la generosidad, el coraje, la solidaridad, la empatía. Transformemos el miedo en acción.
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