Por Gabriela Pérez
Foto de portada: Rinoceronte, de Vladimir Kush. Tomada de la Fan Page de FB del artista. El resto de las imágenes provienen de la cuenta de Instagram del artista.
La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj.
Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar
Había en el camino, un hombre que llevaba una caja de sobre su espalda. Cuando se detenía, apoyaba la caja sobre una piedra y desplegaba cuidadosamente la tapa. Sobre ella había siete agujeros, cada uno conteniendo una rana. Si el hombre derramaba agua sobre cada cabeza, ellas mutaban a mariposas, y cantaban.

Si usted cree que las ranas no cantan, y que no pueden ser mariposas, lo entiendo, pero se equivoca.
Recuerde que el sonido está en el orden del tiempo. Existió desde el principio un sonido mudo, el sexo de la música.
Ahora, siento con intensidad, y como nunca, la impresión de no oír del todo, de no comprender del todo, de no poder caminar sin miedo a lo que me toca escuchar.
En mi caso, siempre todo llega demasiado tarde. Mi oído, como el tuyo, precedió a la voz con la que cada uno canturrea o grita. El oído llegó antes que la lengua que articulo. Paradójicamente, muchos sonidos me vuelven muda, en ellos, hay una marcada influencia en mis emociones.

El horror es una sensación de espanto, que causa el miedo, que se alberga súbitamente en todo el cuerpo. Lo llena de los pies a la cabeza, eriza la piel, para los vellos, incluso seca y quita el sueño. Ninguna lágrima se vierte en el horror.
Sopeso la mudez, degluto la inmovilidad, escribiendo. Quien escribe es una mujer de 41 años, con la mirada fija, con el cuerpo paralizado y las manos tendidas sobre el teclado, en ademán de súplica hacia palabras que huyen de ella. Sé que todos los sonidos de nombres, todas las palabras, todos los recuerdos, están en la punta de mi lengua. El reto consiste en convocarlos. El oído, la vista y los dedos esperan en círculo a esa palabra que está en el fondo del aire. La mano que escribe es más bien una mano que hurga en el lenguaje que falta, la que no escribe se crispa, se exaspera, deja que abracen los dedos a la apesadumbrada garganta.

¿Dónde está el infierno? ¿Hay una orilla oscura en el fondo, donde todo lo que alienta expira? ¿Dónde reside? ¿Está contenido en una manzana?
¿Habita el infierno en el océano? El océano es el amo y el viento es su señor. Por eso los amos del océano fueron los amos de la tierra. Los amos del viento son los marineros.
Miro a la mujer que escribe, sentaba en una punta de la mesa del comedor, de espaldas a la cocina. Todo es quietud y silencio. Su rostro se alza. Su mirada se alejaba, se pierde en el vacío. Su mano se extiende en medio del silencio, busca una palabra. De repente todo se detiene. De repente nada más existe.
Solo el intento de hacer que le viniera en el silencio la palabra que tenía en la punta de la lengua.

Del mismo modo que quien cae bajo la mirada de Medusa se convierte en piedra, ella, bajo la mirada de la palabra que le falta, es también una estatua.
Una parte de su memoria funciona. Recuerda que el poema es ese gozar, que el poema es el nombre encontrado. El formar cuerpo con la lengua es el poema. La poesía, la palabra recobrada, es el lenguaje que vuelve a ver el mundo, que hace que reaparezca la imagen. Llama a una imagen:
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba…
Sor Juana Inés de la Cruz.Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contrastecon sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Las imágenes necesitan las palabras Yo necesito recobrar el lenguaje, el verdadero lenguaje; el lenguaje en que lo real no comparece, en que el infierno asciende al mismo tiempo que Eurídice, en que el deseo rectifica el cuerpo hacia adelante; es decir, el lenguaje en que la palabra falta.

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