Por Gabriela Pérez
Foto de portada: Lukas Blazek on Unsplash
No pude no reír cuando él me aseguró que la posición de las estrellas y los planetas en el cielo determina cómo somos y cómo será nuestro futuro. Dijo que esto ha sido así desde hace más de 2000 años en el entorno del mediterráneo.
¿Pueden 2000 años de historia de la astrología estar equivocados?
La respuesta es que sí.
La astrología se basa en la supuesta influencia que tienen las estrellas y los planetas en nuestras vidas por el hecho de estar ahí. Antiguamente, se pensaba que la tierra estaba en el centro del universo y que los diferentes planetas eran los dioses que se movían por el cielo mientras vigilaban la tierra e influían sobre los seres humanos. Además, cada planeta estaba situado en una esfera a diferente distancia de la tierra. Se consideraba la esfera por ser la figura geométrica perfecta. Más allá de la esfera no había nada.
Los planetas siempre seguían la misma trayectoria. Pasaban por los mismos puntos. Este camino pasaba a través de unas ciertas agrupaciones de estrellas – asterismos – que formaban una representación, normalmente mitológica. Las agrupaciones son constelaciones y nos sirven para orientarnos en el cielo. Concretamente, las constelaciones por las que pasan los planetas son las constelaciones del Zodiaco o signos del Zodiaco (con excepciones como puede ser la constelación de Ofiuco).
Entonces, la astrología se basa en la influencia que tienen unas formas geométricas compuestas por estrellas, que no están unidas físicamente entre sí, y están a mucha distancia unas de otras. También se basa en la influencia de unos planetas que están compuestos de rocas o gases y que además no pasan realmente cerca de las estrellas que los acogen.
Cuando se empezó a pensar en la influencia de los planetas en nuestra vida, sólo se conocían aquellos que se podían ver a simple vista. Ahora se sabe que hay más. En el NASA Exoplanet Archive, aparecen 1963 planetas exteriores al sistema solar detectados y confirmados. Si los planetas influyen en nuestra vida, y la distancia a ellos no es importante para las predicciones astrológicas, ¿estos 1963 exoplanetas también deberían influir en nosotros de la misma manera?
Michael B. Lund de la Universidad Vanderbilt se lo ha planteado en su artículo Astrology in the era of exoplanets.
Astrology in the Era of Exoplanets
En este artículo ha localizado todos los exoplanetas conocidos en un mapa del cielo.
Según la astrología, sólo los que están sobre el plano de la eclíptica (línea en color magenta), y por tanto pasan por las constelaciones del Zodiaco, afectan a nuestra vida.
Hay muchos más que los tradicionales Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Además, sabemos que cuando se inició la astrología, Urano y Neptuno todavía no se habían descubierto y se añadieron a la lista para determinar su influencia, de la misma manera que el resto.
La astrología falla en sus predicciones. El Universo, como la vida, está hecho de pasado, presente y futuro. ¿Fluye el tiempo de manera natural, siempre hacia delante? ¿O será que permanece siempre junto a su futuro y su pasado? ¿Cuál es el instante más breve en la Naturaleza?

El bosón es una partícula mu pesada que, durante su instantánea vida, no alcanza a recorrer el diámetro de un átomo –suponiendo, como lo hicieron Leucipo y Demócrito, que los átomos son esferas indivisibles—; esta partícula, vive apenas un yocto segundo (1 x 10-24 s); ese es, hasta ahora, el tiempo más corto que se ha podido medir. Del otro extremo se encuentra nuestro saber sobre la formación de nuestro sistema solar a partir de la explosión de una estrella hace 6 mil 600 millones de años, lo que hemos podido cronometrar comparando la abundancia de distintos isótopos de uranio.
A pesar de la destreza alcanzada en medir el tiempo, su naturaleza sigue siendo ignota. El tiempo no es independiente de los sucesos. ¿Recuerdan la concepción del tiempo cíclico en la Antigua Grecia?
Una de las cualidades que implicaba esa interpretación, es el constante proceso del “orden” al “caos”, para luego completar el ciclo desde el “caos” hacia el “orden”. Se entendía que la naturaleza del tiempo consistiría en una psicodélica secuencia “caos-orden-caos-orden…” Pero, entonces, ¿qué fue lo primero que inició esa secuencia? Tales, pensaba que la sustancia primordial (el arjé) era el agua; en cambio Anaximandro supuso que era más abstracto e indefinido (el ápeiron).
Esa continuidad de ciclos se mantendría durante un período infinito. Pero infinito no significa eterno, porque este último alude a lo que no tiene principio ni fin, que no varía en ningún momento, que no produce ciclo alguno, sino que permanece constante. De hecho, el concepto de eternidad, en sus orígenes, era considerado como la negación del tiempo.

Heráclito (544 a.C.) fue probablemente el primero en reflexionar sobre el cambio, el fluir de las cosas, el movimiento permanente, el devenir, la temporalidad. Dice que todo en la naturaleza está sometido a constante cambio, y que por tanto es imposible definir cualquier cosa que pertenezca a ella, porque inmediatamente deja de ser lo que es para ser otra cosa. “Todo fluye, nada permanece”, señala, “todo es inestable y mutable “. Esto implica que nunca una persona tendrá dos veces la misma experiencia, ni verá dos veces lo mismo: el todo se renueva en cada instante; está sometido a un constante devenir.
Este filósofo plantea que el símbolo del cambio eterno, así como el arjé, de todas las cosas, es el fuego, el más mudable de los elementos, más inconstante que el agua y el aire; es el elemento que nunca reposa. Para él, el fuego es el origen de la vida: “el calor corporal es la expresión del alma”. Pero también, es el elemento que consume todas las cosas, que da vida y muerte. No es que él pensara que todas las cosas estuvieran hechas de fuego; hablaba de este elemento sólo como un símbolo del devenir, del cambio y del tiempo.

Algunos años más tarde, Parménides reflexionó sobre la idea misma del cambiar, del devenir y del fluir de las cosas, y concluyó que la doctrina de Heráclito presenta una paradoja: el ser deja de ser lo que es, para ser otro ser.
Parménides se plantea el problema del ser en sí mismo y en profundidad: qué es lo que sí es. Pensemos en lo siguiente: cuando algo cambia, ya no es lo que en un principio era; su ser ahora es otro. Parménides considera que esto es absurdo, pues ¿cómo puede surgir un ser a partir de algo que deja de ser, es decir, que no es? Él nos dice que: El ser es y el no ser no es.
Si el ser es y el no ser no es, no tiene sentido que surja algo que sí es a partir de lo que no es. Por lo tanto, el cambio, el devenir, la mutación, son absurdos. Pero entonces ¿cómo es posible que nuestros sentidos nos muestren un mundo de diversidad, de movimiento, de cosas que cambian? Parménides explica que lo que nos muestran los sentidos sin ilusiones aparentes; lo que vemos con los ojos y tocamos con las manos es el no ser. Si las cosas en el mundo pertenecieran al ser (si fueran reales), no podrían cambiar, permanecerían estáticas, ya que es absurdo que el ser deje de ser lo que es para ser otra cosa; en ese caso sería un no ser, lo que lleva a una contradicción.
A diferencia de Heráclito, Parménides considera a la diversidad y variedad de los fenómenos naturales como simples ilusiones o aberraciones: como el no ser, en oposición a la realidad interna, única y verdadera: la realidad del ser, que es inmutable. El ser no tiene comienzo ni fin, no cambia de aspecto ni de lugar, no es igual a nada sino a sí mismo, ni surge ni desaparece. En cambio, el no ser no es más que un mundo de apariencias del cual no podemos adquirir un conocimiento estable y firme. Sólo el pensamiento lógico nos permite conocer algo. De ahí la idea de que pensar significa ser, significa existir.
Este sistema de pensamiento fue en su época el más abstracto, ya que su concepto del ser no tiene ninguna relación con lo concreto. Cuando se intenta dar una descripción de lo que es el ser –abstracto y puro–, únicamente se podría decir que “era”, porque al incluirle calificativo cualquiera se coloca al ser en el mundo de los sentidos y se lo hace perceptible desde el mundo del no ser. Es imposible ir más lejos en esa abstracción…

Pero… ¿qué tiene que ver esto con el tiempo?
El ser que plantea Parménides es ajeno al tiempo, permanece sin cambios, inmutable, inmóvil, ingénito: eterno. Es esta la primera noción que se desarrolla del concepto de Eternidad como un no-tiempo. Según Parménides, el tiempo pertenece al no ser, el tiempo no es, el tiempo no existe.
Aunque esto parezca muy difícil de asimilar, es una consecuencia lógica y necesaria de la noción de Ser. Todo esto se basa en el hecho de que –a diferencia de Heráclito que postulaba que el ser está en constante cambio y devenir– el ser es permanente, invariable, estático, eterno, es lo único que en verdad existe, lo único que es. Parménides no podía aceptar de ninguna manera que el ser pudiera dejar de ser lo que es. Nos muestra que el Ser es eterno y que niega necesariamente el transcurrir del tiempo. La verdadera naturaleza del mundo es permanecer estática e inmóvil. El tiempo no sería sino otra aberración más.
La antigua concepción del tiempo como espejismo, ha sido incorporada a la física moderna. El Universo está hecho de todos los momentos. Es todos los instantes. En el aquí y el ahora, el pasado y el futuro juegan su carta en la realidad. Trasladarse en el espacio es equivalente a viajar por el tiempo.
Las concepciones, el mundo y el tiempo cambian, aunque Parménides disienta. Será siempre más útil y constructivo leer un buen libro que ver un horóscopo, aunque los astrólogos, y muchos otros, opinen lo contrario.
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