La palabra de Gabriela: Una fuente del carmesí de las cosas.


El sabio anciano tomó un tronco grueso y lo acomodó en la fogata mientras atizaba brasas. Se envolvió en su manta; miró hacia el cielo, pleno de estrellas; aspiró el humo de su cigarro y, después de aclararse la garganta, nos miró, deteniendo en cada uno de nosotros su mirada, en la que brillaban sus ojos, encendidos tal vez por el fuego de mil siglos, y al terminar el canto del “cuerporruín” el ave de la noche, empezó su narración:
Mi abuelo nos contaba que, según un antiguo relato nahua que le había relatado su propio abuelo, en el principio de los tiempos, cuando todo se formaba sobre la Tierra, el color no existía, todo era un tono triste, gris ceniza.
Cuando Tonatiuh, el Sol, se dio cuenta de ello sintió que algo debía hacerse y encargó a su hijo, Piltzinteutl o Piltzintecuhtli, el Señor Niño o Pequeño Señor, que se vistiera con su atuendo de Sol, viajara hacia la Tierra en uno de sus rayos y pintara, coloreara, todo lo que en ella había. Para ello, le dijo, debía recoger los colores de cozamalotl, el arcoíris, en recientes de barro o tecomates cortados.
El señor Niño obedeció.
Cuando iba en camino, al atravesar las nubes y la lluvia fina, distinguió al cozamalotl y tomó de él los colores.
Al llegar a la Tierra comenzó su tarea.
Pintó los montes, los árboles, los arbustos, las flores, los frutos, las piedras, las aguas, los animales, las personas y el cielo, todo lo que sus ojos veían. El trabajo era agotador, pero a él no le importaba porque todo iba tomando color y hermosura. Cuando se cansaba, descansaba: se hacía pequeñito que podía acostarse dentro de una flor o envolverse en una hoja.
En los espacios más oscuros de las montañas, en las hondonadas y cavernas vivía Tepeyollotli, Corazón del Monte.
Rara vez se asomaba a la superficie, pero un buen día se le ocurrió salir y, para sorpresa suya, se encontró con que la Tierra había cambiado su imagen: ya no era gris, estaba llena de luz y color. El drástico cambio lo deslumbro; sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, no pudieron con toda aquella belleza y se cerraron. Tanta luz los lastimaba.
Inquieto, Corazón del Monte comenzó a buscar al responsable.
Caminó y caminó hasta que llegó al límite: de un lado veía el mundo lleno de vida; del otro, el mundo de antes, con su tristeza y su opacidad. Fue entonces cuando vio a Pilzintecuhtli crear, pintar: estaba concentrado en unas flores grandes que parecían soles vegetales, escudos de Sol. Usaba unos recipientes donde metía pinceles de pluma y pelos de animales para luego sacarlos llenos de color y colocarlos sobre la superficie que decoraba.
Cuando se cansó, el Pequeño Señor se fue a recostar a una flor blanca y grande. También su padre, Tonatiuh, el Sol, había decidido dejar de alumbrar esa zona y la noche se acercaba. Antes de que ésta llegará, Corazón del Monte tomó los recipientes y pinceles y se los llevó, para esconderlos adentro de una de las montañas.
El sabio anciano nos volvió a mirar y, al notar que todos seguíamos sus palabras con gran interés, sonrió, dio otra chupada a su cigarro, expulsó el humo, volvió a atizar el fuego a cuyo alrededor estábamos acurrucados y prosiguió:
Al día siguiente, cuando la cálida caricia de su padre lo despertó, Piltzintecuhtli se acercó a donde había dejado sus herramientas de pintor para seguir con su trabajo, pero no las encontró. Intrigado, buscó sus cosas en vano sin hallarlas. Sin embargo, no se desesperó: decidió volver a hacer sus utensilios y buscar de nuevo los pigmentos para sus colores en cozamalotl.
Pasaron los días y cuando Corazón del Monte volvió a salir a la superficie, su sorpresa fue aún mayor que la primera vez: la belleza seguía avanzando y conquistando el mundo. El enojo de Tepeyollotli, fue mayor.
Decidió no permitirlo. De nuevo espió a Pequeño Señor y, otra vez, aprovechó el sueño de éste para robarle sus utensilios. Así estuvieron Pequeño Señor y Corazón del Monte por un tiempo: uno decidido a implantar belleza y la alegría; el otro resuelto a no dejarlas ser. Tepeyollotli comenzó a frustrarse y buscó ayuda.
Acudió al dios viejo, a Huehueteotl, Señor del Fuego, morador de las entrañas de la Tierra y abuelo de todos los seres, quien carga sobre su jorobada espalda enormes braseros.
Corazón del Monte le dijo a Huehueteotl que sobre la Tierra, en las faldas de la montaña Tlalnantzin, había alguien que se dedicaba crear cosas que a él, Tepeyollotli no le gustaban. Le pidió que activara sus braseros para que se prendiera el fuego y descendiera de las altas montañas hasta destruir todo aquello.
Huehueteotl accedió: el fuego del interior de la Tierra comenzó a rugir y subió hasta los grandes tlecuiltin o volcanes, para luego brotar por las cumbres de algunos en forma violenta y hacer erupción sobre los campos, las aldeas, las lagunas y los bosques. Tepeyollotli se puso muy contento al ver los ríos de lava quemar y destruir todo a su paso. Sin embargo, Huehueteotl, el más sabio de todos los dioses, se dio cuenta de que estaba actuando de manera irreflexiva, solo a partir de lo dicho por su Corazón del Monte.
Se dio cuenta de cómo estaba destruyendo algo sin saber qué era y decidió averiguar antes de seguir.
Cuando se asomó por la boca de una de las montañas… ¡vio que él estaba terminando con lo bello!: su enojo fue absoluto. Mandó llamar a Corazón del Monte y lo regañó por haberle inducido a hacer algo a ciegas y haberse aprovechado de su cariño para conseguir su capricho. Paró entonces su acción destructiva.
Al ver cómo se calmaban las cosas, Señor Niño retomó su labor. Sin embargo, algo había cambiado dentro de él: ahora le importaba saber por qué había pasado aquello y quién era el responsable.
Decidió fingir que dormía pero permanecer atento y, así, pudo descubrir a Tepeyollotli, quien aún seguía haciendo de las suyas, mientras robaba sus cosas y huía.
Piltzintecuhtli lo siguió hasta una oscura caverna y entró a ella tras él. En el momento en que Corazón del Monte estaba a punto de esconder los colores, Pequeño Señor le preguntó por qué destruía el mundo.
Corazón del Monte le contestó con amargura que no soportaba ver la nueva belleza sobre la Tierra, tan ajena y lejana para él. Era tan intenso lo que sentía cuando la
miraba, que el corazón le dolía, más cuando sabía que él, Tepeyollotli, sólo podía habitar la oscuridad y le era imposible acceder a la luz y el color.
Piltzintecuhtli le dijo que se engañaba, las cosas no debían de ser así: también en la oscuridad podía haber belleza, luz y color. Le ofreció entonces ser su maestro pintor y ayudarle a embellecer su morada, tras enseñarle el uso de los colores y los materiales que le había robado.
Tepeyollotli se animó y comenzó a fabricar sus propios colores: rojos como la sangre, dorados como los girasoles, verdes como las plantas, azules como las aguas y el cielo.
(Fragmento del libro “Mosaico de Turquesas”, Arturo Meza Gutiérrez).

Por Gabriela Pérez

Nocheztli era el nombre que los aztecas daban a la cochinilla. Los mixtecos la llamaban induco y los zapotecos biyaa. Diversos testimonios nos hablan de la importancia de este pequeño insecto que, desde hace siglos, se ha utilizado para teñir de rojo carmín el cuerpo, los dientes, textiles, códices, muros y alimentos.

La cochinilla tenía un gran valor en la época prehispánica: “con grana se teñían las prendas de la alta sociedad, debido a la importancia del color rojo en esa época. El rojo re- presentaba la sangre, los rayos del sol, el fuego y a varios de sus dioses principales atribuían este color. Para los toltecas el país del color rojo, donde estaba la casa del sol, era el poniente, para los tarascos el rojo representa el este y para los chontales significa la fuerza”.

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La llamada cochinilla fina Dacylopius coccus Costa (Homoptera: Dactylopiidae) del nopal es un insecto originario de México que vive como parásito en la superficie del nopal verdulero. La cochinilla del nopal se cultiva por ciclos de 80-90 días, tiempo en que completa su ciclo de vida; de ese modo se sincronizan las poblaciones del insecto para su cultivo. Su ciclo de vida es muy especial, ya que cada sexo tiene desarrollo propio. Se inicia cuando del huevo sale una larva pequeña (ninfa) parecida a una arañita, la cual camina activamente, se asienta en una penca de nopal y pasa por varias etapas de desarrollo; en algún momento algunas de las ninfas darán origen a hembras y otras a machos. El macho adulto se origina a partir de ninfas que realizan metamorfosis completa, es alado y muere luego de copular. En contraste, la ninfa de la hembra adulta siempre queda fija en una de las caras de la penca del nopal, donde succiona los jugos de los vasos floemáticos de esta planta. Ahí se desarrolla, sufre una metamorfosis incompleta y en estado adulto presenta un aspecto similar a la ninfa, excepto por la reducción de las patas y el aumento de volumen. La hembra madura pone sus huevos y luego muere.

La cochinilla, el insecto mexicano que es la fuente del colorante, en exhibición como parte de la exposición en Ciudad de México Credit Marco Ugarte_Associated Press

Existen dos tipos de cochinilla: la silvestre y la fina, o “grana del carmín”. La cochinilla silvestre comprende varias especies del género Dactylopius, entre las que D. confertus, D. confusus, y D. opuntiae son las más representativas de América. Las cochinillas silvestres tienen gran velocidad de dispersión y crecimiento, lo que las hace capaces de destruir tanto los cultivos de nopal como los de la “grana fina”. La cochinilla fina pertenece a la especie Dactylopius coccus Costa, que se cultiva desde tiempos prehispánicos para la producción de la “grana”, colorante rojo (debido a la presencia del ácido carmínico), muy cotizado por sus múltiples usos en la tinción de fibras textiles, la industria de los alimentos cárnicos y lácteos, en productos farmacéuticos, cosméticos y para la elaboración de tinciones histológicas y bacteriológicas. Para la producción de grana se requiere un cultivo intensivo y cuidadoso de la grana fina que implica limpiar, seleccionar y recolectar a mano a los insectos penca por penca. La grana fina se caracteriza por tener un alto porcentaje de ácido carmínico (25 por ciento del peso del animal) y porque su superficie está protegida por un polvo seroso. En contraste, la especie silvestre posee sólo un 10 por ciento de ácido carmínico y está recubierta por fibras de aspecto algodonoso, que dificultan la extracción del pigmento. Las hembras adultas preñadas se cosechan, se secan y son la materia prima para la extracción del colorante.

¡Una de las primeras descripciones del uso de la grana es la de fray Bernardino de Sahagún, quien en la Historia de las cosas de la Nueva España relata:

“Al color con que se tiñe con la grana que llaman nocheztli, quiere decir sangre de tunas, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que llaman cochinillas apegados a las hojas, y aquellos gusanos tienen una sangre muy colorada; ésta es la grana fina. Esta grana es conocida en esta tierra y fuera de ella, y hay grandes tratos de ella; llega hasta la China y hasta Turquía, casi por to- do el mundo es preciada y tenida en mucho. A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia, o fina; véndenla en los tianguis hecha en panes para que la compren los pintores y tintoreros. Hay otra manera de grana baja, o mezclada, que llaman tlapanechtli, que quiere decir grana cenicienta,y es porque la mezclan con greda o con harina; también hay una grana falsa que también se cría en las hojas de la tuna o ixquimiliuhqui, que daña a las cochinillas de la buena grana y seca las hojas de las tunas donde se pone; también ésta la cogen para envolverla en la buena grana, para venderla, lo cual es grande engaño.”

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En la época colonial los españoles tomaron el control de la producción de la grana del carmín, manteniéndola como el tercer producto de exportación de México, sólo superado por el oro y la plata. Los españoles, aprovechando que el pigmento se obtiene de las hembras adultas secas del insecto, las cuales parecen semillas y son resistentes como éstas, las exportaron a Europa y, para ocultar el origen del producto y conservar el monopolio, decían que eran productos vegetales, lo cual también dio lugar al uso de frases como sembrar, cosechar, etcétera, para referirse a las actividades del cultivo, palabras que aún se conservan. Fueron los mismos españoles, en el siglo XVI, quienes llevaron pencas infestadas de grana fina de la Nueva España a las Islas Canarias para producir pigmento y abastecer el enorme mercado europeo. Cabe mencionar, como ejemplo, del extenso uso de la grana en ese tiempo para los uniformes del ejército inglés, las famosas “casacas rojas”, que se teñían con este pigmento.

Más adelante, durante la guerra de Independencia de México, los primeros ejércitos libertadores operaron en zonas productoras de grana, como los estados de Jalisco, Oaxaca y San Luis Potosí. Cuando el ejército insurgente, comandado por Morelos, ocupó la ciudad de Oaxaca, el principal producto tomado en el saqueo fue la grana. Con el dinero que proporcionó esta grana, Morelos pudo equipar su ejército para continuar con la guerra. Al paso del tiempo, ya cercana la Independencia, los ricos comerciantes graneros (productores de grana) se pusieron a la orden del ejército insurgente, con el propósito de no verse despojados de sus riquezas.

Una vez consumada la Independencia, se siguió cultivando la grana. Sin embargo, a pesar de, o quizá debido a su gran demanda mundial, la grana mexicana empezó a producirse con poco control, usando cepas de grana de baja calidad, cultivadas en regiones poco favorables para el crecimiento del insecto. Esta situación prevaleció hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando el cultivo de la grana decayó definitivamente debido a que, en el marco de la Revolución Industrial, el desarrollo de la química proporcionó tintes sintéticos como las anilinas, que fueron más baratos y fáciles de producir que los colorantes naturales. Las cosas siguieron así hasta la década de 1980, cuando se acumularon evidencias de que los colorantes artificiales pueden producir daños a la salud como cáncer, toxicidad y algunos tipos de alergia, por lo que a mediados de la década se generó una gran demanda de colorantes naturales, oportunidad aprovechada por Chile y Perú, que se convirtieron en los grandes productores mundiales de cochinilla (4 a 5 mil toneladas anuales, www.cochinilla.org ).

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Este repunte de la demanda de cochinilla no modificó la situación en México, donde actualmente sólo en los estados de Oaxaca, Morelos y Jalisco se dedican algunas parcelas para la producción de cochinilla fina en pequeña escala, con fines principalmente artesanales.

Como se mencionó, el colorante que se extrae de las hembras adultas de la cochinilla es el ácido carmínico. Este pigmento se localiza en todo el hemocele (cavidad interior del cuerpo) del insecto, pues forma parte de la hemolinfa, y en el interior de varios tipos de células. Químicamente, el ácido carmínico es una metil antraquinona hidroxilada, unida a una glucosa por enlaces carbono-carbono Este pigmento tradicionalmente fue usado como purgante y vermífugo (para eliminar lombrices), y se aplicaba en las heridas. Ya en la antigüedad, los pueblos prehispánicos conocían la grana y la utilizaban contra padecimientos de la cabeza y el corazón. Hace unos años se discutió que la grana puede poseer propiedades anticancerígenas. Sin embargo, a pesar de estos antecedentes, las propiedades reales de este pigmento no han sido descritas en detalle y aún no se han estudiado sistemáticamente.

Aunque parezca extraño, actualmente no se sabe qué células del insecto producen el ácido carmínico (o si el insecto alberga un simbionte productor del pigmento), y mucho menos la ruta metabólica para sintetizarlo. Algunos autores han propuesto que los hemocitos o células “sanguíneas” del son las productoras del pigmento. Pero otros sugieren que el cuerpo graso (órgano principal del metabolismo intermediario en los insectos, que funciona como depósito de proteínas, lípidos y azúcares) es el productor. Estas hipótesis no son mutuamente excluyentes, ya que se ha descrito que en los insectos varios tipos de células de la hemolinfa se producen en el cuerpo graso.

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Molécula del ácido carmínico

Dado que el insecto produce una cantidad significativa de carmín, surge la pregunta: ¿cuál es el papel biológico de este pigmento? Existen antecedentes que permiten proponer una explicación del papel que juega el ácido carmínico en la interacción de Dactylopius con otros organismos. Se ha observado que hormigas de la especie Monomorium destructor son repelidas por el ácido carmínico. Por otra parte, se conoce que el “gusano telero” (Laetilia coccidivora), un depredador de la grana, almacena en su cuerpo el colorante y lo arroja cuando se ve amenazado por otros depredadores (Eisner y Nowicki, 1980). Estas observaciones sugirieron que el carmín puede ser un repelente de agresores, aunque no se ha determinado si esto ocurre mediante un efecto fisiológico sobre el atacante, por un efecto de “advertencia” debido al color, o ambos.

Se puede prever que los conocimientos que se obtengan a partir del estudio de la inmunología de las cochinillas tendrá aplicaciones de diversa índole, entre las cuales están conocer la ruta de la síntesis del carmín, identificar productos útiles para nuevas aplicaciones comerciales, el combate a insectos depredadores de cultivos de nopal, tuna y grana fina y, en general, el diseño y elaboración de métodos de control de insectos dañinos que podrían ser aplicables a otros cultivos. Por otra parte, también se obtendrán conocimientos respecto a la interacción de los insectos con parásitos, lo cual tendrá aplicación en el estudio de la transmisión de enfermedades por insectos vectores.

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Una exposición que estará abierta al público hasta el 4 de febrero en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, Rojo mexicano. La grana cochinilla en el arte, rastrea el origen del color desde las zonas montañosas de la Mesoamérica prehispánica hasta Europa. Allí se le asoció cada vez más con la proyección de poder durante los siglos XVII y XVIII. La grana cochinilla decayó en el siglo XIX, a medida que se introdujeron los pigmentos sintéticos, pero más tarde los impresionistas comenzaron a buscarla.

Con base en un simposio de 2014 organizado por el museo, la exposición y su nutrido catálogo reúnen gran parte de los estudios de la grana cochinilla. “Esperamos que tenga relevancia no solo para las obras de arte”, dijo Miguel Fernández Félix, director del Museo del Palacio de Bellas Artes. “Aquí se puede hablar de economía; se va a hablar de sociedad y cultura”.

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Tenía razón, pues entre los artistas que buscaban las propiedades del rojo mexicano, están Tiziano, Tintoretto y hasta Vincent Van Gogh, quien escribió a su hermano Theo en 1885, usando otro nombre para designar a la grana cochinilla, el carmín, “el color rojo del vino, es cálido y vivo como el vino”.

La exposición comienza con una pieza de tela que data de tres siglos antes de Cristo y su tinte rojo aún es visible. El colorante se utilizó en los códices prehispánicos ilustrados y en los códices producidos aproximadamente durante la época de la Conquista española en 1521.

Las crónicas españolas de la Conquista se maravillaron con los colores vivos de la grana cochinilla en los productos que se comercializaban en la capital azteca de Tenochtitlán y pronto el primer cargamento zarpó rumbo a España. Hacia mediados de siglo, tal como escribe el curador Georges Roque en el catálogo, la grana cochinilla se transportaba a granel hasta Sevilla, España.

Puesto que la grana cochinilla era la fuente de un color rojo más intenso y duradero que cualquier otro color disponible en aquel entonces, su demanda se disparó como colorante para suntuosas sedas, terciopelos y tapicería europeos.

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Luis XIV ordenó que el tapizado de las sillas de Versalles y las cortinas de la habitación real se tiñeran con grana cochinilla. El comercio era tan rico que la grana cochinilla era la segunda exportación más valiosa de las colonias americanas de España, solo después de la plata y más rentable incluso que el oro.

Al igual que Veronese, Tiziano comenzó a usar la grana cochinilla en sus obras a partir de la segunda mitad del siglo; en la exhibición se muestra su obra Martirio de santa Julia. Como los venecianos, los pintores que adoptaron la grana cochinilla por lo general trabajaban en ciudades portuarias. Georges Roque menciona a Diego Velázquez y Francisco de Zurbarán en Sevilla y a Rubens, Van Dyck y Rembrandt en Amberes y Ámsterdam.

También en México, los pintores de la Nueva España incorporaron la grana cochinilla en sus obras y en esta exposición se pueden apreciar varios ejemplos, entre los que está una luminosa Virgen de Guadalupe de Cristóbal Villalpando, quien pintó sus atavíos con púrpura intenso, y su obra Los desposorios de la Virgen y San José, en el que la retrata con un vestido rosa tenue.

Amy Butler ha contado cómo los españoles ocultaron el origen de la grana cochinilla para favorecer el monopolio de la Corona sobre ella. Sin embargo, no escatimaban en dar información concerniente a su cultivo y preparación. En el México del siglo XVIII, José Antonio de Alzate, geógrafo y naturalista, publicó un extenso tratado acerca de la cochinilla, que también está en exhibición, junto con su mapa de Ciudad de México, marcado con este pigmento.

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Los ingleses también quedaron cautivados con la grana cochinilla. La utilizaron para teñir los tejidos de lana para los uniformes de los oficiales del ejército. La fascinación inglesa continuó: Van Dyck retrató al príncipe Carlos Luis en la corte de Carlos I vistiendo de color carmesí

Pero más que cualquier otro artista, fue Van Gogh quien exploró las propiedades de la grana cochinilla en su análisis del color. La exposición muestra una de las tres pinturas conocidas como La recámara de Van Gogh en Arlés. La grana cochinilla en las paredes y puertas originales, que él le describió a Theo como lila y violeta, y el rosa tenue del piso se han desvanecido, pero su intención persiste.

Quizá, la visión de la exposición debe hacer descansar la cabeza, o más bien, la imaginación, diría, seguramente, Van Gogh.

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