Por César Mundaca
Siempre he sentido cierta fascinación por aquellos textos literarios considerados por la crítica como polémicos o incómodos. Libros que por su temática generaron escozor en determinados sectores de una sociedad. Hablo de los clásicos, como Ulises, de Joyce; Lolita, de Nabokov; La ciudad y los perros, de Vargas Llosa; entre muchos otros.
En el Perú, a inicios de la década del 2000, apareció un texto que sacó ronchas en el ambiente periodístico y despertó la curiosidad de un nutrido número de lectores. Me refiero a El enano, historia de una enemistad, del cuentista peruano Fernando Ampuero.
Recuerdo con nitidez el contexto en el que fue publicado. El país acababa de salir de la oprobiosa dictadura de Alberto Fujimori y concentraba sus esfuerzos en la reconstrucción del sistema democrático. Yo tenía doce años de edad, y lo único que caía en mis manos eran las míticas obras del siglo de oro español. Lecturas impuestas por un presumido profesor de literatura de cuyo nombre no quiero acordarme.
El enano es un libro de crónicas que recoge la serie de conflictos que mantuvo el autor con el incisivo periodista peruano César Hildebrandt, desde mediados de los años setenta hasta bien entrado el nuevo milenio. Es una obra donde se entremezcla la pasión, el sentido del humor, la ironía, el suspenso y algunos destellos poéticos que contribuyen al enriquecimiento de la narración.
Cabe señalar, que dichos encontronazos se dieron a través de artículos, declaraciones en la prensa escrita, presentaciones en televisión y los infaltables chismes. Este texto presenta una particularidad que se advierte en las primeras páginas: “todos los personajes son reales y se los menciona por sus nombres reales. A excepción del protagonista, Hache”, es decir Hildebrandt.
Debo confesar que la lectura de estas crónicas produjo en mí una suerte de alucinación. Me explico: devoraba veinte o treinta páginas, cerraba el ejemplar, suspiraba cerrando los ojos e inmediatamente volteaba a conversar con el autor bajo la luz tenue de algún restobar limeño. Lo mismo me ocurrió con Siete casas vacías, de Samanta Schweblin.
Si hay algo que me sorprende muchísimo es la actitud serena y reflexiva de Ampuero frente a la envidia y la maledicencia de la que fue objeto por parte de Hache. Además, su afición por la literatura, los chapuzones en el apacible mar de Punta Hermosa, el ejercicio del periodismo, los viajes, las tertulias con los amigos de siempre y los gratos momentos a lado de su familia sirvieron para repeler, de una u otra manera, los feroces ataques de su enemigo.
El enano es un libro escrito con un lenguaje llano y brutalmente frontal. Lo cual lo convierte en un auténtico divertimento veraniego.
Deja un comentario