La palabra de Gabriela: bordado hecho de hilos de ciencia, poesía y tinta.


Por Gabriela Pérez

Foto de portada:  Thom Schneider para Unsplash

La ciencia enseña que el mundo no es lo que parece.

Levantamos nuestros ojos y observamos que el Sol y la Luna giran en cielo, sin embargo, en un caso estamos equivocados y en el otro no. Miramos las estrellas y nos engañamos para verlas como son ahora, pero sabemos que estamos observando su luz de hace años o incluso milenios.

Caminamos en el silencio de un bosque, pero estamos rodeados de innumerables
ondas de radio que solo un dispositivo nos permite escuchar. Nos inclinamos para observar una flor colorida, pero no vemos los mismos colores que una abeja que ve
en el ultravioleta. Cuando jugamos fútbol, tiramos una pelota algunas decenas de metros, pero no pensamos que en el vacío, el jugador lo arroja prácticamente al infinito. Levantamos con dificultad un peso, y por supuesto no nos damos cuenta de que entre los átomos de los que está hecho, hay vacío. En cuanto a los átomos, no podemos verlos bajo el microscopio, y este instrumento nos revela, sin embargo, un mundo extraño en el que un insecto puede parecer un monstruo de una buena película de terror.

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Ácaro

Y así encontraremos innumerables ejemplos de la ilusión en el error, porque
las cosas son muy diferentes de cómo podemos imaginar o creer que son. Cualquier libro con serias afirmaciones científicas, deconstruye nuestra ingenua y falaz imagen del mundo, mostrándonos de una manera sorprendente, que esa realidad no es como nos parece.

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Stephen Hawking

El 8 de enero de 1942, exactamente 300 años después de la muerte de Galileo Galilei, nació Stephen Hawking en Oxford, Inglaterra, a donde sus padres se habían trasladado temporalmente durante la Segunda Guerra Mundial. Stephen fterminó los estudios de física en Oxford con calificación de sobresaliente, lo que le abrió las puertas del Trinity Hall de la Universidad de Cambridge.

Para muchos, Galileo es el mejor escritor de la literatura italiana. Italo Calvino defiende esta esta afirmación afirmando que Galileo usa el lenguaje no como una herramienta neutral, sino con una conciencia literaria, con una participación expresiva, imaginativa e incluso lírica continua. Señala también que Galileo admiraba y divulgaba la prosa del «poeta cósmico y lunar que era Ariosto»; y que por ejemplo, Leopardi y Zibaldone admiraban la prosa de Galileo, entre otras cosas por su perfecta combinación de precisión y elegancia.

El barco en que navega Galileo es uno de los laboratorios en los que se llevan a cabo sus experimentos científicos ideales, y el hecho de que la vida juega en él exactamente de la misma manera que en la Tierra, por ejemplo, respecto a la caída de una pelota de plomo o el vuelo de un insecto, demuestra la relatividad de Galileo quien aplica las leyes de la mecánica, invariantes con respecto a los sistemas de movimiento o el punto de vista.

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Albert Einstein

Tres siglos más tarde, Albert Einstein utiliza trenes y ascensores similares para argumentar a favor, respectivamente, de la relatividad especial y general. El hecho, a saber, que las leyes del electromagnetismo son invariantes respecto a los sistemas en movimiento y que los efectos de la gravedad son indistinguible entre ellos.

Pero nada demuestra mejor la diferencia entre las metáforas de la literatura como un fin en sí mismo. Hoy, gracias a imágenes de cámaras, telescopios, satélites y el ojo agudo de astronautas, la luna muestra parte de  su verdadera cara. Sin embargo, aún para los no aficionados a la astronomía, bastan versos de Dante, Leopardi, Dante, Galileo e incluso la poesía de Pitágoras. Para entender la estructura del Universo en la escala más grande necesitamos una descripción matemática de la atracción que ejercen las galaxias unas sobre otras; es decir, una teoría de la gravedad. A principios del siglo XX los cosmólogos abandonaron la venerable teoría de la gravitación universal de Newton en favor de la teoría general de la relatividad, propuesta por Albert Einstein en 1915. La teoría de Einstein combina el espacio y el tiempo en una única entidad de cuatro dimensiones, llamada espacio-tiempo. La presencia de materia y energía en este espacio-tiempo tiene un efecto parecido al de una bola de plomo en una cama elástica: hace que el espacio-tiempo se combe. La masa del Sol, por ejemplo, deforma el espacio-tiempo a su alrededor, lo que obliga a los planetas a desplazarse en torno suyo describiendo trayectorias curvas, como canicas que ruedan en un embudo. En la teoría general de la relatividad el movimiento de los cuerpos es consecuencia de la forma (o la geometría, como dicen los físicos) del espacio-tiempo, sin necesidad de ningún tipo de fuerza.

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¿Hubo un momento del pasado en que todas las galaxias estuvieran infinitamente juntas, todas en un punto? La hipótesis de la gran explosión, basada en las observaciones de Hubble, supone que sí, pero durante 30 años persistió esta duda: ¿permiten las leyes de la física que existan acumulaciones de materia de densidad infinita, tales como el Universo al momento del big bang?

La respuesta estaba en la propia relatividad general y fue Stephen Hawking quien la encontró. Desde mediados de la década de 1960, se dedicó al estudio de las llamadas singularidades: puntos donde la curvatura del espacio-tiempo se hace infinita. Hawking y el matemático británico Roger Penrose desarrollaron nuevas técnicas matemáticas para analizarlas. Finalmente, en 1970, consiguieron demostrar que, según la teoría general de la relatividad, tuvo que haber en el pasado del Universo un estado de densidad infinita, con toda la materia y energía concentradas en un espacio mínimo. Esa singularidad era el principio del Universo, el big bang o gran explosión, y también marcaría el inicio del tiempo. Hoy en día sabemos que la expansión del Universo, lejos de frenarse, se está acelerando, por lo que no habrá big crunch

Lo que sí habrá entre esta abundancia de ramas y hojas, será un bordado hecho de hilos de ciencia, poesía y tinta corriendo por páginas y páginas.

El río se enlaza, se detiene y luego vuelve a enroscarse. Corre, corre y se devana. Envuelve un último racimo de palabras, ideas, sueños y por lo menos hasta el próximo modelo, se acaba. 

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