Por Gabriela Pérez
G contempló de nuevo su reloj. Era la décima vez que lo revisaba en los últimos veinte minutos. Quienes la conocen, saben que es impaciente. Se puso de pie, se arregló la falda de nuevo. Miró con hastío la habitación en donde se encontraba. Suspiró resignada, pensó que éste era el precio que se tenía que pagar cuando se trataba de hacer algo en lo que no era experta.
Se encontraba allí para entrevistar a un extraño personaje al que aparentemente le desagradaba despertar temprano. Se suponía que era un experto en Física de Materiales, dedicado al estudio de la cuántica y sus aplicaciones en la ingeniería y el nanodiseño. En realidad no era mas que un escritor, pero era uno de esos guapos e inteligentes que investigan mucho y aprenden muy rápido. Le interesó el tema, leía, leía y ahora sabía incluso sobre la materia especular y la energía obscura.
Cuando quería, podía ser encantador incluso. Así lo habían aceptado como jefe del departamento de comunicación del laboratorio. Tenía a su cargo también la elaboración del archivo herográfico. Fue entonces cuando ocurrió una terrible tragedia. Un extraño accidente en un acelerador de antipartículas había destruido gran parte del laboratorio dirigido por el Profesor A, acabando con las vidas de A y de más de la mitad del grupo de investigadores.
M comenzó a investigar -como debe investigar un escritor que quiere escribir una buena novela-, y en apenas un año, había recuperado la investigación perdida. Bajo su tutela se realizaron grandes avances, tantos, que M pasó de ser un buen escritor a ser un no científico célebre a los ojos del público.
G se preguntaba a sí misma cómo sería realmente el hombre detrás del mito. Se permitió otro vistazo a su alrededor, buscando pistas sobre su personalidad, pues ella creía que los objetos y la forma en la que están en el entorno, dicen cosas de las personas.
Esta oficina se encontraba desordenada. Los libros, en español, inglés y francés, se apilaban unos sobre otros; entre ellos había papeles con fórmulas y anotaciones que se dejaban ver prácticamente sobre cualquier superficie; también había post-its de colores, con notas y dibujos pegados por todos lados. Pudo encontrar también un péndulo, alebrijes, grabados y animales de papel hechos con origami. Parecía entonces la oficina de un caótico pero creativo genio.
Al verlo, G pensó que tal vez en sus tiempos mozos, M habría sido de complexión atlética, pero años de escribir, la investigación sedentaria, aunado a la ausencia de ejercicio habían dejado una clara marca.
– Buenas tardes Dr. M. Soy G, vengo de parte de La Libreta de Irma para entrevistarlo acerca de la investigación de partículas.
– Buenos días Señorita G – le contestó M mientras le estrechaba la mano– por favor siéntese y llámeme solo M, no me gustan las formalidades.
Tras las preguntas básicas, G tomó una de las fotografías del estudio -¿es el Profesor A, verdad? le preguntó– Se ve que eran muy buenos amigos.
Era mucho más que eso, era casi como mi padre, también él tenía afición por el espacio y por las naves rusas… El creyó en mí y me invitó a formar parte de su grupo de investigación. Esta foto que ves nos la tomaron cuando completamos exitosamente la primera prueba de nuestro acelerador de antiprotones.
¿Qué es eso? –preguntó G.
Un acelerador de antiprotones. Fue un momento cumbre en la carrera del Profesor A. El estaba buscando una forma de crear antimateria y una forma de crear energía por medio de un acelerador de antipartículas. Muchas personas pensaron que era imposible, pero eso no lo detuvo.
Esa fue la máquina que causó el accidente ¿verdad? – le preguntó G.
Ven – le contestó el Dr. M mientras la tomaba de la mano,– déjame enseñarte- y condujo a G a través de varios pasillos y puertas hasta el corazón de ese laberinto. Llegaron a la cámara en donde se encontraba el núcleo de la investigación.
Era un espacio de varios cientos de metros cuadrados de superficie, muy parecido al bodegón de una enorme fábrica. Estaba ocupado casi en su totalidad por una extraña máquina alargada llena de sensores, luces y dispositivos.
Ese es nuestro acelerador de antipartículas – le dijo M. Es el acelerador de antiprotones más avanzado del mundo, bueno, en realidad ese no es el acelerador, es solo la terminal del túnel. El acelerador se encuentra conformado por un largo túnel en forma de serpentín de casi 30 kilómetros de largo, enterrado a varios cientos de metros de profundidad.
Si eso te parece increíble – le dijo M – espera a que veas lo siguiente, es un proyecto que va a cambiar al mundo tal y como lo conoces.
Mientras M revisaba los indicadores y monitores en la consola, la excitación, la emoción lo desbordaban. –Ya casi es hora; vas a necesitar unos de éstos – le dijo mientras estirando la mano para tomar de la pared unos lentes de seguridad negros, iguales a los que él mismo traía.
Esperaron unos cuantos minutos y una sirena comenzó a sonar; al mismo tiempo, las luces de seguridad del cuarto comenzaron a parpadear. M aseguró que era el procedimiento normal de seguridad– , le pidió que mirara al interior del cuarto. G se esforzó por hacerlo, a través de los obscuros ventanales que los protegían, y de los lentes de soldador que llevaba puestos. Fue entonces cuando un enorme destello de luz muy blanca emergió del cuarto que estaban observando.
Duró casi un minuto y cesó tan repentinamente como había iniciado. Las sirenas dejaron de sonar y las luces de seguridad se apagaron.
Te explico – dijo el Dr. M –; desde el siglo XIX sabemos que al hacer pasar una corriente eléctrica por una unión de dos materiales semiconductores, era posible generar un gradiente de temperatura , es decir, que uno se calienta y el otro se enfría. pero también se descubrió que el efecto contrario es posible. Esto es, que si se calienta uno de ellos y se enfría el otro, se puede inducir una corriente eléctrica en la junta. A estos efectos se les llama ‘efectos termoeléctricos’.
Los semiconductores son parte de la Física de materiales – continuó el Dr. M – y yo me especialicé en el nano diseño, esto es el diseño a nivel molecular, de sistemas semiconductores para aprovechar al máximo éstos efectos termoeléctricos. Existe un cierto tipo de antimateria llamada materia especular. El universo en su totalidad puede presentar simetrías a nivel cuántico.
La materia especular – siguió–, se diferencia de la antimateria en que ésta solo tiene simetría de posición. Imagina que es materia de un universo exactamente igual al nuestro pero en donde la izquierda y la derecha se encuentran intercambiadas, por eso es materia ‘especular’, porque es como si estuviera ‘al otro lado de un espejo’.
Bien, dijo G, pero aún no entiendo qué tiene que ver eso con tu investigación en semiconductores.
El sueño de del Profesor A era el más grande y noble que algún hombre haya tenido, – le contestó el Dr. M–, quería un mundo en el que tuviéramos una fuente infinita de energía. Un mundo libre de contaminación y pobreza… una utopía.
Pero las utopías no existen M, lo sabes, ¿verdad?
Sí, G, en nuestra búsqueda de sistemas y fuentes de energía más eficientes los hombres siempre nos hemos enfrentado a un enemigo implacable. Ese enemigo es la entropía y la Segunda Ley de la Termodinámica. Verás, la Segunda Ley nos dice que siempre que realicemos una transformación de la energía útil, parte de ésta siempre va a dispersarse y no podrá ser aprovechada. Así, por definición, estamos condenados a nunca poder obtener eficiencias perfectas en cualquier máquina o proceso… y de igual forma estamos destinados a existir en un universo donde poco a poco la cantidad de energía que podamos usar vaya disminuyendo hasta que no quede nada… nada.
¿Pero no podemos restituir esa energía?, ¿hacer que la energía que no podemos aprovechar se vuelva útil de nuevo? – le preguntó G.
No, eso es lo más devastador de la Segunda Ley. Nos dice que como en todo proceso o transformación se dispersa algo de energía, siempre tendremos que gastar más energía que la que podamos producir. El efecto total es que siempre perderemos energía útil, sin importar lo que hagamos.
Bueno, nosotros no podemos hacer nada, pero existe alguien o algo que sí puede. En 1871, en su libro Teoría del calor James C. Maxwell ideo una criatura, que fue llamada para fines prácticos ‘el demonio de Maxwell’ (en su honor) que era capaz de ir en contra de la Segunda Ley de la Termodinámica. Un ser que al estar en una división en un cuarto lleno de moléculas de un fluido a diferentes velocidades, sólo permitía el paso de las más rápidas hacia uno de los cuartos y el de las más lentas hacia el otro. El efecto final es que era capaz de producir una diferencia de temperaturas sin consumir trabajo y por tanto violaba la Segunda Ley.

Obviamente, continuó M, cuando Maxwell propuso su ‘demonio’ lo hizo como un experimento mental, como una teoría a partir de la cual probar que la Segunda Ley no era absoluta, aún cuando no exista un ser sobrenatural de las características necesarias que Maxwell propuso. Aún así, desde entonces la humanidad ha soñado con crear un dispositivo o máquina que pueda funcionar como un demonio de Maxwell… un aparato capaz de producir energía o movimiento perpetuo…
Ese no solo era el sueño del Dr. A, dijo M, sino su más grande logro, aún cuando él no haya vivido lo suficiente para verlo, fue sun gran regalo para toda la raza humana. La Segunda Ley no puede ser violada, no existen los demonios de Maxwell, pero él ideó una forma de ‘evitarla’ y de crear un dispositivo que en efectos prácticos es lo más parecido a un demonio de Maxwell.
El Profesor A – prosiguió M – tenía la teoría de que a través del uso de materia especular y la interacción entre fotones convencionales y fotones especulares; era posible crear una máquina capaz de mantener de forma perpetua una temperatura extraordinariamente baja, y que además fuera capaz de generar energía eléctrica, consumiendo energía del universo especular en el proceso. De ahí la importancia de mi investigación en efectos termoeléctricos. ¿Te imaginas una máquina que produzca energía en nuestro universo, absorbiendo y disipando energía en el universo de la materia especular?
Eso es lo que acabas de ver G, ese fue el destello de luz. Fue el resultado de la interacción entre fotones y sus fotones especulares. Hemos logrado hacerlo de forma controlada en el laboratorio… por desgracia no podemos evitar todavía la aniquilación de pares y la desintegración absoluta de la muestra en el reactor, pero hemos dado un gran paso.
Pero tú estás aquí, trató de animarlo G , tú vas a continuar con el trabajo del Dr. A. Y así, contenta pero llena de dudas, luego de despedirse, G partió contenta con el resultado de su entrevista.
Horas después, G hizo a un lado la taza de café que estaba tomando para contestar el teléfono que sonaba ante sí. Era M quien le llamaba.
– Oye, quisiera hacer hoy otra prueba a mayor escala el reactor, pero necesito que alguien me acompañe y quiero pedir tu ayuda, no tardará más de unos minutos, ¿podrías venir por favor?
Fue la curiosidad quien pronunció el sí. Más tarde G entró nuevamente en la cámara del reactor de anti fotones. El Dr. M le había dicho que se necesitaban dos personas para el procedimiento. Una debía quedarse afuera para introducir la clave de inicio mientras que la otra debía confirmar la secuencia en la consola interna del reactor.
Luego de teclear la confirmación, G no pudo ver nada en la obscuridad del inquietante vacío; pero escucho accionarse los seguros. La puerta se había cerrado.
Empezaron a sonar las alarmas y las luces de seguridad iniciaron su parpadeo. Ella supo con terrible exactitud qué es lo que iba a pasar…
En ese momento, cada átomo en el cuerpo de G cambió violentamente de sitio. Mientras cada célula de su cuerpo gritaba, su mundo se desvaneció en un brillante y cegador destello de luz blanca. Por suerte, la entrevista que hizo y que era muy mala, nunca se publicó.
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