Andrea y Los Zetas


Por Samuel Parra

Fotos: Cortesía Andrea Lizárraga Arce

La escuela está vacía y fresca. Huele a silencio. Lo ocurrido tuvo la misma violencia que rapidez. No es fácil inhalar tanta violencia de una sola vez porque la necesidad de vivir primero aprieta y luego ahoga, fue una ruda lección que Andrea Lizárraga Arce aprendió a los 5 años de edad cuando conoció a Los Zetas.

El sábado 17 de octubre del 2009, los habitantes de Mazatlán amanecieron con esta noticia: Dos presuntos sicarios muertos y siete probables miembros del grupo criminal «Los Zetas» detenidos, entre ellos una mujer, fue el resultado de una balacera suscitada por la avenida principal del fraccionamiento Lomas de Mazatlán.

Andrea cursaba el tercer año de kínder en el Instituto Anglo Moderno, atrás de su escuela había una casa de seguridad donde un convoy de soldados arribó a la vivienda de la calle Cerro del Cubilete tras recibir el reporte sobre personas armadas en el sitio.
En este relato hay cristales rotos de tanta violencia junta, miedo contenido y escenas reveladoras de una realidad mayor, la sinaloense. Lo que vivió Andrea jamás lo olvidó.

Hoy a sus 12 años hace catarsis gracias a la escritura, participó en el Encuentro Estatal de Expresión Literaria que organiza la Secretaría de Educación Pública y Cultura en el Estado donde pasó la etapa zona, regional y en el estatal compitió con todas las modalidades de Secundaria (General-Técnica-Telesecundaria y Estatal), ganando el primer lugar. Tituló a su crónica “Los fuegos artificiales”.

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El momento del balazo fue un sonido bastante fuerte, cuando yo estaba pequeña lo relacioné con un fuego artificial, además se me hacía como un tipo de salvación para pensar que no era un balazo. Lamentablemente, en mi mente tan pequeña, sabía qué estaba pasando porque vi correr a los criminales porque traían la cara tapada con un pasa montañas y alcancé a ver un gatillo, recordó la estudiante de Colegio Monfort.

Alrededor de las 12:00 horas comenzó el suspenso, tras el reporte anónimo de presunta gente armada atrás de la escuela. Los sicarios se percataron de la presencia del Ejército, les arrojaron al menos dos granadas de fragmentación y lograron herir a un teniente, además las esquirlas alcanzaron a un agente federal que recibió rozones en sus piernas. Para Andrea, esos sonidos eran fuegos artificiales.

El sonido, que parece de fuegos artificiales, viene de lo lejos. Una vocecita delgadita sale de la fila: ¿son los cohetes del Carnaval? Los niños se imaginan un brillo y esplendor, el sonido que se convierte en una bella cascada de colores… Poco a poco, el sonido ya no es tan placentero. De pronto, la voz ronca del guardián intenta susurrar pero no puede, mientras que un profesor hace voltear a todos los niños con su fuerte voz: ¡Todos entren, rápido!, narra Andrea en su crónica.

Andrea no maquilla sus cicatrices ni las silencia, lograron arrancarle fantasías propias de la edad, amenazada en todo momento y sin apenas espacio para dominar sus silencios.

Cuando yo vi eso quedé congelada totalmente, sentía que me iba a morir, que ya no iba a llegar a mi casa, había unos niños que andaban corriendo como locos pero yo estaba sentada, agarrada de las piernas, no me podía mover, cuenta Andrea acompañada de su maestro Luis Ramírez Ortiz quien es su mentor de Español.

Los gatilleros, atrincherados en la casa de seguridad, abrieron fuego en contra de los vehículos militares destrozándoles las llantas delanteras y el parabrisas, el cual al parecer detuvo las balas con el blindaje.

De inmediato los elementos se desplegaron y solicitaron el apoyo a las corporaciones policíacas, y en cuestión de minutos decenas de elementos de las fuerzas federales, estatales y municipales arribaron al sitio.

La voz preocupada del maestro vuelve a sonar: ¡Salgan y síganme!, dice mientras toma la primera mano frágil que encuentra, mientras los niños intentan hacer lo mismo con sus compañeros cercanos. Temblorosos, todos están en cadena y salen, pero los fuegos artificiales aún no cesan. Aun así, la cara del profesor vuelve a la normalidad y como magia, las sonrisas vuelven a los rostros de la mayoría de los inocentes, narra la crónica.

En la escuela hay jóvenes estudiantes, maestros y personal administrativo. Atrás hay portentosas máquinas de matar. Usan gorras Ed Hardy, visten playeras Polo o Lacoste (seguramente made in China), traen jeans y calzan huaraches de tres piquetes. Todos marcados por la última letra del abecedario.

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Los uniformados comenzaron a disparar en contra de los sicarios, quienes intentaron meterse a las instalaciones del Instituto Anglo Moderno, que en ese momento estaban llenas de estudiantes.

Las sonrisas torcidas y las miradas salvajes se adueñaron del lugar. Te rodean como una jauría de perros flacos, olfateando tu miedo. No llevan polo, sólo shorts y sandalias, tatuajes y cicatrices.

Nunca lo olvidé, toda mi vida lo he recordado, es algo que siempre lo voy a recordar, mientras lo escribía iba recordando la historia, iba repitiendo en mi mente. Recuerdo que cuando pasó esto y llegué a mi casa no quise salir, al día siguiente no quise ir a clases, yo no quería aceptar que había vivido esto, mientras pasaban los días iba aceptando lo que había pasado y seguir con mi vida, comentó Andrea.

Las balas de los policías hirieron a uno de los matones, el cual tiró el arma que portaba y por varios minutos se mantuvo de pie con las manos en la nuca, mientras que su compañero cayó abatido por los tiros en el techo de un domicilio donde estaban parapetados.

Fue a las 12:30 horas, luego del intercambio de balas entre autoridades y delincuentes, cuando los efectivos de las fuerzas del orden ingresaron a los inmuebles donde encontraron a un sicario muerto, además detuvieron a otros siete, entre los que destaca una mujer.

Los ojos se cristalizan, ya no podían con más terror. ¿Y mi mamá? ¿Este es el fin?, son las preguntas que corretean como remolino en las cabezas y labios de los pequeños. Las lágrimas ya comienzan a ser más densas y corren con más velocidad. Los cabellos de las niñas se convierten en objetos que molestan y se los quieren quitar. Las manos ya no quieren que los ojos vean, ni que los oídos escuchen, son las formas de protección natural de la inocencia, hasta que una niña grita con fuerza como disco rayado: ¡Qué todo se acabe ya, por favor!, retrata Andrea la ansiedad del miedo en su crónica.

Mientras la operación se desplegaba por una amplia zona del fraccionamiento Lomas de Mazatlán, varias viviendas ubicadas a los alrededores fueron evacuadas por militares, policías y personal de Protección Civil, que sacaron a familias enteras cuyos rostros reflejaban el temor de ser alcanzados por los disparos que duraron aproximadamente media hora.

Los sicarios se desplazaron por las azoteas hasta llegar a los patios de la escuela donde maestros y alumnos fueron presas del terror colectivo que inundaba la zona.
Un helicóptero sobrevolaba el área, quien escribe esta historia era reportero del Periódico Noroeste en ese momento y con su teléfono celular grabó lo que sucedía temiendo lo peor: fuego cruzado desde tierra y aire.

Según informes del coordinador de Protección Civil, del Instituto Anglo Moderno se evacuaron al menos 650 alumnos entre ellos Andrea, los cuales fueron trasladados a negocios cercanos que fueron habilitados como refugios temporales ante la contingencia.
“En esa escuela llevaba desde maternal, era muy importante para mí, tengo sentimientos encontrados, quiero recordar los buenos recuerdos que tuvo esa escuela”, aseguró la joven estudiante.

Lo que recordó Andrea queda plasmado en una crónica viva, llena de detalles que cargan de ansiedad y miedo al lector, ella dice ser admiradora del escritor Stephen King a quien lo toma como su línea de inspiración.

Me gusta Stephen King por cómo describe lo que pasa a su alrededor, por cómo es que cuenta la historia tan específicamente que te atrapa, que te puedas imaginar al personaje y la atmosfera que él está creando, dijo.

Fue gracias a su Maestro Luis que ella participó en el Encuentro Estatal de Expresión Literaria, juntos trabajaron la crónica en clase pero ella pensó que sólo era una tarea más y nunca imaginó que su texto ganaría un premio.

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Tratamos de que la lectura sea una fortaleza para que ellos valoren el español porque si no saben leer no saben analizar, es una prioridad que aprendan a leer analíticamente para que las demás materias sean más fácil de comprender, señaló Ramírez Ortíz.

Pueden leer la crónica de Andrea Lizárraga Arce en el siguiente sitio web:

Los fuegos artificiales

así como comentar y compartir el texto en sus redes sociales.

Los momentos nefastos no desaparecerán en la mente de Andrea. Pero por lo menos ha encontrado un espacio en el que focalizar su energía. Con un aditamento: había aparecido un don, el de la escritura.

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