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Los libros que leo… y que oigo


Texto y fotos: Irma Gallo

Desde que ya no trabajo en un medio tradicional, las editoriales (excepto una, muy nueva, independiente y que hace unos libros maravillosos) no me mandan sus novedades. Sabía que esto iba a ocurrir -los tiempos no están para andar regalando libros-, así que lo digo sin pizca de rencor; es más, ni siquiera de amargura.

Ahora que me he librado del compromiso de reseñar (y si hay agenda con los autores, de entrevistarlos) cualquier novedad que me regalan; ahora que compro los libros que quiero con mi dinero, me siento con más libertad para escribir lo que verdaderamente pienso.

Pero, ¡ojo!, no se confundan: no estoy diciendo «lero, lero, soy la más feliz del mundo porque ya no leo de a gratis». Vamos, ¡por supuesto que me encantaba que me regalaran libros!

Y siempre apoyaré, hasta donde me sea posible, a la industria editorial. Me parece la más noble de las industrias, y tanto mi papá, como mi hermana y cuñado, y dos amigas queridísimas viven, al menos en gran parte, de ésta.

También debo confesar que me sentía importante cuando me mandaban libros. Mi opinión sobre sus novedades editoriales, contaba. Aunque, si les digo ahora la verdad, nunca tuve la completa libertad para decidir: «este libro sí lo cubrimos; a este autor sí lo entrevistamos», ni siquiera en el breve lapso en que fui «jefa», o sea, directora de un área.

La libertad, dije, la tengo ahora: por eso escribo sobre Hambre, de Roxane Gay, publicada en castellano por la editorial española Capitán Swing, por ahí del 2018, y que compré a precio de importación (aunque con rebaja).

Por eso, también, escribí sobre Corazón que ríe, corazón que llora, de Maryse Condé. Un libro que, como dije, deseaba desde principios de este 2019 y conseguí, por fin, en la Feria Internacional del Libro del Zócalo (y también con un descuento).

Y sí, también por eso, escribí sobre Kim Ji-young, nacida en 1982. Por supuesto. Porque ahora veo un libro que me llama la atención y si tengo dinero, lo compro.

Si no (como sucede la mayoría de las veces), me aguanto hasta que tenga y entonces regreso. El libro, para entonces, ya es un objeto de deseo. Ya tiene esa carga del Coco Mademoiselle de Chanel que ya se me está terminando y que tuve que insinuar a mis papás y a mi hermana que quiero para regalo de cumpleaños. Y no, la comparación no es frívola.

El libro, los libros que elijo leer me ayudan a sobrevivir. Y no es exageración ni frase hecha ni cursilería: el último mes y medio ha sido difícil. Mucho. Quien conoce mi historia sabe de qué hablo. No tiene caso explicarlo aquí; no quiero ensuciar esta reflexión con ese asunto, que tiene todo de sórdido y nada de relevante.

El caso es que ahora sí puedo decir que los libros me han salvado la vida. Manejo y voy escuchando Lost Children Archive, de Valeria Luiselli, que ya leí en español (Desierto sonoro), porque ahora que descubrí los audiolibros no los quiero dejar nunca. Luiselli, con su inglés casi sin acento, me acompaña en los largos trayectos de casa al nuevo trabajo y de éste a casa, en las noches lluviosas de este noviembre extraño.

Había leído en formato electrónico, pero no me había atrevido con los audiolibros. Y esta peculiar manera de leer (que por cierto, se me antojó probar después de Desierto sonoro, ya que, en la novela de Luiselli, dado que los personajes pasan la mayor parte del tiempo en el auto, alternan la música que escuchan con los audiolibros. En particular, con El señor de las moscas).

Me pregunté si me gustaría, si iría conmigo. Me bajé la app de Storytel. Probé con Becoming, de Michelle Obama, narrada por ella misma. Me gustó la experiencia, aunque la historia de cómo la ex primera dama de Estados Unidos se convirtió en eso, no me interesó más allá de un par de capítulos sobre su infancia.

Entonces probé con Casas vacías, de Brenda Navarro… Y me enganché. Escuché toda la primera parte, donde Daniel es Daniel. Y cuando empezó la segunda, donde Daniel se ha convertido en Leonel, decidí dejar de escuchar. No porque no me interesara, ¡al contrario!, sino porque los del Club Sexto Piso me dijeron que ése será el libro que manden este mes, y ya me muero porque llegue, y por supuesto que no quiero spoilearme (o como demonios se diga) el placer de descubrir esa historia en papel.

Finalmente me decidí por Lost Children Archive. Primero, porque ya lo había leído en español y no habría spoilers. Segundo, porque pensé que escucharlo en la voz de su autora sería un plus. Y lo es, ya lo he dicho.

Ahora, al tiempo que reservo el de Valeria Luiselli para los trayectos en coche, leo El bosque, de Nell Leyshon, cuando salgo a comer, cuando estoy en casa (como durante este bendito puente; otra ventaja de ya no trabajar en un medio, pues ahí no existen los días feriados), o cuando tengo unos cinco minutos libres en la oficina en la que ahora trabajo.

Me gusta El bosque. Me identifico con Zofia. Ya les contaré porqué, una vez que lo termine, porque como nadie me lo regaló, no tengo ninguna prisa por escribir sobre él.

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