Texto y Fotos: Irma Gallo
Tenía dos años, más o menos, sin ir a una marcha feminista. (Bueno, a cualquier marcha, de hecho). Soy de las que creen que la palabra escrita (o la audiovisual; no lo puedo evitar, soy reportera multimedia) es el mejor medio para hacer llegar el mensaje.
Pero hoy decidí que no era suficiente. Que tenía que marchar. Que no podía quedarme en casa y esperar que todo cambie. -Aunque habrá quien diga que una marcha no cambiará nada, pero eso no me importa-.
Así que en medio de una situación familiar complicada, me lancé. Mi maravillosa hija de 15 años me apoyó: «¡vete, mami! Aquí yo me las arreglo”.

Así que lo hice. Me vine a marchar.
Lector: no esperes una crónica. Esto no lo es. Son sólo unas palabras acerca de mi experiencia, de cómo me sentí. De lo mucho que significó para mí volver a las calles, con mis muchas hermanas: muchísimas, la mayoría, más jóvenes que yo. Hasta niñas, que iban felices con sus mamás. Pero también muchas, muchísimas mujeres de mi edad o mayores.

Me sentí cuidada en todo momento. No tuve miedo. Las amenazas de ataques con ácido me tenían aterrorizada; pensé no ir, lo confieso.
Pero hoy agradezco haberme decidido. Hoy estoy orgullosa de haber gritado, primero junto a las compañeras deportadas de Others Dreamers in Action, luego del lado de Reporteras en Guardia (Laura Castellanos): “Señor, Señora, no sea indiferente, se matan las mujeres en la cara de la gente”, o “América Latina será toda feminista”, y hasta, confieso, “Verga violadora, a la licuadora”.

Grité, brinqué («quien no brinque es un macho»). Me sentí orgullosa.
¿Hubo «vandalismo»? Sí. No sé si eran infiltradas o simplemente mujeres muy enojadas, que no saben qué hacer con tanta rabia. Tampoco las culpo. Una colega periodista me dijo: «Nacieron escuchando sobre feminicidios. Nacieron en la violencia». Tiene razón.

Había también quienes gritaban (gritábamos): ¡No violencia! Sí. Porque tampoco es justo que a esta marcha la desvirtúen los medios publicando lo que les dé la gana.

Una amiga muy querida me escribió para decirme que no se unió a la marcha porque «tenía un tufo panista y priísta». Otra escribió en sus cuentas de Twitter y FB que nunca había marchado pero que esta vez lo haría «para devolverle al presidente y a «sus mujeres» su desprecio y negligencia».

A las dos las quiero tanto como siempre y no me atrevería a cuestionar sus motivos. El caso es que a esta marcha asistimos muchas más, y que todas nos sentimos acompañadas, abrazadas, cobijadas, queridas. Pro AMLO o anti AMLO; eso es lo de menos. Hoy nos unió algo mucho más grande: la indignación, la rabia, pero también, y sobre todo, el sabernos una fuerza que ya nada detiene.

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